En esta película de 1957 Bergman expresa sus fantasmas y sus preocupaciones espirituales que le vienen desde la infancia, como lo muestra en «Fanny y Alexander».
A través de la figura del padrastro, el pastor luterano, le llegan los miedos y el rigor más estricto de la religión institucional.
Acorde a la época, en pleno auge de la filosofía existencialista sartreana, Bergman plantea la temática del sin sentido de la vida, la presencia de la muerte, las búsquedas, y los cuestionamientos, las creencias recibidas, las indagaciones intelectuales.
El sello del título hace referencia a un pasaje del Libro de las Revelaciones y evoca el silencio de Dios, uno de los grandes temas, no solo en esta película sino también en la famosa trilogía formada por Como en un espejo (1961), Los comulgantes(1962) y El silencio (1963).
En un diálogo entre la muerte (disimulada como confesor) y Antonius Bergman expresa a través de lo tortuoso de los tormentos de Antonius, los temas que aborda en la película: la muerte, el sentido la vida, el más alla de la muerte y la existencia de Dios:
¿¡Porqué la cruel imposibilidad de alcanzar a Dios con nuestros sentidos!? ¿¡Porqué se nos esconde en una oscura nebulosa de promesas que no hemos oído y milagros que no hemos visto!? Si desconfiamos una y otra vez de nosotros mismo como vamos a fiarnos de los creyentes. ¡Qué va a ser de nosotros los que queremos creer y no podemos! ¿¡Porqué no logro matar a Dios en mi!? ¿¡Porqué sigue habitando en mi ser!? ¿¡Porqué me acompaña humilde y sufrido a pesar de mis maldiciones que pretenden eliminarlo de mi corazón, porqué sigue siendo una realidad que se burla de mi y de la cual no me puedo liberar… me oyes!?
Los comediantes, los juglares, la alegria y el amor, opuestos con su mundo de luminosidad a los penitentes, con sus representaciones oscurantistas, de castigos y sufrimientos, culpas y condenas.
El séptimo sello presenta a un caballero y su escudero, a la manera de Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, en su camino de regreso de las Cruzadas, en el que se encuentran hasta con la Muerte misma, a quien el Caballero desafía a jugar una partida de ajedrez.
Con imágenes emblemáticas, diálogos y reflexiones filosóficos, escenas de belleza visual, el director nos confronta con perspectivas vitales frente a la vida y a la muerte.
El encuentro de Juan con Raval, un antiguo profesor de seminario «reciclado» ahora en ladrón de bienes de los muertos al que Juan le atribuye haber ·envenenado» a su señor junto con el de la profesión de penitentes y la ejecución de la joven acusada de bruja, muestran a la religión institucional como expresión de un Dios vengativo y aterrorizador, al Dios de la Inquisición, alejado del amor.
LOS JUGLARES: AMOR E INOCENCIA
«Me bastará este recuerdo como una revelación» es como un momento de claridad en el que el atribulado Caballero comprende cuan importante es aprovechar el momento presente ante el cual los más densos pensamientos se hacen pequeños y se apaciguan.
Los juglares o comediantes son el «aire fresco» que contrasta con el tono sombrío de la película. No en vano se llaman José (Nils Poppe) y María (Bibi Andersson) que junto con su pequeño hijo Miguel y otro comediante llamado Jonas (Erik Strandmark) viajan en su carro dando representaciones de un pueblo a otro.
Son los únicos personajes en los que hay amor recíproco y hacia la gente a la que llevan alegría y diversión.
Con ellos Antonius vive uno de esos contactos gozosos con la vida. el único momento donde el caballero parece darse cuenta de lo importante que es el amor y el amistad:
La fe es un grave sufrimiento. Es como amar a alguien que está fuera en las tinieblas que no se presenta por mucho que se le llama. Sentado aquí, con vosotros, que irreales resultan estas cosas. Pierden su importancia […] Siempre recordaré este día. Me acordaré de esta paz, de las fresas y del cuenco de leche, de vuestros rostros a esta última luz. Me acordaré de Miguel así dormidito y de José con su laúd. Conservaré el recuerdo de todo lo que hemos hablado. Lo llevaré entre mis manos, amorosamente, como se lleva un cuenco lleno de leche hasta el borde… Me bastará este recuerdo como una revelación.
JUAN EL ESCUDERO
Como Sancho Panza, es el portavoz de la gente simple, del sentido común, de la torpeza pero el entendimiento de las cosas fundamentales de la vida.
«Aquí tienes al escudero Juan. Se ríe de la muerte, blasfema de Dios , se burla de sí mismo y sonrie a las mujeres. Su mundo es solo el mundo de Juan, un pobre bufón ridículo para todos e incluso para sí mismo. Tan indiferente es para el cielo como para el infierno» .
