Ojos negros

La idea de Ojos negros partió de Mastroianni: «Deseaba hacer, ha contado en Cannes, una película sobre cuentos de Chejov, pero a condición de que la dirigiese Mijalkov». Y éste aceptó a condición de que la interpretase Mastroianni.

actor hace un trabajo memorable en esta primorosa, divertidísima y emotiva recreación del mundo de Chejov, que se presentó en Cannes 1987. Y con él una docena de actores italianos y soviéticos bordan la media docena de cuentos de Chejov aglutinados en un solo relato y convertidos en un guión perfecto por el propio Mijalkov

.Cuando era niño, Romano (Marcello Mastroianni) se tapaba los oidos para no escuchar la nana que su madre le cantaba para que se durmiera. Temía que al dormir iba a perderse las cosas mas maravillosas que iban a suceder.
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Ojos negros es una tragicomedia que cuenta la historia de un hombre que vive instalado en la mentira y es incapaz de salir de ella. Así, retrasa su vida, olvidando que sólo se vive una vez, y en un momento clave, cuando su felicidad depende de su capacidad de ser honesto consigo mismo y decir lo que piensa, cuando parece que va a dar el paso que le haga ser dueño de su vida, duda, le traiciona su cobardía, se repliega sobre sí mismo y prefiere seguir anclado en la rutina.
Nikita Mikhalkov se inspira en tres obras cortas de Chejov con el propósito de crear un ambiente chejoviano, ser más fiel al espíritu que a la letra del escritor ruso. El cineasta se sirve de los relatos del escritor para, aplicándoles unas gotas de humor y otras de drama, contar una historia de amores truncados, ilusiones perdidas, fracasos vitales,

El 1º acontece en la lujosa casa de Romano donde vive con su mujer (Silvana Mangano). El personaje que interpreta Mastroianni deambula por ese ostentoso paisaje como si fuera el invitado que nadie desea. A Mikhalkov en este segmento, se le notan, a veces en demasía las costuras viscontinianas.
Un balneario termal al que acude Romano es el siguiente escenario. Allí conocerá a la dama del perrito, la rusa Anna (una frágil Elena Sofonova) y se enamorarán. Aquí es Fellini el que parece inspirar al cineasta ruso en escenas como la de la carrera de sillas de ruedas o la del recital de ópera en los jardines del balneario.
— En el tercer acto Romano viaja a Rusia con el pretexto de conseguir financiación para instalar allí una fabrica de vidrio. El verdadero objetivo es volver a ver a Anna, que está casada, para declararle su amor y decirle estar dispuesto a dejarlo todo por ella. En esta parte abunda el humor, grotesco en ocasiones, que nace sobre todo de la falta de comunicación que provoca la barrera del idioma.
— Finalmente, en la última sección, la más breve, Romano regresa a Italia para pedir el divorcio a su esposa y poder reunirse con Anna. Pero …

Mikhalkov opone al drama, que nunca llega a estallar, un tono de melancolía pegadiza, a la tristeza implícita de la narración, una alegre levedad, para evocar en última instancia, algo tan duro como el fracaso vital de un hombre que ha amado pero no ha sabido entregarse. Y ese hombre, Romano, no podría ser otro que un soberbio Marcello Mastroianni. El gran actor italiano crea un personaje inolvidable, que a pesar de resultar patético y hasta ridículo, inmaduro y frágil, mentiroso, consigue conquistarnos como conquista a Anna, por esa manera casi infantil de afrontar la vida. esa forma de utilizar la palabra como instrumento de seducción.

Corn Island, del georgiano Ovashvili

 

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Procedente de Georgia, 2014, dirigida por George Ovashvili,a quien conociamos por su producción anterior, la excelente La otra orilla (2009,The other bank), y cuya última producción es Khibula (2017).

Hablada en idiomas ruso, georgiano  y abjasio. Por esta multiplicidad linguística y por su temática, esta película es reflejo de la situación que vive ese país.

Corn Island es una coproducción en la que participan seis países: Georgia, Alemania, Francia, República Checa, Kazajstán y Hungría, con la que ganó el premio principal en el prestigioso Festival de Cine de Karlovy Vary, el más importante del este de Europa.

