En una reivindicación de la Sagrada Familia, no conformada por los vínculos sanguíneos, la película de Eugène Green convierte el anacronismo ético y estético en una forma de resistencia
Una película sobre la familia en pleno siglo XXI.
Eugène Green es uno de los cineastas más insólitos del cine actual.
Estadounidense residente en Francia desde los años sesenta, con cincuenta y pico años, decidió debutar en el cine.
La gran pasión de Green es el Barroco. Fundó una compañía dedicada al teatro barroco en París.
De este director vimos su anterior película, La Sapienza (2014),en la que se deleitaba con la arquitectura de las catedrales post barrocas, en lo que era un viaje espiritual a través de la luz.
Una oda a ese mundo: una historia contemporánea, pero inspirada en los grandes maestros de la arquitectura post renacentista como Borromini y Bernini, con música de ese período en que surgió la ópera.
En La Sapienza sigue la trayectoria de un arquitecto desencantado de la vida hacia la luz, a través de la recuperación de la obra de Francesco Borromini, cuya carrera fue ensombrecida por la del mucho más popular y exitoso Gian Lorenzo Bellini.
En un viaje a las antípodas de lo que podrían ser sus referentes culturales en tanto neoyorquino de nacimiento, en sus películas muestra lo que le apasiona, el arte barroco.
Green es un gran estudioso del teatro, la arquitectura, la pintura y la música del siglo XVII.
Sus películas se desarrollan en los tiempos presentes, pero tanto su concepción estética como las trayectorias de los personajes tienen algo de anacrónico.
En El hijo de Joseph, nuevamente encontramos estos temas, junto con la problemática que le interesa al director, que trae esas pasiones artísticas a la actualidad: la constitución de la familia, la relación intergeneracional, la búsqueda de modelos por parte de los jóvenes, la búsqueda de sentido y de afecto, el encuentro de cierta felicidad.
La concepción de Green cruza lo existencial, el amor humano y lo sagrado que siempre está presente a través del arte antiguo.
El mensaje es bastante claro: con el fin de encontrar la luz, o la felicidad, o la liberación de la angustia, Green diseña los caminos de sus personajes como una trayectoria guiada por la necesidad del amor. Nos necesitamos mutuamente. Y necesitamos una familia.
Pero no necesariamente se trata de una familia convencional, ni siquiera constituida por los lazos de sangre.
La figura del padre, y del hijo, remiten a las figuras bíblicas de Abraham e Isaac. El requerimiento de Dios como prueba de fe. La tan cuestionada escena bíblica está presente a través de la pintura barroca de Caravaggio.
La pintura obsesiona al joven protagonista.
Y tal vez lo motive a la búsqueda de su padre biológico.
Porque los personajes de Green se obsesionan a partir del arte, tal vez como el propio director.
El objeto de su ironía son las personalidades ridicularizadas del mundo cultural, esnobs insensibles y pretenciosos, sin capacidad para empatizar con el prójimo, que idolatran a sus propios egos.
Green ha convertido toda una serie de recursos estéticos en rasgos identificativos de su obra: la interpretación bressoniana de los actores, la frontalidad de los planos/contraplanos, de manera que los personajes parecen dirigirse al espectador y no a su interlocutor en los diálogos, el francés pronunciado de una manera nítida y literaria, y la combinación de los gestos sobrios y contenidos con cierto registro cómico.
Rebeldía contra el mundo
El protagonista de El hijo de Joseph, Vincent (el debutante Victor Ezenfis), no es un adolescente como el resto. Green nos lo presenta avanzando por la calle con la mirada frontal entre jóvenes que no pueden quitar la vista del móvil.
Su habitación está presidida por un póster de ‘El sacrificio de Isaac’, de Caravaggio, que fue pintado en 1603 y cuyo original reside en Florencia.
El problema que suscitó esta pintura consistió en la reacción que Caravaggio adjudica a Isaac, que hasta entonces había mostrado una actitud dócil ante su muerte, convirtiéndose en prefiguración de Cristo.
Caravaggio trata el asunto de otra forma: en su pintura Abraham debe doblegar la resistencia de su hijo. Lo que resultó escandaloso en su época por mostrar la resistencia y dolor del hijo.
Más adelante, Vincent intentará reproducir la escena con los roles cambiados… Porque las relaciones paterno-filiales son su obsesión.
En una de esas escenas extrañamente cómicas de la película, un amigo le propone participar en su proyecto de venta de semen por internet (“un negocio moderno, artesanal y ecológico”). Vincent lo rechaza.
