Ocho y medio, del gran Fellini

 

 

Protagonizada por su amigo, Marcello Mastroianni, acompañado por las bellísimas Claudia Cardinale y Anouk Aimée. Conforman un cuadro loco, onírico y real a la vez, típico del estilo felliniano.

La película suponía el número ocho y medio en su filmografía, porque ya había rodado anteriormente siete películas, «y media», considerando sus colaboraciones en las de creación colectiva con otros renombrados directores: Boccaccio 70 (1962), en la que Fellini aporta el episodio titulado Las tentaciones del doctor Antonio.

 

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Decía de sí mismo que era «un artesano que no tiene nada que decir, pero sabe cómo decirlo». Su obra es ampliamente considerada como única e inolvidable, llena tanto de asperezas como de sátira, y filtrada por la melancolía.

Estaba convencido de que un film tan personal, tan «latino», de estructura psicológica tan precisa, condicionada por una cultura y una sociedad tan determinadas, estaba convencido, decía, de que no podría ser comprendido por un público estadounidense. Y sin embargo esta película tuvo un éxito contundente en EEUU.

Obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera

 

 

 

El cine de Fellini está hecho de sueños, de gente grotesca, de ensueños e imaginaciones. De esperpentos, de mujeres maravillosas, de divinidades.

Ocho y medio es la obra que lo aúna todo. La más irónica, la más sugerente, la más surrealista.

La sensación de volatilidad se extiende en cada uno de los fotogramas, en cada una de las frases del guión, en todos los personajes.

Una volatilidad que empieza ya por el propio protagonista, Guido , un director que tras él arrastra al alter ego del propio Fellini: es una película bastante autobiográfica, si bien Fellini lo ha reconocido y negado a la vez.

 

 

 

La película es sueño puro. Nos movemos de una estancia a otra sin viajar, sin camino. Los traumas, miedos, la nostalgia, las preocupaciones, los amores, todo lo que el director lleva en su interior queda expuesto.

Escenas impagables como la inicial, repleta de la angustia que ahoga al director o ese emocionante final donde todos los monstruos del director salen a la luz, unidos, descargando así el peso que sobre su creador se cernía. Del escepticismo a la mirada gozosa de la vida.

Ocho y medio es sueño,  es un regalo de un Fellini que se atrevió a desnudarse.

 

 

 

Guido Anselmi (Marcello Mastroianni), el más explícito de cuantos alter egos el cineasta dio a lo largo de su filmografía, un director de cine que no tiene la menor idea de qué hacer con su película y que huye constantemente de la realidad para refugiarse en sus recuerdos, fantasías y evasiones.

En ellas Guido rememora su infancia a través de los bailes de la Saraghina o fantasea con la dominación a golpe de látigo de todas las mujeres de su vida en la  escena del harén.

Pasajes que diluyen los límites de la realidad y establecen un nuevo orden, el felliniano, donde la anárquica imaginativa  se adueña de casi la totalidad de los planos de forma mágica, inexplicable a los ojos de todo espectador dispuesto a participar de su fascinación.

 

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La película alcanza el sentido último de lo que quiere decir, que sale de los labios del propio Guido cuando nos dice que la vida es una gran fiesta y nos invita a celebrarla juntos. Y lo hace con un espectáculo circense.

Anselmi comienza entonces a orquestar a los asistentes, al compás de una banda que aparece con la única justificación de que Fellini no entiende el espectáculo de la vida, de su vida, sin el acompañamiento musical de su inseparable Nino Rota.

 

 

 

Después de El jeque blanco (1952) y Los inútiles (1953) edifica sobre los recuerdos de su adolescencia provinciana, la nostálgica sobre un grupo de jóvenes atrapados en la mediocridad.Le siguen La strada(1954), Alma sin conciencia (1955), y Las noches de Cabiria (1957).

Con  La dolce vita gana en el Festival de Cannes 1960. Suscitó acusaciones de blasfema, y alcanzó el éxito y reconocimiento.

A ocho y medio (1963) le siguen Giulietta de los espiritus (1965), Satyricon (1969), Roma de Fellini (1972), Amarcord (1973), Casanova (1976).

