CLAUDE SAUTET (1924-2000)
Tuvo éxito de público durante la década del 70, cuando filmó como ninguno y más que ninguno a Romy Schneider (Las cosas de la vida, Cesar et Rosalie, Una historia simple), y prestigio crítico en la primera mitad de los 90 gracias a sus dos últimas películas (Un corazón en invierno y El placer de estar contigo).
Sereno en apariencia, el cine de Sautet es poderoso y a menudo devastador.
En Las cosas de la vida supo captar la esencia de la época. Fue como si esa generación de franceses, entrados en la cuarentena, se viera frente a un espejo. Y les encantó.
En la menos introspectiva década de los 80 el público se alejó de sus películas, hasta que en la siguiente volvió con dos películas impactantes, y les recodó lo extraordinario cineasta que era.
Hoy los franceses dicen «una película tipo Claude Sautet» cuando se refieren a un estilo que retrata la vida de un modo muy natural y humano.
Dijo Sautet sobre su ingreso al mundo del cine: «Encontré un medio para comunicar emociones que las palabras no podían definir fácilmente y que, hasta ese momento, pensaba que sólo la música odia revelar de una manera no explicativa.»
«Debo señalar que empecé a leer a un edad bastante tardía, en torno a los dieciséis años, y que, por este motivo, sufrí durante muchos años carencias de vocabulario y una cierta dificultad para expresar mis pensamientos. Las ideas se me juntaban en la mente de una forma bastante abstracta, con una estructura que se parecía más bien a la música. Carecía de talento musical, pero descubrí que, la película ofrecía la misma estructura y el mismo potencial para la expresión.»
El drama intimista fue su gran especialidad. Supo captar la angustia de personajes desolados. Y los mostró a través de los silencios y lo no dicho. En sus relaciones y pasiones nunca explicitadas. El amor no realizado, frustrado, es el gran tema de su cine.
Un corazón en invierno (1992)
El corazón de Stéphane (interpretado por Daniel Auteuil) está conservado en formol tanto como su figura frecuentemente aparece detrás del vidrio de una cancha de squash, la vidriera del bar, las ventanillas de los colectivos, los parabrisas de un auto: defensas que levanta para preservar su aséptica transparencia de pecera.
Termina mirando la realidad desde afuera.
Sautet envasa la intemperie ontológica del personaje en el interior de un café desde el que ve alejarse la amistad y el amor, la vida.
Acentúa su soledad, su turbio malestar siempre disimulado, por el contraste entre su retraimiento y el ámbito de bullicio y cálido intercambio social que lo rodea.
Sautet enfrenta los rostros de Daniel Auteil y Emmanuelle Beart, que casi no necesitan diálogos. Le basta para transmitir el crecimiento de sus tortuosas emociones con el silencio de sus miradas.
Es una película de estilo clásico. Con un ritmo interior de alta precisión: calma en la exterioridad de la imagen y borrascosa en sus laberintos y recovecos ocultos.
Cine difícil de capturar, como si algo se nos escurriera en los ojos de la fluidez de sus imágenes.
En esta película plantea los silencios entre las personas, que son claves en la construcción y la destrucción de los vínculos.
No hay nada en el guión que nos asegure que él la ama, pero tampoco hay marcas que aseguren lo contrario. Sólo un breve y cruel diálogo entre ambos pone en su boca palabras que indican que él no la ama aunque nosotros incrédulos vemos la escena sabiendo que no es verdad.
¿Por qué creerle cuando dice que no ama Camille? Porque su tortura es insoportable.
El personaje lo dice cuando intenta explicar lo que para él es la música: Son los sueños, dice, le gusta porque representa a los sueños.(Recordemos que Sautet se inició como crítico musical)
El personaje ya no toca, ha dejado hace años, sólo repara violines para que otros toquen en su lugar. No cree en los sueños, no construye sueños.
Sautet logra transmitirnos sentimientos intensos, verdaderos retratos de vida y de personas, con toda la profundidad que pueda tener la obstinada cotidianidad.
Claude Sautet es capaz de recrear y transmitir lo intangible del espíritu y de los sentimientos humanos, como pocos.
Tal vez ésta sea la marca más reconocible de lo que llamamos «cine francés». El tono de una cinematografía, el estilo y el ritmo , el tratamiento que le da este cine al análisis más fino y sutil de los sentimientos, la psicología y la interioridad humana.
EL PLACER DE ESTAR CONTIGO
A pesar de que la relación entre Nelly y el señor Arnaud en ningún momento pasa de ser una relación de negocios, el roce diario y la convivencia trabajando juntos, los lleva a establecer una amistad con resonancias en sentimientos mudos, nunca expresados, pero ambos saben que existen.
Los gestos y actitudes dicen más que los diálogos. Y esos gestos y actitudes, como esos diálogos calmos, vestidos con la aparente futilidad de la cotidianidad, van construyendo progresivamente un vínculo, una afinidad afectiva tan diáfana y sincera que parece querer alcanzar lo sublime.
Película de pérdida y desencuentro, y en el caso de Arnaud, personaje con tintes autobiográficos, quien se encuentra ya en el crepúsculo de su existencia,
El final es inesperadamente intenso. La despedida que protagonizan Emanuelle Béart y Michel Serraut en esta película, es memorable.