Cold war, del polaco Pawel Pawilkovski

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“Esta es la mejor historia que jamás me has contado”, dijo Alfonso Cuarón a Pawel Pawlikowski cuando éste le narró la vida de sus padres.

Y sí. Cold War es LA HISTORIA DE AMOR, “una matriz de todas las historias de amor”, como el propio cineasta dice. Un amor más allá de las separaciones, las rupturas y reencuentros, más allá del comunismo y del capitalismo, del exilio, más allá incluso de la traición. Aunque parezca imposible, es un amor más allá de la vida.

Galardonado con el Premio al Mejor Director en el Festival de Cannes, presente en el Festival de San Sebastián, y ganador del Oscar a la Mejor Fotografía, el cineasta polaco dedica a sus padres esta película, una obra maestra que trasciende el cine.

Cold War es una obra de arte, sutil, hermosa, poderosa, incontestable. Rodada en blanco y negro, sin subrayados absurdos ni concesiones de ningún tipo, esta película acredita a Pawlikowski como uno de los grandes creadores de este siglo.

 

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Aquí lo que importa no son las relaciones de causa y efecto, ni mostrar las peripecias de folletín y la sucesión de degradaciones, destrozos y actos desesperados de un amor condenado (infidelidades, presiones políticas, encarcelamientos, hijos con terceros…), sino transmitir la atmósfera de esa relación y su efecto en los protagonistas jóvenes y bellos. Por eso son más importante los momentos en que se encuentran y separan los amantes que cuanto sucede entre medias. Nada más hermoso, por tanto, para culminar esta dinámica de encuentros y desencuentros que el plano final de Cold War: con los amantes abandonando juntos el cuadro, que permanece fijo, filmando el entorno inmóvil, hasta que una brisa de viento agita los campos.

Protagonizada por Joanna Kulig y Tomasz Kot —“pensé en Lauren Bacall y Gregory Peck”—, es la historia de una pareja, Wiktor y Zula, en plena Guerra Fría. Dos personas de temperamento y ambiciones diferentes, protagonistas de un amor aparentemente imposible, pero ligados uno a otro por un vínculo eterno. Su director, Pawel Pawlikowski, explica el germen de esta conmovedora historia:

¿’Cold War’ es la historia de sus padres?

Mis padres eran una pareja desastrosa: se enamoraron, se separaron, se casaron con otras personas, se volvieron a enamorar y a estar juntos, cambiaron de país, se separaron otra vez y, otra vez, volvieron a estar juntos.

 La de Cold War no es exactamente la historia de sus padres. “Fue una relación, la de mis padres, complicada. Se enamoraron cuando ella tenía 17 años y él 27. Se juntaron, se casaron, se separaron, se volvieron a juntar, se volvieron a separar. Los dos tuvieron que huir de Polonia. Mi madre se instaló en Inglaterra y mi padre en Alemania. Su historia duró 40 años. Al final se volvieron a unir y murieron juntos. Tenía necesidad de contar todo eso, la historia de mis padres, pero también de alejarme para que no fuera tan personal, por eso decidí introducir el elemento de la música, el tercer personaje”.

Oculto bajo unas gafas de sol y el pelo ya muy cano, Pawlikowski habla de los amores imposibles. “Parece siempre imposible, pero al final el amor es hermoso. Mis padres se juntaban y se separaban, pero sabían que solo se tenían el uno al otro. Eso es un gran amor”.

 

Cold War

 

Cold War’ es una grandísima historia de amor, ¿el amor imposible de un gran amor?

El amor humano nunca puede ser absoluto. El amor humano cambia, siempre es relativo, las relaciones son distintas… El absoluto solo es el absoluto.

 El amor está abierto a lo espiritual sin explicaciones.

ningún mundo es mejor para su amor, tienes que dejar este mundo para el amor.

No se ha olvidado de la religión, ¿qué papel juega en esta historia?

Es divertido, porque es un país comunista y al principio él entra en una iglesia, nunca ha entrado antes en una, pero esa iglesia está ahí. Y al final…
Son dos personajes siempre en el límite…

Son dos personajes siempre en el límite…

Cerca de las fronteras, cerca de romperse todo el tiempo…

Joanna Kulig y Tomasz Kot consiguen el brillo de las estrellas del cine clásico en su película.

