Demolición

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Dirigida en 2015 por el canadiense Jean-Marc Vallée y protagonizada por los encantadores y seductores Jake Gyllenhaal y Naomi Watts.

Las películas de este director canadiense cuentan historias humanas con personajes «inadaptados y héroes», que logran llegar al espectador. Como en El club de los desahuciados y Alma salvaje.

Vallee muestra un afán de incluir toques de misticismo, magia e irrealidad en sus películas.

 

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Demolición es una película sobre el proceso del duelo, pero no sobre un duelo convencional. Cada persona lo lleva de una manera y en esta ocasión, el protagonista necesita derribar los muros que le impiden sentir. Por eso le urge demolerlos, para eliminar todo aquello que se interpone entre él y el dolor. La destrucción comenzará desde lo más material (los muebles de la casa, los del trabajo…) hasta lo más intangible (relaciones sociales, tanto familiares como laborales).

La inmovilización entumecida e insensible inicial y el posterior abandono físico al que se somete por su necesidad de sentir algo, aunque sea un dolor corporal que supla el emocional del que carece (se deleita pisando clavos y recibiendo disparos en el pecho con un chaleco antibalas).

 

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Es una película arriesgada, reflexiva y ambiciosa. Habla de cómo construir o defender nuestra propia personalidad. De la necesidad de deshacernos de muchas de nuestras insostenibles actitudes, pasar en profundidad una buena escoba y construirnos una nueva identidad.

 

Aunque es un drama, hay elementos de comedia excéntrica, gracias a ese personaje protagonista. El lenguaje cinematográfico de Demolición mezcla dolor  y humor.

 

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Dice Vallee:»Es un renacimiento, es volver a la vida. Es la metáfora de separar las piezas de algo para volver a construir, para este personaje es destruirse en una manera para volver, porque no se gusta a sí mismo y yo me relaciono con eso»

En esta película se muestra a una persona que aprende a amar en medio de la pena,

 

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Vallée deposita el gran peso de su propuesta en el carismático actor principal, Jake Gyllenhaal, que interpreta a Davis. Y con esta película el canadiense demuestra una vez más ser un gran director de actores.

Y Jake Gyllenhaal demuestra que se trata de uno de los actores más polifacéticos del momento, capaz de abordar todo tipo de personajes.

El gran trabajo actoral de Jake Gyllenhaal y del adolescente Judah Lewis,  componen algunas de las escenas más memorables y emotivas de la película. Ambos son la encarnación viviente de la destrucción y el caos para terminar resurgiendo de sus propias cenizas.

 

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Davis Mitchell trabaja en finanzas. Y la película lo muestra en su lucha por entender su desconexión emocional, tras perder a su esposa en un accidente de coche. Aunque aparentemente no consigue sentir nada, su vida continúa desmoronándose y lo que comienza como una carta de queja a  una compañía de máquinas expendedoras de chucherías, se convierte en una serie de cartas que revelan impactantes declaraciones personales.

Quién recibe las confidentes cartas es Karen (Naomi Watts), encargada de la oficina de atención al cliente de dicha empresa, la cual se interesará por el estado de este cliente insatisfecho más allá de lo profesional.

En medio de sus propias cargas emocionales y financieras, los dos extraños forman una rara conexión y con la ayuda de Karen y su hijo Chris, se producirá en Davis una extraña catarsis, un proceso de reconstrucción que comenzará con la demolición de la vida que éste alguna vez conoció.

 

 

 

A partir de ahí, comienza a plantearse su vida, a demolerla para acabar con su superficie y encontrar, bajo ella, la esencia de la vida.

El relato desarrolla un camino algo demencial, de desconcierto que, a su vez, posee un subtexto sobre la falsedad de la vida contemporánea, sobre lo débil que es, en realidad, aquello sobre lo que sostemos nuestras vidas.

 

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Siguiendo a Davis nos adentrarnos en el remordimiento y la culpa generadas tras una pérdida, la cual llevará al protagonista a tocar fondo mientras intenta encontrar se alma perdida.

Un hombre que tras la muerte de su esposa no es capaz de sentir ni frío ni calor, cuyo efecto posttraumático desgarrador y desvastador se reduce a la ferviente necesidad de destruir literalmente todo aquello que le rodea.

