Dirección: Pawel Pawlikowski
Intérpretes: Agata Trzebuchowska, Agata Kulesza, Joanna Kulig, Dawid Ogrodnik, Adam Szyszkowski, Jerzy Trela.
Género: Drama. Polonia, 2013
Duración: 80 minutos
Impactante. Desde lo estético, lo dramático, lo narrativo, el modo en que trata el tema, la construcción de los personajes, las situaciones, la forma en que habla del pasado polaco, los términos en que plantea el ajuste de cuentas con esa historia. También su experiencia personal, que lo lleva a enfrentarse con su ciudad y su país, que abandonó a los 13 años. Vuelve a los 57 a reencontrarse con su infancia en Varsovia. La historia de Pawel Pawlikowski y de Anna (o Ida), y de Wanda, y de tantos miles de polacos.
ESTETICA DE LA PELICULA
El lenguaje estético de Pawlikowski retoma elementos del cine de la nouvelle vague, de Bresson, y del cine polaco de fines de los años ´50, las primeras películas de Andrej Wajda, como Cenizas y Diamantes (1959), Zanussi, el ruso Tarkovski o Bergman.
Pawlikowski le da un ritmo tranquilo, silencioso, de pocas palabras, diálogos secos, ascetismo y un alto simbolismo en las imágenes. Encuadres no convencionales, perspectivas llamativas. Sus encuadres preferidos son las tomas de los personajes desde abajo, dejando un gran espacio arriba vacío, lo que otorga un valor simbólico al cuadro.
Algunas tomas son verdaderos cuadros de gran potencia perceptiva. Planos largos y fijos. Al mejor estilo del más puro y duro cine de autor de los años ´60. El director demuestra gran precisión en la creación de escenas de gran belleza visual.
No es exagerado hablar de preciosismo respecto de la forma de esta película, dado el extremo cuidado en el encuadre de cada escena. Sin embargo no se trata de un alarde formal, independiente de la historia.
Elabora una historia bien llevada, que irá revelando de a poco, con gran fuerza emocional. Le da un uso expresivo al silencio y al retrato, a las miradas y los gestos. Por su estilo, esta película polaca es elegante y original.
Ajuste de cuentas con el pasado
Entrevista realizada por el afamado y temido crítico de cine CARLOS BOYERO, del diario EL PAIS, de España, 28 mar 2014
Muy pocos cineastas han ido tan a contramano de los tiempos como el polaco Pawel Pawlikowski (Varsovia, 1957). Emigrado desde universitario en Reino Unido —estudió Literatura Alemana en Oxford— cuando llegó el auge del documental, abandonó justo entonces su labor de una década como director de documentales en la BBC para encarar su primer largo de ficción, Last resort (2000), película que le dio un prestigio… que no le sirvió para sacar adelante hasta cuatro años después su siguiente largo, My summer of love. Tampoco le fue fácil estrenar La mujer del quinto(2011) —a pesar de tener como protagonistas a Ethan Hawke y a Kristin Scott Thomas—… y un drama vital le empujó de vuelta a Varsovia, a rodar Ida, un filme en blanco y negro, ambientado en los años sesenta, que ha abierto heridas entre algunos compatriotas, que aún no asumen su colaboración polaca con el régimen nazi en el holocausto. Pawlikowski usa como referencias a Dreyer, a Renoir, Godard y “otros creadores franceses, incluso al jazz”, aunque rechace la comparación con el Polanksi más joven: “No, él es muy distinto. Más contundente. Puede que sí nos guste el mismo tipo de cine, y que aquel mundo de sus inicios sea como este: sin tráfico, sin Internet, muy rural”.
Ida es una novicia que antes de convertirse en monja decide visitar a su único familiar vivo, una tía juez del régimen comunista, que la sumergirá en el pasado de persecuciones a los judíos y de venganzas vecinales. “Quería buscar algo hasta cierto punto autobiográfico, rodar un filme muy orgánico, rodar de forma calma con planos cercanos, nada de ritmo explosivo, seguir a la historia y a los personajes. Por eso comparo Ida con el jazz, en rechazo a algo como la música pop. Quería huir del cine actual, probablemente del mundo actual, de la Polonia actual, recordar aquellos tiempos de mi niñez, aunque sin ninguna añoranza. Cada vez más me gustan las películas que me dejan imaginar cosas, Ida sigue está senda”. Ganadora de los festivales de Londres y Gijón, y del Oscar a la Mejor Pelicula Extranjera, el drama ha supuesto un éxito de taquilla y fama internacional, “algo inesperado por completo para mí”. “Puede que porque respeto al espectador, porque le dejo espacios en los que él pueda construir, mostrar grandes temas pero no explicarlos. En mis documentales nunca quise darlo todo masticado, sino mirar de forma abierta, y eso lo he mantenido en Ida”.
