Como con cada una de las películas de Francois Ozon, nos sorprende, nos provoca y nos conmueve.
Y como casi todas sus realizaciones tiene dos grandes virtudes: la elegancia con que suele rodar sus mordaces propuestas; y se mete con naturalidad en los recovecos más recónditos del deseo.
El tiempo que queda habla de la muerte. La muerte anunciada. Y en un hombre joven.
El tiempo que resta es sencillamente el que le queda al personaje de vida.
Qué hará entonces, cómo decidirá pasar sus últimos dos, tres meses es la materia prima del relato.
Y contra todo lo esperable, Ozon convierte esa peripecia terminal en un paradójico canto a la vida, en una despedida que a veces tiene las aristas de lo abrupto, pero en otras se convierte en veladas, pero no menos hermosas, declaraciones de cariño, de solidaridad, de empatía.
La interpretación masculina de Melvil Poupaud, es impresionante, capaz de reflejar toda la complejidad de la historia narrada.Y lo es más aún, si conocemos al actor de la formidable pelicula de Xavier Dolan, Florence Anyways.
¿qué hacer en estos tres meses? Un último y maravilloso acto de amor que Ozon pone en el camino del protagonista se relaciona con la paternidad.
Atesoremos la película que permanece en nuestra memoria y que revisamos de vez en cuando, como si de una caja de fotografías que rememoran nuestro pasado se tratara. Como esas fotografías, retales de toda una vida, que Romain se empeña en realizar, ya que no lo ha hecho en treinta años, durante los últimos tres meses de su propia vida, quizá desperdiciada, pero al final dotada de un cierto sentido.
El protagonista intentará inicialmente huir de ese cercano fin descendiendo al sexo duro y al consumo de droga, aunque muy pronto optará por estar con aquellas personas que le importan y con las que quizá se ha mantenido excesivamente despegado o incluso en conflicto permanente, pero sin buscar en ello una autocomplacencia o provocando la compasión. En resumen; intentar redimirse de actitudes basadas en su carácter egoísta, pero al mismo tiempo sentirse coherente con su forma de entender la vida.
A Romain únicamente le queda dejarse llevar, morir, en la bella escena final de la playa donde el director posa su mirada en ese personaje tumbado en la arena mientras el resto de personas va abandonando el cuadro y el ocaso va apagando la luz hasta el fundido en negro final.
La película se abre y se cierra con el plano de una playa desértica, con el personaje de espaldas mirando al mar.
La escena finalde la playa, relacionada con el principio del filme, le confiere una estructura circular en el cual Romain vuelve al principio, al origen, y quizá logra así el único momento de tranquilidad, de paz.
Esta es una de las mejores películas de Ozon. Y una de mis preferidas.
Fue presentada en Cannes 2005.