Ovashvili nos narra la aventura, pequeña e intrascendente, de un hombre contra los elementos. Un anciano agricultor toma posesión de una de las efímeras islas que la corriente del río Enguri forma tras las lluvias. El suelo de estas islas es rico y fértil, lo que permite plantar cereal que alimenta a las familias durante los duros inviernos.

En la propuesta de este autor hay una mirada, seria y respetuosa, a un estilo de vida, alejado de las ciudades y el asfalto, oculto a las miradas de un siglo XXI que parece ajeno a la realidad que muestra.

 

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El director se esfuerza en presentar al río como un ente orgánico, casi vivo, capaz de ofrecer esperanza y al mismo tiempo transformarse en el más despiadado de los verdugos.

A partir de esta premisa mínima,con la mirada puesta en la realidad, en el entorno, en la vida, rozando con premeditación el documental Ovashvili sigue el día a día los trabajos de sus personajes.

Ovashvili se recrea con el espacio, y transforma el paisaje en un personaje más. Los largos días en la isla, llenos de trabajo, sudor y complicaciones, van construyendo la trama de la película.

 

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El río Enguri forma la frontera entre Georgia y la República de Abjasia. Las tensiones entre los dos países no han disminuido desde la guerra de 1992-93. Cada primavera, el río trae suelo fecundo desde el Cáucaso hasta las llanuras de Abjasia y noroeste de Georgia, creando pequeñas islas: pequeños grupos de tierra de nadie. Las islas son refugios para la vida silvestre, pero en ocasiones también para el hombre.

La película se abre con el amanecer en el río: la atención del viejo que desplaza la canoa está centrada en una búsqueda. Pasadas las lluvias torrenciales de la primavera, cuando baja el caudal de las aguas, la corriente deposita su sedimento terroso en las zonas menos deprimidas del río, formando fértiles islas. Si la tierra es suficientemente estable y los estratos propicios, se convertirán en extraordinarios campos para el cultivo del maíz.

La historia comienza cuando el viejo granjero de Abjasia pone el pie en una de las islas. El viejo campesino pone sus pies en la isla, comprueba su densidad con sus pisadas. Sus pasos sirven también para medir su extensión y calcular la cosecha, si el tiempo y la guerra que se debate en las dos orillas no lo impiden. Examina la tierra con sus manos para evaluar su humedad, incluso se la lleva a la boca para probarla. Un pañuelo blanco anudado a un palo a modo de mástil, indica a los demás campesinos que aquella isla ya tiene quien la trabaje. Regresará pronto con las herramientas para construir una cabaña donde pasar los tres meses hasta la recogida de la cosecha. No puede entretenerse, el tiempo es justo, llegarán las lluvias del otoño y la crecida del río desgarrará la isla hasta que no quede nada. Su nieta adolescente será su única ayuda, su única compañía.

El anciano se construye una cabaña para él y su nieta adolescente, él ara la tierra y juntos siembran maíz. El maíz madura y la nieta florece, el anciano se enfrenta al ciclo ineludible de la vida.

 

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El relato se desarrolla en el escenario del río Enguri, que hace de frontera entre Georgia y la autoproclamada república autónoma de Absajia, que los georgianos consideran parte de su territorio, pero que cuenta con el reconocimiento y protección de Rusia, y que ha sido escenario de confrontación armada.

Es la lucha con la naturaleza, un ritmo de vida tranquilo, sólo perturbado por los disparos que se escuchan a veces, y las patrullas de soldados que recorren en lancha el río.

George Ovashvili sitúa la acción en una de las épocas más dolorosas de la historia contemporánea de su país, la fratricida guerra que entre 1992 y 1993, Georgia mantuvo con la provincia secesionista de Abjasia, y que produjo más de 10.000 muertos y 300.000 exiliados.

Sobre la situación política de esa región que sirve de escenario al film, dice el director: en 2008 vivió una invasión rusa en las regiones de Abjasia y Osetia del Sur, o Georgia central como lo llaman los georgianos, lo que provocó la expulsión de 350.000 georgianos por parte de 60.000 abjasos ayudados por el ejército ruso.

«Ahora -asegura-, Rusia controla de alguna manera a la población abjasa y está imponiendo el ruso en las escuelas», aunque según Ovashvili «los abjasos se están dando cuenta de esto y empiezan un poco a reclamar una identidad nacional propia, independiente a la rusa», concluye.