Para el personaje de Zula me fijé en las películas que había hecho Lauren Bacall. Para el personaje de él necesitaba un hombre. Los protagonistas de ahora son a veces demasiado juveniles, yo buscaba un Gregory Peck, aunque hoy es difícil encontrar Gregory Pecks. Tomasz Kot lo es. Joanna Kuliges una actriz que nunca hubiera hecho una cosa así. Trabajó en Ida hace diez años. Es una mujer genuina, muy honesta, vive en un pueblo pequeño y es muy cristiana. Tiene muy buena energía. Hay una parte de Zula que es ella, pero el personaje cambia y tiene que ser irónica, sarcástica, algo que nunca había hecho antes. Es una cosa trágica, pero sin la cara destrozada. Hicimos un trabajo intenso y duro, un año trabajando y seis meses de rodaje. Había que estar a todo, a veces los actores se rompen, a veces es bueno que no estén frescos, ha sido un proceso de tortura para ellos dos.

 

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En su imaginación, Pawel Pawlikowski siempre viajó a Polonia, pero nunca pensó que volvería a vivir en su país natal.

Llegó con 14 años a Inglaterra, donde se graduó en Filosofía y Literatura Alemana en Oxford y donde desarrolló toda su carrera como realizador de documentales y de películas de ficción. Hace seis años que decidió volver a Varsovia.

Me quedé viudo y cuando mis dos hijos se fueron a la universidad, sentí la necesidad de hacer algo que me perseguía desde hace años: volver a Polonia, rodar una historia en blanco y negro y en polaco, hacer una película no comercial sin preocuparme de los problemas financieros.

Quizás, hay una primera parte en tu vida en la que necesitas escapar de tu entorno y tus orígenes. Y una segunda en la que necesitas volver al lugar de dónde vienes. Nunca pensé que volvería a vivir en Polonia, pero el hecho de quedarme ha sido lógico, no dramático”.

El hecho de que una película tan limitada y pequeña como Ida  tuviera aquella repercusión me aseguró la valentía y la convicción de estar en el buen camino. Desde hace mucho tenía en la cabeza la historia de amor de mis padres pero no sabía cómo abordarla. El éxito de Ida me animó y me dio valor para hacerla”.

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El juez, lucimiento de R. Downey Jr.

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Logra conmover.

Habla sobre la familia y los vínculos. Sobre la búsqueda y permanente lucha por el reconocimiento. Sobre cómo se constituye la identidad, cómo se procesa el pasado… a partir de la relación con el padre. La película está narrada siguiendo el punto de vista del hijo.

La figura fuerte, autoritaria, déspota, de un padre al que los hijos le dicen «juez» en lugar de «papá».

El personaje del hijo, un hábil abogado sin escrúpulos, que se dedica a defender lo indefendible a cambio de dinero y bienestar económico.

El padre es el juez en un pueblo del interior de EEUU, con fuertes valores éticos y que siempre ha buscado ser ejemplar, y ganarse el respeto de la gente.

El enfrentamiento entre esos dos caracteres iracundos, fogosos, imperativos, y dueños de la verdad. Sobreimpresos a los roles de padre e hijo, con sus complejidades, profundidades y siempre en pugna, constituye el nudo dramático de la película.

Un hijo que busca reconocimiento profesional por parte del padre, a quien admira, y un hombre vencido acercándose a la muerte. Robert Downey Jr. y  Robert Duvall en sus mejores papeles.

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Título original:  The Judge

Año: 2014

Director:David Dobkin

Guión: Bill Dubuque, Nick Schenk, David Seidler

Música: Thomas Newman

Fotografía: Janusz Kaminski

Reparto: Robert Downey Jr., Robert Duvall, Vera Farmiga, Billy Bob Thornton, Vincent D’Onofrio, Jeremy Strong, Dax Shepard, Leighton Meester, David Krumholtz,Balthazar Getty, Sarah Lancaster, Ken Howard, Grace Zabriskie, Denis O’Hare

Lore

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Les paso el link de una entrevista sobre LORE (está en inglés) para ver a la Lore de la vida real, sobre la que se inspira la novela y la película, junto a su hija la escritora, Rachel Seiffert, y la directora, Cate Shortland, además de las chicas actrices, el que adaptó el guión y el productor.