El filme nace del suicidio de su esposa y de su vuelta a su ciudad natal. Lo primero marca el guion, lo segundo la atmósfera. “He vuelto a Varsovia porque al fin y al cabo es mi ciudad. En mi mente sigue como cuando era crío. Ida es mi vuelta a casa. Siento que sus calles, sus casas, mis familiares que viven allí me conforman como artista. Varsovia tiene un montón de historia, no en el sentido de París, sino como colección de enseñanzas, de pequeñas historias que conforman mi vida y la de Polonia”. Pawlikowski ríe aunque a la vez emana cierta calma y tristeza, justo como su película, hecha a contrapié contra el establisment polaco. “Sí, a mucha gente no le ha sentado bien, gente imbuida de un patriotismo estúpido. Yo no ilustro nuestro pasado, sino cuento una historia que ocurrió dentro de ese pasado. Un pasado que pasa por épocas en las que éramos el epicentro del jazz en Europa del Este, por ejemplo, pero también fuimos un país comunista y antijudío. No podemos olvidar ni borrar”.
Director y actriz
Hipnosis en blanco y negro
CRITICA DE CARLOS BOYERO, publicado en El Pais, 28 mar 2014
Es una película rodada en un precioso blanco y negro y que no puedo ni quiero imaginármela en color, en la que su elección cromática sirve para hacerte respirar la época en la que está ambientada. Son los años sesenta en Polonia y si no poseyeras datos de ella creerías que fue concebida en aquel tiempo por un poderoso creador de imágenes, que no es cine de ahora. Utiliza el formato 4:3, la pantalla es casi cuadrada. Y tiene sentido, no es gratuito, coqueto, ni experimental. No existe música subrayando las emociones de los personajes, aunque a estos les ocurran muchas y terribles cosas. La única que escuchamos es la que ponen en su casa (Bach), cantos religiosos en una iglesia, o cuando alguien interpreta al saxo, con veneración y sentimiento Naima, de John Coltrane. El metraje es de 80 minutos, el tiempo que necesita el director para contarte esta historia con tanta precisión como poder de sugerencia. No sobra ni falta un plano. Me siento hipnotizado de principio a fin.
Nada desprende olor a impostura. El claustro nevado de un convento, la bruma acercándose a un bosque, un tenue rayo de sol filtrándose en un cementerio, parece que siempre han pertenecido en esos paisajes, que no forman parte de la puesta en escena. Todo resulta insólito en Ida.También complejo, duro, misterioso, trágico, desgarrado, sutil, humano en su anverso luminoso y en su reverso tenebroso.
Narra la breve y trascendente iniciación en el mundo real, en la lacerante historia de su familia, de una joven huerfana que a tomar los hábitos de monja, que desde que ella recuerda ha vivido en un convento, protegida de la intemperie que puede crear el exterior. Una tía de la que desconocía su existencia le revelará que es judía de nacimiento y que el horror pudo ser el culpable de la desaparición de sus padres y de su hermano.
El director polaco Pawel Pawlikovski(Ida es su quinta película y lamento profundamente no haber conocido su cine hasta ahora) describe el viaje de estas dos mujeres con vivencias y mundos tan opuestos a la búsqueda de ese pasado que intuyen atroz, van a investigar la época de la invasión alemana de Polonia y constatar que el Holocausto lo perpetraron los nazis, pero que también existió la pasividad cómplice con los invasores y la codicia hacia las posesiones de los judíos entre bastantes nativos, algo que también denunciaba Claude Lanzman en Shoah al hacer exhaustiva notaría del espanto en Treblinka y en Auschwitz.
La catártica relación entre la tía, esa mujer endurecida, cínica, hastiada y amarga, antigua fiscal del Estado y firmante de numerosas penas de muerte contra presuntos antirevolucionarios, alcohólica y folladora compulsiva de hombres de una noche , y su enigmática sobrina, amante a perpetuidad de Dios pero con lógicas tentaciones hacia los placeres de la carne, que va conociendo la infamia que puede habitar en los seres humanos en determinadas circunstancias pero también las sensaciones placenteras que le podría ofrecer la existencia fuera de la protección del convento, está admirablemente descrita, con gestos tan leves como reveladores, con silencios y miradas llenas de expresividad y matices, con diálogos breves y justos, con la creación de una atmósfera magnética y creíble.