Pero “Corn Island“ no es una película política, los enfrentamientos armados se producen siempre fuera de campo: escuchamos en off los disparos cercanos, vemos los soldados de ambos bandos cruzando en lanchas rápidas, observando al viejo campesino, pero respetando su esforzado trabajo.

La isla se convierte en una metáfora de la libertad que ansían todas las víctimas inocentes de todos las guerras: los civiles que sólo quieren seguir con su humilde vida.

El director georgiano pone su énfasis en el respeto absoluto a la naturaleza: los ciclos   de la vida y de la muerte están presentes en su discurso, la regeneración necesaria para que todo cambie y todo continúe como en el principio. Su mirada es claramente minimalista, el hombre sólo es un grano de maíz a merced de la voluntad inexorable de la naturaleza.

 

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Ovashvili nos presenta esta isla durante el verano, para hablar de la vida que ayer fue, hoy es y mañana será, sobre el ciclo vital de la naturaleza, del constante fluir y su eterna repetición.

No deifica a la naturaleza, pero sí la mira y nos hace mirarla con asombro y respeto.

Sobre el escenario de los ciclos naturales inserta la vida humana, con sus trabajos, sus desarrollos y su violencia. Casi como parte del paisaje, la guerra.

Respecto del final, el director dice: «de un lado el abuelo, una vida que termina, y la nieta, que es una vida que tiene que empezar. De alguna manera, sin que una de estas vida termine, la otra no puede iniciarse, tiene que ser una especie de ciclo»,

Ovashvili recrea con acierto la incertidumbre ante lo que puede acontecer inmediatamente en una zona tan conflictiva, centrándose en la monótona vida de dos insistentes personajes, marcada por acciones repetitivas y silenciosas; principalmente a través de los gestos y las miradas.

 

 

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Ovashvili renuncia al lenguaje, y los enormes silencios son los grandes protagonistas.

Las personas que viven del río son duras, supervivientes que cuentan unicamente con la fuerza de su trabajo.

 

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A medida que avanza la película, en la que aparentemente no pasa nada, nos damos cuenta de la increíble habilidad de este director para la construcción de personajes. De repente, en el tramo final de película, entendemos que nos importan este anciano y su nieta. La empatía imposible sucede.

Ovashvili nos ha presentado una historia universal. El director habla de los miedos básicos del ser humano, de las tragedias que nos separan. La incapacidad de controlar la naturaleza, la soledad, la familia, el sacrificio.

Corn Island parece no contar un relato, pero nos sorprende en la conexión que logra con el sentido más profundo de la vida.

 

 

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Cuando Corn Island termina, deseamos seguir estando ahí, que el río no la cubra, que siga existiendo.

 

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Leche, de la trilogía turca de Yusuf, por Kaplanoglu

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Leche (2008) es la segunda película de la trilogía de Yusuf, que se completa con Huevo (2007) y Miel (2010): de estas la primera relata el momento del regreso a su pueblo por la muerte de su madre, y la última la infancia en un caserío en el bosque.

La hilación en el relato del ciclo vital del personaje sugieren la planificación de la trilogía como un todo desde el principio, desde que el personaje de Yusuf adolescente empezó a rondar la cabeza del director.

La conexión entre Huevo-Leche-Miel es producto de un programa que hace que la repetición de motivos tenga absoluta coherencia dramática y narrativa.

Las películas tienen una coherencia interna en conjunto y en autonomía. Las historias se desenvuelven con significación que remite al pasado y al futuro del personaje.

Leche  narra la adolescencia de Yusuf junto a su madre en los suburbios de una ciudad moderna, habiendo dejado atrás el bosque y su poblado natal de Anatolia.

Lo que significa que Kaplanoglu ha ido avanzando retrospectivamente desde un presente adulto hacia la infancia.

Como un rompecabezas vamos componiendo las partes del relato de la vida de Yusuf, el personaje. Lo que permite completar los vacíos, explicar y encontrar nuevos sentidos a la trama, enriqueciendo la historia de una vida.

Una vida común, simple, un poeta, hijo de campesinos, sobre el que Kaplanoglu crea un mundo de sutilezas, tintes subjetivos de gran profundidad, sentimientos, gestos y miradas que nos llevan al interior del personaje.