Su trauma precisamente es no conocer a su padre. Y eso le lleva a mantener una actitud, esa sí, tan típica de su edad, de rebeldía contra el mundo y de hostilidad frente a su dulce y luminosa madre, Marie (Natacha Régnier), que se niega a revelar el nombre del progenitor.
La película relata la búsqueda y el intento de conexión de Vincent con su padre biológico, Oscar ( Mathieu Amalric).
A partir del descubrimiento de una carta, el adolescente decide emprender el camino a la venganza y trastocar los roles escuchando la llamada de su conciencia, como la de un dios sanguinario y rencoroso, yendo a buscar al padre para matarlo con sus propias manos.
Este personaje, un pedante, frívolo editor literario en el que Green proyecta todo aquello que desprecia del mundo cultural: frivolidad, esnobismo, arrogancia…
A través de duplicaciones de llaves, entradas y salidas, escondites bajo el canapé, confusiones y malentendidos, y encuentros sexuales furtivos, el director imprime un aire cuasi vodevilesco a los intentos de Vincent para reencontrarse con Oscar en el hotel en que este ‘trabaja’. (El recepcionista del hotel es interpretado por el propio director.)
En este periplo, Vincent conoce al hermano de Oscar, Joseph (Fabrizio Rongione), un hombre despreciado por la familia, un fracasado, desheredado por el padre, con el que Vincent siente inmediata conexión.
Si hasta el momento Vincent identificaba la paternidad con la violencia autoritaria del cuadro de Caravaggio, Joseph le presenta una visión alternativa a través de la pintura que cuelga en el Louvre ‘San José carpintero’, de Georges de La Tour, pintor francés del barroco, y el cuadro está datado alrededor de 1640.
Y le dice: «Por su hijo, José se convirtió en padre»
La pintura presenta una reivindicación de un lazo paterno-filial no biológico en que la luz sella la complicidad entre padre e hijo, y el trabajo artesanal transmite dignidad obrera.
El momento de iluminación epifánica definitiva, en que Vincent también se ve capaz de entender la actitud de la madre, tiene lugar en una iglesia donde se interpreta una pieza de Domenico Mazzocchi.
Eugène Green desmarca el arte barroco de cualquier lectura oscurantista ligada a su vínculo histórico con la Contrarreforma. Por el contrario, las referencias barrocas en sus películas permiten a los personajes entender una parte de ellos mismos que no sabían cómo articular a través de las palabras.
El anacronismo como extrañamiento en el cine de Green no provoca distancia, en tanto se presenta siempre bajo un manto de calidez humana. Este contexto paradójico permite que en sus películas se puedan plantear preguntas como «¿qué debe hacerse para ser bueno?» .
El director plantea el peligro que significa el aislamiento individual de las generaciones actuales. Sugiere una Francia sin una creencia o una espiritualidad interior que les obligue a ser mejores personas, a fortalecerse como nación.
LA SAGRADA FAMILIA
La pelìcula tiene sin duda una carga cristológica. Green reconstruye la Sagrada Familia.
José, el carpintero, padre de Jesús, es la figura central de la cual aprehendemos el mensaje de amor fraternal, amor puro, un patrón único de entrega reconociéndose padre e hijo como una sola cosa.
Marìa, la dulce Marie, es la madre solitaria, que trata de salvar a su hijo.
El amor es fundamental, en la reconstrucciòn de esa familia en el abrazo final de los sentimientos, como en la armonía encontrada en el paisaje: los tres personajes, con la madre a lomo de burro, atravesando un desierto en su huida, con la paz y la sonrisa en su mirada, han encontrado su destino.
En El hijo de Joseph, los protagonistas, esa familia improvisada que huye de una persecución policial a lomo de un asno, representan ante todo un signo de resistencia frente a una supuesta modernidad vacua y cínica.
Como el cine del propio Green en el panorama contemporáneo. Una visita al Barroco, que es una actitud de resistencia.
Green filma con gozo una contemplación espectacular de pervivencia, excavando en las capas subterráneas de los hombres que van, paulatinamente, dejando entrar en ellos a la luz. El último plano es el milagro de una sonrisa, el milagro de una ficción construyendo una peculiar sagrada familia.
El color azul tan presente en la pelìcula es el color que representaba la espiritualidad durante el Renacimiento.
Un regreso hacia otra època para recuperar el amor en los tiempos actuales.