 

 

 

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Es curiosa la manera en que Vallée estructura la memoria de Devis y la forma en la que éste va aceptando la muerte de su esposa. En lugar de recurrir a lánguidos flashback sobre sus vidas antes del accidente, los recuerdos de Davis son más sensaciones que otra cosa

 

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Frantz, de Francoise Ozon

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La película es una adaptación que hace el director francés, Francois Ozon, de la película estadounidense «Broken Lullaby» ( Remordimiento) de 1932, dirigida por Ernst Lubitsch.

Quien a su vez se había inspirado en la obra de teatro  L’homme que j’ai tué (El hombre que yo maté, 1925),  de Maurice Rostand.

Ozon comienza por la lectura de la obra de Rostand y descubre la película de Lubitsch.

Ozon es fiel al original, aunque varía el punto de vista. El punto de vista de Ozon es el de Anna, la novia del soldado muerto, alemana, que cobra centralidad.

Lubitsch lo hacía desde la perspectiva francesa, en 1932.

«Desde un principio, después de leer la obra de teatro, pensé en contar la historia desde el punto de vista de Anna. De esa forma se crea el suspense porque, al igual que el espectador, Anna no conoce los motivos de la visita de Adrien a Alemania», relata Ozon.

 

 

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El eje temático central es la idea del perdón, de la culpa y de la redención por el amor.

Para Adrien,el soldado francés que llega a Alemania, como para millones de soldados del frente, el espectáculo de la masacre que supuso aquella guerra, estaba por encima de sus posibilidades de resistencia psíquica. Era simplemente, un violinista reclutado a la fuerza y puesto a matar a otros por quienes no sentía absolutamente ningún odio ni rencor.

Adrien llega en busca de la absolución, del perdón, y de saber y conocer a quien fuera su víctima. Llega para rendirse ante su tumba.

Ozon parece querer mostrar el absurdo y sin sentido de las muertes realizadas en nombre de un patriotismo. O en medio del terror y la desesperación de una guerra.

Adrien, como Frantz, son el espejo de todos los soldados anónimos e inocentes, obligados a matar o ser muertos por otros como ellos.

 

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El segundo leit-motiv de la película es la idea de la mentira como vehículo para hacer digerible situaciones insuperables.

El soldado francés se ve obligado a mentir sobre los motivos que le han llevado hasta allí. Así mismo, la protagonista femenina mentirá en el último tercio de la película, desarrollada en territorio francés. ¿Es aceptable la mentira para evitar un daño mayor? Tal es la pregunta que plantea Ozon al espectador.

El tema de las mentiras para evitar sufrimientos nos recuerda la deliciosa película de Julie Bertuccelli filmada en Georgia, Cartas de Paris, 

Contra la verdad y la transparencia, Ozon plantea el sacrificio de la mentira, el secreto o el ocultamiento.

 

 

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Frantz es una película de amor, estructurada a partir del sufrimiento por la pérdida del ser querido.

Pone en escena el proceso del duelo, y a la vez, la reunión de las almas, más allá de las circunstancias adversas, por la comprensión en el dolor.

 

 

ENTREVISTA A FRANCOIS OZON

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¿Qué le interesó de la obra de Maurice Rostand?

Me gustó mucho la imagen de un soldado francés que deja flores en la tumba del enemigo. Empecé a trabajar sobre ello, y descubrí la película de Lubitsch. Lo dejé, no tenía sentido hacerla después de él. Pero vi que tanto la obra como el film tenían el punto de vista del joven francés, y a mí me interesaba más el de los perdedores: el de los alemanes.

Me parecía curioso que Lubitsch, austríaco, contara la historia desde el punto de vista de un francés. Hacer el ejercicio opuesto era un buen punto de partida al que agarrarme.

Entre los temas de la película destacan la reconciliación con el enemigo y el miedo al extranjero, algo muy presente hoy en día.

Creo que esta historia tiene abundantes puntos de contacto con lo que ocurre hoy: se habla del recelo ante el desconocido, del regreso a las fronteras y del miedo al emigrante. No se habla de la actualidad de forma directa, pero sí creo que ayuda a comprender el presente, y aspectos como el Brexit o el auge de los partidos políticos xenófobos.