 

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Se trata de una simplicidad que se vuelve interesante, pues el director logra montar su relato sobre el misterio y la magia que puede llegar a ser una vida. Una vida bien contada, con sus incertidumbres, angustias, deseos, decisiones, frustraciones, sentimientos.

LA ETAPA ADOLESCENTE

A través de Yusuf, Kaplanoglu nos ubica en el mundo de la adolescencia, con todo lo incierto e indefinido que implica ese momento.

Un momento en el que el personaje se busca, intenta encontrar su lugar como poeta, trazar su camino en el campo creativo literario.

A la vez debe ayudar a su madre, y el director complejiza la relación entre ambos, al hacer entrar un pretendiente que resulta disruptivo en la relación filial.

Yusuf busca su lugar en el mundo, en la familia, en lo económico, lo social, está en plena construcción de su identidad. El director lo muestra en sus relaciones con el mundo, con su madre, con una mujer, con su amigo, con el poeta reconocido.

Y tal vez porque la adolescencia en esa etapa tan incierta y difícil, Leche resulta menos poética que Miel, y más compleja o árida que Huevo.

Leche es la historia del fracaso de Yusuf adolescente: sufre  dos desengaños decisivos,  pierde al mismo tiempo la patria y la atención prioritaria de su madre. En un país que inyecta el ardor patriótico desde la escuela, no ser apto (Yusuf y su padre son epilépticos) para cumplir el servicio militar es una deshonra.

El sentimiento de culpa coincide con la aventura sentimental de su madre, que le provoca ira, celos, lo desubica e incomoda. Lo espía, e intenta reconquistar su lugar.

Leche relata el traumático final de la adolescencia de Yusuf, y lo presenta con una escena final de gran poder simbólico.

 

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Kaplanoglu hace un cine artesanal. No utiliza la música, y hace entrar el sonido  y los ruidos del medio ambiente. Rechaza la luz artificial y los métodos digitales. Su hacer como realizador es coherente con su defensa de la cultura ancestral de Anatolia.

Su lenguaje cinematográfico se caracteriza por planos largos, cámara fija, silencios, una mirada antropológica sobre la cultura campesina, la carencia de explicación de algunos hechos… lo que hace que sean películas difíciles o arduas de ver desde el punto de vista del entretenimiento.

La cámara se mete dentro de las casas, la familia, la escuela, las creencias.

Estas películas parecen una indagación y un interés, casi una obsesión, por mostrar cómo es la vida en esos ámbitos de cultura rural, simple, pobre, esforzada, basada en el trabajo, con fuertes supersticiones y ritos casi macabros.

Pero ese interés no es exhibir un exterior,  hábitos o costumbres, formas de vida, sino los sentimientos, la vida subjetiva de los personajes.

Cómo es vivir en ese escenario natural, en el marco de esas tradiciones. Que significa habitar esa naturaleza y esa cultura ancestral, de creencias primitivas, de un rico acerbo que contiene elementos de diversos pueblos esparcidos a lo largo de los siglos en la región: Kurdo, Yörük, Azerí, Rom, Balkar, Uyghur, Tatar, Pomak, y otros.

Kaplanoglu resalta su interés por las creencias y costumbres ancestrales, con una mirada de antropólogo, que se refleja en la escena de curanderismo con que se abre la película.

Frente y junto a ese rico pasado cultural, El director exhibe los valores de la Turquía actual, moderna, aspirante a ocupar un lugar hegemónico en la región. El orgullo, el progreso y el honor, como valores que constituyen la base del nacionalismo y el poderío moderno, se muestra en la secuencia del ingreso al servicio militar.

El enfrentamiento entre la Turquía rural y la urbana es central en la temática del director.

Turquía se nos presenta como una cultura dividida entre la tradición oriental del país, que el cineasta reivindica, y la llamada histórica a modernizarse.

Es un cine intimista marcado por la melancolía, tal vez por esa cultura que va muriendo en aras de la modernización, y que el director siente que se está extinguiendo, y se irá perdiendo.

La transformación irremediable del paisaje rural actúa como metáfora de la pureza perdida de una infancia que habita en el núcleo de la trilogía, y en la que el protagonista vive una ruptura catártica con el pasado.

