Leche (2008) es la segunda película de la trilogía de Yusuf, que se completa con Huevo (2007) y Miel (2010): de estas la primera relata el momento del regreso a su pueblo por la muerte de su madre, y la última la infancia en un caserío en el bosque.
La hilación en el relato del ciclo vital del personaje sugieren la planificación de la trilogía como un todo desde el principio, desde que el personaje de Yusuf adolescente empezó a rondar la cabeza del director.
La conexión entre Huevo-Leche-Miel es producto de un programa que hace que la repetición de motivos tenga absoluta coherencia dramática y narrativa.
Las películas tienen una coherencia interna en conjunto y en autonomía. Las historias se desenvuelven con significación que remite al pasado y al futuro del personaje.
Leche narra la adolescencia de Yusuf junto a su madre en los suburbios de una ciudad moderna, habiendo dejado atrás el bosque y su poblado natal de Anatolia.
Lo que significa que Kaplanoglu ha ido avanzando retrospectivamente desde un presente adulto hacia la infancia.
Como un rompecabezas vamos componiendo las partes del relato de la vida de Yusuf, el personaje. Lo que permite completar los vacíos, explicar y encontrar nuevos sentidos a la trama, enriqueciendo la historia de una vida.
Una vida común, simple, un poeta, hijo de campesinos, sobre el que Kaplanoglu crea un mundo de sutilezas, tintes subjetivos de gran profundidad, sentimientos, gestos y miradas que nos llevan al interior del personaje.
Se trata de una simplicidad que se vuelve interesante, pues el director logra montar su relato sobre el misterio y la magia que puede llegar a ser una vida. Una vida bien contada, con sus incertidumbres, angustias, deseos, decisiones, frustraciones, sentimientos.
LA ETAPA ADOLESCENTE
A través de Yusuf, Kaplanoglu nos ubica en el mundo de la adolescencia, con todo lo incierto e indefinido que implica ese momento.
Un momento en el que el personaje se busca, intenta encontrar su lugar como poeta, trazar su camino en el campo creativo literario.
A la vez debe ayudar a su madre, y el director complejiza la relación entre ambos, al hacer entrar un pretendiente que resulta disruptivo en la relación filial.
Yusuf busca su lugar en el mundo, en la familia, en lo económico, lo social, está en plena construcción de su identidad. El director lo muestra en sus relaciones con el mundo, con su madre, con una mujer, con su amigo, con el poeta reconocido.
Y tal vez porque la adolescencia en esa etapa tan incierta y difícil, Leche resulta menos poética que Miel, y más compleja o árida que Huevo.
Leche es la historia del fracaso de Yusuf adolescente: sufre dos desengaños decisivos, pierde al mismo tiempo la patria y la atención prioritaria de su madre. En un país que inyecta el ardor patriótico desde la escuela, no ser apto (Yusuf y su padre son epilépticos) para cumplir el servicio militar es una deshonra.
El sentimiento de culpa coincide con la aventura sentimental de su madre, que le provoca ira, celos, lo desubica e incomoda. Lo espía, e intenta reconquistar su lugar.
Leche relata el traumático final de la adolescencia de Yusuf, y lo presenta con una escena final de gran poder simbólico.
Kaplanoglu hace un cine artesanal. No utiliza la música, y hace entrar el sonido y los ruidos del medio ambiente. Rechaza la luz artificial y los métodos digitales. Su hacer como realizador es coherente con su defensa de la cultura ancestral de Anatolia.
Su lenguaje cinematográfico se caracteriza por planos largos, cámara fija, silencios, una mirada antropológica sobre la cultura campesina, la carencia de explicación de algunos hechos… lo que hace que sean películas difíciles o arduas de ver desde el punto de vista del entretenimiento.
La cámara se mete dentro de las casas, la familia, la escuela, las creencias.
Estas películas parecen una indagación y un interés, casi una obsesión, por mostrar cómo es la vida en esos ámbitos de cultura rural, simple, pobre, esforzada, basada en el trabajo, con fuertes supersticiones y ritos casi macabros.
Pero ese interés no es exhibir un exterior, hábitos o costumbres, formas de vida, sino los sentimientos, la vida subjetiva de los personajes.
Cómo es vivir en ese escenario natural, en el marco de esas tradiciones. Que significa habitar esa naturaleza y esa cultura ancestral, de creencias primitivas, de un rico acerbo que contiene elementos de diversos pueblos esparcidos a lo largo de los siglos en la región: Kurdo, Yörük, Azerí, Rom, Balkar, Uyghur, Tatar, Pomak, y otros.
Kaplanoglu resalta su interés por las creencias y costumbres ancestrales, con una mirada de antropólogo, que se refleja en la escena de curanderismo con que se abre la película.
Frente y junto a ese rico pasado cultural, El director exhibe los valores de la Turquía actual, moderna, aspirante a ocupar un lugar hegemónico en la región. El orgullo, el progreso y el honor, como valores que constituyen la base del nacionalismo y el poderío moderno, se muestra en la secuencia del ingreso al servicio militar.