 

 

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Ernst Lubitsch tomó una decisión temeraria al adaptar L’homme que j’ai tué (1925), obra teatral de Maurice Rostand, en el melodrama antibelicista Remordimiento (1932). La imagen de un desfile victorioso enmarcada por la amputación de un mutilado de guerra, las campanillas delatando la presencia de miradas durante el paseo de los potenciales amantes o el estratégico cambio de precio del vestido en un escaparate eran solo algunas evidencias de la eficacia de aplicar al melodrama el llamado toque Lubitsch, que era, más que un recurso concreto, una sensibilidad, suma de ingenio y capacidad de síntesis, cristalizada en figuras de estilo apoyadas en el sobreentendido.

 

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«La ausencia, el fantasma, es un tema muy cinematográfico, un tema que siempre se ha tratado en el cine».

«Muy pronto me pareció evidente que a Frantz había que visualizarlo desde la perspectiva de Anna, es decir, idealizado.

Anna no conoce al verdadero Frantz, ni Adrien tampoco: los dos lo han soñado, lo han imaginado de formas distintas.

Y eso es lo que me interesa, que el espectador también vea una imagen que es casi un cliché gracias al que se puede imaginar cosas.»

Ozon, a diferencia de Lubitsch, se ancla en un punto equidistante, tras una mirada empática hacia el duelo de unos y de otros.

«Muy pronto empecé a sopesar la idea de construir la película como un espejo entre los dos países; en la primera parte es Adrien el que hace la visita a Alemania y en la segunda parte es Anna la que hace el viaje a Francia.

Y eso me ha permitido construir la película como un espejo en el que las escenas se responden y, finalmente, demostrar que el nacionalismo fue el mismo en cada uno de los lados y que hubo tanto sufrimiento en un lado como en otro.

Anna se tiene que enfrentar a la mirada de los franceses al igual que Adrien se enfrenta a las alemanas al principio. »

 

 

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«En ese momento había una Europa en crisis, con un brote de nacionalismos, una vuelta a las fronteras, un miedo al extranjero y a los inmigrantes», explica Ozon

«Me pareció interesante mostrar que la historia se puede repetir, a menudo de forma trágica», y que hay que «interrogar al pasado para comprender mejor el presente».

 

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«La película enfrenta dos modelos de Europa, una Europa de la cultura, del reconocimiento del otro, donde no existen las fronteras y donde un joven francés puede hablar perfectamente en alemán. Los personajes son románticos, sensibles, cultos, pacifistas… Y, como opuesto, esa Europa del nacionalismo, de la guerra».

 

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«Desde el principio, cuando empecé a desarrollar esta historia, me di cuenta de que el contexto histórico era muy importante. Investigué mucho, leí mucho sobre este periodo [la crisis de la Europa de entreguerras] y me di cuenta de que hay mucho eco con la actualidad»

«Y puede sonar como un mensaje naíf, sobre todo cuando hoy en día nos enfrentamos a tanta violencia, pero esta película está claramente del lado de la cultura, porque de cierta manera manda el mensaje de que la cultura sirve para unir. La paz se puede conseguir conociendo la lengua del otro, su cultura, su poesía, su música…».

 

 

 

 

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«Mi productor se puso muy nervioso cuando le dije que quería cambiar de blanco y negro a color en algunas escenas. Y me preguntó si iban a ser los ‘flashbacks’. Y yo le dije que lo haría cuando me llegase la sensación y que el color vendría como una vuelta a la vida tras un periodo de dolor. Y así es como lo construí.

Por ejemplo, en el paseo por el campo, yo quería que la naturaleza fuese en color, en una decisión estética e instintiva. Me había sentido inspirado por los paisajes de Caspar David Friedrich -del romanticismo alemán-, que me gustan mucho.

El cuadro de Manet [‘El suicida’, 1877), al principio, se muestra en blanco y negro, y al final en color, lo que refuerza su violencia«. Un cuadro con el que se pone el punto final a un film, a pesar de lo doliente, optimista.

 

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HOMBRE Y MUJER CONTEMPLANDO LA LUNA DE CASPAR DAVID FIEDRICH

«Para mí es una película con un ‘happy ending’. Pero es muy interesante porque muchos jóvenes no lo ven así. Yo lo veo como que Anna ya es una adulta, ya entiende las cosas. Y mira el cuadro de ‘El suicida’ con distancia, como si todo el sufrimiento vivido estuviese dentro de la pintura y se ve capaz de observarlo con distancia, como quien ve una película».

 

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El director francés compone una especie de elegía a la Europa ilustrada, integradora y culta, del viejo continente renacido una y otra vez que ahora se debate entre la nostalgia por sus principios fundacionales y el miedo ante la inquietante deriva hacia el futuro.