En una pelea impotente y plena de nostalgia, como lo que Yusuf dejó atrás y volverá a recuperar, al volver al pueblo, Kaplanoglu intenta retener haciendo estas bellísimas piezas cinematográficas, semi-autobiográficas, que destilan sentimiento contenido, observación, sensibilidad, silencio.

 

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Los títulos de las películas que componen la trilogía, así como la producción posterior, Grano (2018), aluden a los elementos brindados por la naturaleza para provecho del hombre, son elementos que constituyen la alimentación básica en esa cultura.

La naturaleza ocupa un lugar central en la cinematografía del director.

El modo en que trata el paisaje, a través de tomas de grandes dimensiones, la montaña, la llanura, el bosque, marcan la pequeñez del ser humano en esos paisajes imponentes.

En este mostrar la pequeñez y fragilidad del ser humano creemos encontrar el sentido religioso del director.

 

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Con matices autobiográficos, la trilogia turca nos impacta. Es un cine absolutamente personal, con un sello propio.

Un cine que desnuda una realidad personal y colectiva. Y que si logramos entrar, nos conmueve enormemente.

Los desvelos de Yusuf están profundamente marcados por su condición de poeta, de modo que la propia trilogía reproduce esa mirada lírica.

Cada plano, cada detalle, cada emoción y cada gesto reflejan un significado profundo como proyección de las emociones perturbadoras de Yusuf.

Yusuf desde la infancia tiene sensibilidad de poeta, siempre mirando, sorprendiéndose, buscando… Y el espectador es arrastrado por esa mirada, por la transformación poética que provoca el lenguaje de este director.

 

 

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Semih Kaplanoglu

 

-En sus películas aparentemente pasan pocas cosas pero, en verdad, cada plano ofrece sutilezas y significados ocultos…
-Esa es la intención. Todas mis películas son así: no hay nada casual o fuera de control. El cine actual está lleno de acontecimientos y de ruido pero luego no sucede nada importante. Yo pretendo hacer todo lo contrario. Es decir, en mis películas lo que llamamos “trama” es muy liviana, pero yo estoy explicando muchas cosas.

Huevo y Miel están relacionadas de una manera íntima. La primera nos muestra al personaje regresando a su paisaje de la infancia. La segunda, nos sitúa directamente en ella.
Miel puede entenderse como un largo flashback que surge de Huevo, cuando el protagonista visita la casa de su madre. Por eso recomiendo enérgicamente ver las películas en el orden en que fueran concebidas. En este sentido, aunque siempre coloco la cámara en una posición bastante baja, a no más de metro y medio del suelo, en el caso de Miel está especialmente a ras de tierra, porque esa mirada puede ser tanto la del niño protagonista como la mirada retrospectiva del adulto que regresa a su hogar.
Fragilidad y melancolía

– Esa posición de la cámara enfatiza también la pequeñez del ser humano en relación con la naturaleza, que es presentada como un refugio pero también como un lugar hostil.

-Para mí la naturaleza nunca es un lugar terrible, todo lo contrario. Lo que me interesaba resaltar era la fragilidad del hombre. Todos somos pequeños en un mundo muy grande. Ya no digamos de niños.

-Aunque las tres películas retraten tres edades muy dispares, sí puede observarse una conexión invisible, la melancolía.
Esta trilogía surge de un momento vital muy concreto en mi vida, que es cuando supero los cuarenta años y comienzo a plantearme cuestiones relacionadas con la idea de la muerte, del tiempo que dejo atrás y no vuelve. Al regresar a mi pueblo y reencontrarme con las personas que conocí entonces, me di cuenta de que en esa época estaba mi verdadera identidad, aunque me sorprendió la distancia entre la imagen que tenían de mí quienes me conocieron y lo que en realidad soy. Esa búsqueda del significado obliga a volver al origen, aunque éste pueda confundirnos.

-Hay algo que nosotros tenemos que nos distingue de los occidentales. Nosotros paramos cinco veces al año para rezar, estamos en conexión con la divinidad, mientras que el tiempo no se detiene en occidente. El tiempo viene de Dios y a Él volverá. Eso trae consigo, aunque sea de forma inconsciente, una forma distinta de hacer cine, porque no olvide que el cine es, sobre todo, tiempo.