Si la actriz que interpreta a la joven aspirante a sierva del Señor causa duradera inquietud, el personaje de su desesperada tía, de esa mujer que parece estar de vuelta de todo pero que sigue sangrando por dentro, deslumbra desde su desgarrada aparición hasta su sorprendente y brutal desenlace. Esa actriz extraordinaria se llama Agata Zulesza. Sigo pensando en “Ida” después de verla tres veces. En su belleza, en su pureza visual, en su sobriedad narrativa, en lo que comprendo transparentemente y lo que me siembra dudas o me deja perplejo . Es rara y antigua en el mejor sentido, es cine muy bueno, con estilo y aroma a tiempos lejanos.
LA POLONIA DE LOS AÑOS ´60
por Adam Lesczynski
Extraído del artículo «Dos mujeres en blanco y negro», Nota en BABELIA, El País, 16 ago 2014.
ADAM LESCZYNSKI es historiador del Instituto de Estudios Políticos de la Academia de Ciencias de Polonia, y ensayista. Publica sobre temas políticos y sociales en la Gazeta Wyborcza.
Es el año 1962 en Polonia, un país triste, gris y rústico, gobernado por un ascético comunista, Gomulka. Es un país metido en el congelador, pobre y agobiante, donde nadie habla de los traumas de la guerra y la posguerra. Anque a los millones de polacos y judíos asesinados por los alemanes se les rinden homenajes oficiales hay, sin embargo, muchos asuntos de los que no se habla porque no está permitido. La colaboración de algunos polacos en el Holocaussto será un tema tabú hasta, al menos, finales de los años ochenta, igual que las represalias masivas del Gobierno comunista al terminar la ocupación. Los traumas de la guerra quedan ahogados por una propaganda hueca y ensordecedora en la que nadie cree ni se toma en serio, pero que funciona como un casino ritual que sofoca cualquier palabra y pensamiento discordante.
La población de LOMZA, adonde van a buscar el pasado las dos mujeres, es una zona donde hubo casos reales de asesinatos de judíos a manos de polacos bajo la ocupación alemana.
Sobre las reacciones en contra de la película en Polonia
Por Adam Leszcynski
DEBATE POLITICO SOBRE IDA
La película generó un fuerte debate en Polonia.
Quizás la artillería más pesada en contra de Ida la sacó Helena Datner del Instituto Histórico Judío de Varsovia, una de las representantes más conocidas de la comunidad judía polaca. «En Ida se presenta a la protagonista según un esquema muy sencillo: ¿qué es lo que a los polacos les gustaría pensar de una judía que construye el socialismo de posguerra? Que es una puta y una alcohólica», «La obra de Pawlikowski desde el punto de vista del mensaje es simplemente mala. Las siluetas de las protagonistas están basadas en los estereotipos: de una judía que es una puta comunista ala que le pasó el Holocausto y de una virgen que lava su origen no católico en un convento».
La feminista y profesora universitaria Agnieszka Graff escribe en el periódico de izquierda: «La película está llena de símbolos y cosas a medio decir que sugieren una profundidad psicológica y un misterio metafísico, pero que no nos aportan nada en concreto sobre los hechos históricos»
Muchos polacos estaban convencidos y lo siguen estando hoy de que los judíos supervivientes del Holocausto participaron mayoritariamente en el establecimiento del comunismo en Polonia.
Muchos judíos fueron asesinados por sus vecinos polacos con el permiso y bajo la incitación de los alemanes.
Y con los comunistas vinieron los interrogatoris y torturas de los verdugos del régimen buscando opositores.
En Polonia pervive hasta hoy el estereotipo de «judeocomuna» que data de antes de la guerra, la convicción de que los judíos, en proporción desmedida, eran partidarios del comunismo y que, cuando el comunismo llegó al poder, se convirtieron en sus funcionarios. Este es un asunto delicado en Polonia, incluso ahora provoca muchas controversias, siendo también objeto de investigaciones históricas (hace poco se publicó el libro del sociólogo Pawel Spiewak, Director del Instituto Histórico Judío).
La profesora Agnieszka Graff dice que «Pawlikowski se aleja de la política, pero la película desarrolla un esquema conocido desde hace decenios: en la Polonia católica se puede hablar sobre los judíos sin ningún problema, siempre y cuando se conviertan al catolicismo o sean salvados por los católicos», ironiza. «No existe la salvación fuera de la Iglesia, y los pecados comunistas reciben su castigo merecido.»
La culpa y el pecado reciben su castigo: un cuento metafísico se converte, si nos asomamos detrás de la fachada, en una simple alegoría sobre el bien y el mal. Ida esconde detrás de una imagen cautivadora un simulacro de profundidad.