Basada en la novela autobiográfica y best seller en Italia, homónima, del periodista Massimo Gramellini, Fai bei sogni (2016) se presentó en el Festival de Cannes.
Dulces sueños es una película mágica, hipnótica.
Trabaja sobre los eufemismos, las frases hechas, los silencios, las normas, los cuestionamientos, las búsquedas traumáticas, las marcas de la infancia en la vida adulta.
LA FIGURA DE LA MADRE
Marco Bellocchio forma parte de la renovación moderna del cine italiano que surgió del neorrealismo, y compartía junto a Bernardo Bertolucci, los hermanos Taviani y el Pasolini de Accatone y Mamma Roma, las ansias de innovación formal y temática, a la par de la crítica moral y a las instituciones.
Bellocchio vuelve a recorrer aquellos caminos de sus inicios, en los años sesenta con su primera película I pugni in tasca (1965), obra de un profundo cuestionamiento de los cimientos de la sociedad italiana, de la opresión de la institución familiar, y de la figura materna como su piedra fundacional.
Considerada por Pasolini como una “exaltación a la anormalidad contra las normas del vivir burgués”, I pugni in tasca encuentra en Dulces sueños una tardía evocación, más cercana a cierta irónica reflexión que a aquella furia juvenil.
Dulces sueños elabora con una trama cuidada y apasionante, llena de texturas en el entramado de las escenas, el trauma infantil de la pérdida de la madre en un hombre adulto, a la vez que su dependencia a sus propios fantasmas, sus cuestionamientos y sus impedimentos para afrontar sus relaciones afectivas.
La imagen materna, centro del universo de Bellocchio, está teñida de ambigüedades, de sentimientos encontrados, de misterios irresueltos.
Como Belfagor, quien despierta los más cálidos escalofríos, la madre de Massimo deambula por pasadizos secretos, aunque sean las transitadas calles de Turín o la casa señorial en la que vive la familia.
Su presencia es asfixiante y embriagadora, y los espacios por los que ella se desplaza se tiñen de su encierro, de ese incierto malestar que la acompaña.
De adulto, Massimo hará propio ese pánico indescifrable.
Silencio, sentimiento de horfandad y pérdida, soledad, dolor, acompañan a Massimo a través de sus éxitos profesionales en el periodismo.
Massimo es consciente de su propia cobardía, de no haber preguntado, de nunca haber querido enfrentarse con su ceguera, con la verdad que intuía detrás de la aceptación.
Ese intento de salida ya se experimenta en su enfrentamiento con el padre, silencioso y distante, con el cura, con el profesor, figuras de autoridad que se asientan sobre el silencio y el secreto.
El olvido de la madre y la desmitificación de Belfagor son la pérdida de todo refugio, de toda protección.
Por ello el contacto con el afuera, el quiebre de aquel pasado idealizado y la conciencia de la recreación del fantasma ofrecen la verdadera dimensión del presente, pleno de miedos y contradicciones.
Bellocchio ha hecho del secreto sobre la muerte de la madre una subversiva declaración de principios: allí se cifra el peso de las instituciones que asfixian la vida en mandatos y regulaciones.
En cada momento de la vida de Massimo, Bellocchio cambia de registro como de género: pasa de los ambientes oníricos de la niñez, filmados con opulencia y un gran uso de la profundidad de campo en los pasillos y corredores, a la inmediatez de la guerra, al uso del fuera de campo en la escenificación de la foto de un niño y su madre asesinada, cuadro que sintetiza y clarifica su recuerdo.
La película encadena los momentos como lo haría la memoria porque a Bellocchio le interesa lo que pasa en la subjetividad de sus personajes. No la verdad de lo vivido sino la internalización de esa experiencia.
Por es clave la escena en la que el protagonista responde la carta de un lector de La Stampa, diario en el que trabaja, convirtiéndose en una repentina celebridad.
Ahí puede verse fuera de sí, puede ver, como en el espejo, como la huella de su dolor ha derivado en su absurda caricatura.
El trauma lo ha acompañado durante toda su vida, incluso, sin saber con exactitud qué sucedió en realidad.
Algo que con el tiempo averiguará, constatando que en realidad, la verdad estaba frente a él, que siempre lo supo, pero que nunca logró dar forma a los acontecimientos en su mente. O mejor dicho, nunca fue capaz de aceptarlos. Porque estaba sumido en un duelo interminable.
Aunque capaz de seguir con su vida con cierta normalidad, Massimo vive sumido en un sueño, anclado en el pasado, del cual intenta salir sin demasiado éxito.
Como en aquella otra película del director, La hora de la religión. La sonrisa de mamá (2002) Bellocchio es irónico. Descarga toda su ironía sobre las costumbres, el uso de la religión, las mentiras, los silencios familiares, el universo familiar y la figura materna.
Bellocchio se mantiene en la vanguardia del cine italiano, con sus obsesiones psicoanalíticas y su espíritu crítico y anticonformista, con sus ataques a la Iglesia y a la familia, los pilares de la cultura italiana.
Otras marcas de su cine es la búsqueda de ruptura asentada en la fragmentación del relato y en sus saltos temporales, y el lirismo visual surgido de la realidad representada.
Sin abandonar un retrato pretendidamente realista, en Dulces sueños Bellocchio persigue dar forma a un relato espectral, a una narración subjetiva desde la perspectiva del atormentado personaje.
La película es una reflexión sobre la soledad de la niñez, el dolor, la ausencia, la culpa y los conflictos no resueltos que dejan huellas que impiden madurar y realizarse.
El lenguaje cinematográfico de Bellocchio es infrecuente, es personal. Logra transmitir la carga emocional, con escenas de profunda emotividad y belleza formal. Sus relatos son tersos, fluidos, a la vez que ambiguos y misteriosos.
Lo no dicho, que constituye una temática frecuente de sus películas, es a la vez, un resorte formal de sus narraciones. Sus ambiguedades narrativas, sus elipsis, hacen que el espectador se vea obligado a elaborar trabajosamente la interpretación y lectura de sus películas.
Los silencios, las rupturas, las grietas en los relatos, las dificultades de interpretar la realidad, forman parte de la vida, parece decirnos Bellochio.
Por eso se interesa por tematizar este costado no claro, no fácil, que es entender y comprender el mundo.
La búsqueda de sentido es una constante humana. En la vida y en el cine. Y Bellocchio enfatiza este afán y esta necesidad.
Tal vez por eso me gusta tanto su cine.