En 1993 recibió un quinto Oscar en mérito a su carrera. En 1954 lo recibió por La Strada; en1957`por Las noches de Cabiria; en 1963 por y en 1973 por Amarcord.

 

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Barbara, del alemán Petzold

 

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Christian Petzold es uno de los mejores directores alemanes de hoy.

La marca de su estilo es la intensidad de ritmo, temática y emocional que logra en el espectador.

Tiene varios títulos: Yella (2007), Jerichow (2008), , Dreileben (2011), Ave Fénix (2014).

Bárbara fue aclamada en el Festival de Berlín 2012. Y seleccionada para competir por el Oscar como película extranjera.

 

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Nadie como Petzold trabaja con los géneros clásicos de Hollywood y los reformula para reflexionar sobre la historia de Alemania y la identidad constitutiva de su sociedad.

Su actriz fetiche es la extraordinaria Nina Hoos.

 

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La tensión de la película procede de lo que no se muestra ni se ve. Pero sí se aprecian los efectos en los personajes: la vigilancia y los sistemas de control de la policía y espías del gobierno crean el clima en el que se desarrolla el relato.

Un  drama en la Guerra Fría durante 1980,antes de la caída del muro, le sirve para plantear una situación humana, de relaciones, sentimientos y decisiones de vida de gran fuerza psicológica, ética y política.

La película logra imponer la mirada de la sospecha y la desconfianza.

El interior de sus personajes resulta inaccesible e inescrutable,  sólo es posible saber algo de ellos a través de sus acciones y rutinas.

 

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Para esta película se inspiró en dos novelas: Barbara, de Herman Broch, y Rummerplatz, de Werner Braunig.

El guión lo coescribió con el legendario Harun Farocki.

 

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Dice el director:

 

Mis padres fueron refugiados del Este.

Huyeron a Occidente en 1951 porque mi padre quería ser James Dean y mi madre quería empezar una carrera de pintora en Marsella.

Ninguno de los dos alcanzó su sueño. Siempre les pregunté por su juventud, pero todo lo que recordaban de sus vidas al otro lado del Muro lo borraron de su biografía. El Este adquirió una cualidad legendaria para mí, como si fuera un sueño o un cuento.

Y Barbara está basada en esta emoción. Estoy seguro de que en el fondo de sus corazones eran socialistas, pero odiaban el tipo de comunismo que se había implantado, con todo su terror y paranoia.

Tenían esperanza en la revolución de la izquierda, pero fue un fracaso. En Barbara quería describir cómo los soñadores acabaron inmersos en una pesadilla. De hecho, tras la caída del Muro, mis padres nunca regresaron al Este.

 

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-¿Ha filmado la historia en orden cronológico?
Me gusta cuando en las películas la gente vuelve a los mismos lugares pero algo, muy sutil, ha cambiado.

Barbara está diez veces en su apartamento, ocho en el hospital, seis en su bicicleta, y algo siempre cambia. Desde la producción me instaban a que rodara todas las escenas en la bicicleta o en su casa seguidas, en los mismos días, pero yo me negué. Les dije que había que volver a esos lugares más tarde, porque el personaje cambia entretanto.

 

 

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La Escuela de Berlin. El joven cine alemán del siglo XXI

 Petzold  pertenece y es pionero de lo que se llama la Escuela de Berlín.
En 1982, la muerte de Rainer Werner Fassbinder marcó el fin de aquello que hasta entonces se conocía como el “Nuevo Cine Alemán”. Después de Kluge, Wenders y Herzog se esperaba una generación de recambio, pero los ’80 y buena parte de los ’90 resultaron un páramo. Esa renovación tardó casi tres lustros. Llegó, por fin, con la llamada “Escuela de Berlín”, todo un abanico de nombres nuevos que comenzó a llamar la atención en el circuito de festivales internacionales, muchas veces a partir de su lanzamiento en el Festival de Berlín.
Es en general un cine que no parte de ideas preconcebidas sino que va expresando sus dudas y eventualmente encontrando sus certezas al mismo tiempo que sus personajes.
Contra la escenificación de la gran Historia, eligen narrar pequeñas historias que hablen de lo que sucede hoy en Alemania, de su paisaje actual, de su profundo malestar existencial.
Eligen comunicarse con sus espectadores de a uno, hablarles de igual a igual.