El enfrentamiento entre la Turquía rural y la urbana es central en la temática del director.
Turquía se nos presenta como una cultura dividida entre la tradición oriental del país, que el cineasta reivindica, y la llamada histórica a modernizarse.
Es un cine intimista marcado por la melancolía, tal vez por esa cultura que va muriendo en aras de la modernización, y que el director siente que se está extinguiendo, y se irá perdiendo.
La transformación irremediable del paisaje rural actúa como metáfora de la pureza perdida de una infancia que habita en el núcleo de la trilogía, y en la que el protagonista vive una ruptura catártica con el pasado.
En una pelea impotente y plena de nostalgia, como lo que Yusuf dejó atrás y volverá a recuperar, al volver al pueblo, Kaplanoglu intenta retener haciendo estas bellísimas piezas cinematográficas, semi-autobiográficas, que destilan sentimiento contenido, observación, sensibilidad, silencio.
Los títulos de las películas que componen la trilogía, así como la producción posterior, Grano (2018), aluden a los elementos brindados por la naturaleza para provecho del hombre, son elementos que constituyen la alimentación básica en esa cultura.
La naturaleza ocupa un lugar central en la cinematografía del director.
El modo en que trata el paisaje, a través de tomas de grandes dimensiones, la montaña, la llanura, el bosque, marcan la pequeñez del ser humano en esos paisajes imponentes.
En este mostrar la pequeñez y fragilidad del ser humano creemos encontrar el sentido religioso del director.
Con matices autobiográficos, la trilogia turca nos impacta. Es un cine absolutamente personal, con un sello propio.
Un cine que desnuda una realidad personal y colectiva. Y que si logramos entrar, nos conmueve enormemente.
Los desvelos de Yusuf están profundamente marcados por su condición de poeta, de modo que la propia trilogía reproduce esa mirada lírica.
Cada plano, cada detalle, cada emoción y cada gesto reflejan un significado profundo como proyección de las emociones perturbadoras de Yusuf.
Yusuf desde la infancia tiene sensibilidad de poeta, siempre mirando, sorprendiéndose, buscando… Y el espectador es arrastrado por esa mirada, por la transformación poética que provoca el lenguaje de este director.
Semih Kaplanoglu
-En sus películas aparentemente pasan pocas cosas pero, en verdad, cada plano ofrece sutilezas y significados ocultos…
-Esa es la intención. Todas mis películas son así: no hay nada casual o fuera de control. El cine actual está lleno de acontecimientos y de ruido pero luego no sucede nada importante. Yo pretendo hacer todo lo contrario. Es decir, en mis películas lo que llamamos “trama” es muy liviana, pero yo estoy explicando muchas cosas.
–Huevo y Miel están relacionadas de una manera íntima. La primera nos muestra al personaje regresando a su paisaje de la infancia. La segunda, nos sitúa directamente en ella.
–Miel puede entenderse como un largo flashback que surge de Huevo, cuando el protagonista visita la casa de su madre. Por eso recomiendo enérgicamente ver las películas en el orden en que fueran concebidas. En este sentido, aunque siempre coloco la cámara en una posición bastante baja, a no más de metro y medio del suelo, en el caso de Miel está especialmente a ras de tierra, porque esa mirada puede ser tanto la del niño protagonista como la mirada retrospectiva del adulto que regresa a su hogar.
Fragilidad y melancolía
– Esa posición de la cámara enfatiza también la pequeñez del ser humano en relación con la naturaleza, que es presentada como un refugio pero también como un lugar hostil.
-Para mí la naturaleza nunca es un lugar terrible, todo lo contrario. Lo que me interesaba resaltar era la fragilidad del hombre. Todos somos pequeños en un mundo muy grande. Ya no digamos de niños.
-Aunque las tres películas retraten tres edades muy dispares, sí puede observarse una conexión invisible, la melancolía.
–Esta trilogía surge de un momento vital muy concreto en mi vida, que es cuando supero los cuarenta años y comienzo a plantearme cuestiones relacionadas con la idea de la muerte, del tiempo que dejo atrás y no vuelve. Al regresar a mi pueblo y reencontrarme con las personas que conocí entonces, me di cuenta de que en esa época estaba mi verdadera identidad, aunque me sorprendió la distancia entre la imagen que tenían de mí quienes me conocieron y lo que en realidad soy. Esa búsqueda del significado obliga a volver al origen, aunque éste pueda confundirnos.
-Hay algo que nosotros tenemos que nos distingue de los occidentales. Nosotros paramos cinco veces al año para rezar, estamos en conexión con la divinidad, mientras que el tiempo no se detiene en occidente. El tiempo viene de Dios y a Él volverá. Eso trae consigo, aunque sea de forma inconsciente, una forma distinta de hacer cine, porque no olvide que el cine es, sobre todo, tiempo.