Al final de la película, cuando la muerte viene a buscar al caballero y a todos aquellos que están con él, Juan es el que muestra una actitud valiente y noble a diferencia de la cobardía y desesperación con la que Antonio la afronta, y pone de relieve la discusión que se plantea entre vida y sentido a través de la presencia de la muerte:
Antonius: De profundis clamavi ad te dominem (Desde las profundidades te llamé, oh Señor)… ¡Oh Dios, ten misericordia de nosotros que vivimos en las tinieblas pues que somos pequeños y estamos angustiados!
Juan: En las tinieblas que confiesas vivir, en las que confieso que vivimos los hombres no encontrarás a nadie que escuche tu angustiosa súplica y se pueda conmover. Sécate las lágrimas y mira el fin con serenidad.
Antonius: ¡Oh Dios, estés donde estés! Porque ciertamente debes de existir, ten misericordia de nosotros.
Juan: Hubieras gozado más de la vida despreocupándote de la eternidad, pero es demasiado tarde. En éste último instante goza al menos del prodigio de vivir en la verdad tangible antes de caer en la nada.
Bergman escribió sobre la película:
La idea de El Séptimo Sello me vino contemplando los motivos de pinturas medievales: los juglares, la peste, los flagelantes, la muerte que juega ajedrez, las hogueras para quemar a las brujas y las Cruzadas. Esta película no pretende ser una imagen realista de Suecia en la Edad Media. Es un intento de poesía moderna, que traduce las experiencias vitales de un hombre moderno en una forma que trata muy libremente los hechos medievales. En mi película el caballero regresa de las Cruzadas, como hoy un soldado regresa de la guerra. En el Medievo los hombres vivían en el temor de la peste. Hoy viven en el temor de la bomba atómica.
El Séptimo Sello es una alegoría con un tema muy sencillo: el hombre, su eterna búsqueda de Dios y la muerte como única seguridad. Cuando era niño acompañaba muchas veces a mi padre cuando tenía que ir a presidir el servicio religioso en las pequeñas iglesias aldeanas de los alrededores de Estocolmo. Para mí eran fiestas. En bicicleta viajábamos por los campos primaverales. Mi padre me enseñaba los nombres de las flores, de los árboles y de los pájaros. Pasábamos el día juntos, sin ser molestados por la vida ruidosa. El pequeño niño que yo era entonces, pensaba que la predicación era asunto de los adultos. Mientras que mi padre predicaba desde el púlpito y la congregación de los fieles rezaba, cantaba o ponía atención, yo concentraba toda mi atención en el misterioso mundo de la iglesia: sobre las bajas bóvedas, los gruesos muros, el aroma de la eternidad, la luz solar vibrante y de vivos colores sobre la extraña vegetación de las pinturas medievales y de las esculturas sobre los techos y paredes. Había todo lo que la fantasía podía desear: ángeles, santos, dragones, profetas, demonios, niños. Había animales aterradores como la serpiente del paraíso, la burra de Balaam, la ballena de Jonás, el águila del Apocalipsis. Todo rodeado de un paisaje, celestial, terreno y submarino, hundido en una extraña belleza que, sin embargo, era bien conocida. En un bosque estaba la muerte sentada y jugaba ajedrez con el caballero. Un personaje desnudo con los ojos muy abiertos se agarraba a las ramas de un árbol, mientras que abajo la muerte serraba el tronco con dedicación. En el horizonte de las colinas suavemente curvadas la muerte conducía la última danza hacia el valle de las tinieblas. En otra representación la Virgen María llevaba al Niño Jesús de la mano por un jardín de rosas. Sus manos eran como las de una campesina, su rostro serio sobre su cabeza batían las alas de los pájaros.
Los pintores del Medioevo reprodujeron todo eso con gran sensibilidad y con gran comprensión artística y con una gran alegría. Todo ello me impresionaba de un modo muy directo y efectivo y este mundo se me hizo tan normal como mi ambiente cotidiano con padre, madre y hermanos. Por el contrario, me defendía contra el drama siniestro que sospechaba cuando contemplaba la imagen de la crucifixión en el coro. Me dominaba la horrible crueldad y el sufrimiento sin medida. Sólo mucho más tarde la fe y la duda se conviertieron en mis fieles compañeros de camino. Con mi película quería pintar como un pintor medieval, con el mismo compromiso objetivo, la misma sensibilidad y la misma alegría. Mis personajes rien, lloran, gritan, tienen miedo, hablan, responden, juegan, sufren, buscan. Su horror es la peste, el Juicio Final. Nuestro horror es diferente, pero las palabras son las mismas. Nuestra pregunta continúa.
Con motivo de su restauración, la icónica (El séptimo sello,1957) se proyectó en Cannes Classics en homenaje al director.