Directora: CATE SHORLAND
1968, 45 años, australiana
Sobre el libro de RACHEL SEIFFERT «El cuarto oscuro«
Autora inglesa, de madre alemana y padre australiano.
Un episodio de la vida de su madre, Hannalore Dressler, la inspiró para narrar los hechos que desarrolla la novela, y luego fueron adaptados al cine.
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Película basada en hechos reales, narrados desde una perspectiva a la que el cine no nos tiene acostumbrados. La historia vista desde otro lado. Un punto de vista extraño.
Es el relato de un viaje, del deambular por los caminos al finalizar la guerra. Narra la vuelta a casa.
Y tambien de un viaje interior, de crecimiento, de descubrimiento del mundo, de la propia sexualidad, de la responsabilidad de la que dependen la vida y la muerte.
Y de la caída de los dioses. El volverse contra la autoridad, la ley, el padre, las creencias, los discursos. El desengaño. La decepción y la desconfianza corroen desde la raíz el mundo aprendido en la infancia.
Parábola intensa. Bella. Fotografía preciocista. Retrato de un momento de la historia del mundo y de la vida de una mujer.
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Sobre la temática de los chicos huérfanos de la guerra, el cine ha producido un gran material.

Ida, joya del cine polaco

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Dirección: Pawel Pawlikowski

Intérpretes: Agata Trzebuchowska, Agata Kulesza, Joanna Kulig, Dawid Ogrodnik, Adam Szyszkowski, Jerzy Trela.

Género: Drama. Polonia, 2013

Duración: 80 minutos

Impactante. Desde lo estético, lo dramático, lo narrativo, el modo en que trata el tema, la construcción de los personajes, las situaciones, la forma en que habla del pasado polaco, los términos en que plantea el ajuste de cuentas con esa historia. También su experiencia personal, que lo lleva a enfrentarse con su ciudad y su país,  que abandonó a los 13 años. Vuelve a los 57 a reencontrarse con su infancia en Varsovia. La historia de Pawel Pawlikowski y de Anna (o Ida), y de Wanda, y de tantos miles de polacos.

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ESTETICA DE LA PELICULA

El lenguaje estético de Pawlikowski retoma elementos del cine de la nouvelle vague, de Bresson, y del cine polaco de fines de los años ´50, las primeras películas de Andrej Wajda, como Cenizas y Diamantes (1959),  Zanussi, el ruso Tarkovski o Bergman.

Pawlikowski le da un ritmo tranquilo, silencioso, de pocas palabras, diálogos secos, ascetismo y un alto simbolismo en las imágenes. Encuadres no convencionales, perspectivas llamativas. Sus encuadres preferidos son las tomas de los personajes desde abajo, dejando un gran espacio arriba vacío, lo que otorga un valor simbólico al cuadro.

 

Algunas tomas son verdaderos cuadros de gran potencia perceptiva. Planos largos y fijos. Al mejor estilo del más puro y duro cine de autor de los años ´60. El director demuestra gran precisión en la creación de escenas de gran belleza visual.

No es exagerado hablar de preciosismo respecto de la forma de esta película, dado el extremo cuidado en el encuadre de cada escena. Sin embargo no se trata de un alarde formal, independiente de la historia.

Elabora una historia bien llevada, que irá revelando de a poco, con gran fuerza emocional. Le da un uso expresivo al silencio y al retrato, a las miradas y los gestos. Por su estilo, esta película polaca es elegante y original.

 Ajuste de cuentas con el pasado

Entrevista realizada por el afamado y temido crítico de cine CARLOS BOYERO, del diario EL PAIS, de España, 28 mar 2014

Muy pocos cineastas han ido tan a contramano de los tiempos como el polaco Pawel Pawlikowski (Varsovia, 1957). Emigrado desde universitario en Reino Unido —estudió Literatura Alemana en Oxford— cuando llegó el auge del documental, abandonó justo entonces su labor de una década como director de documentales en la BBC para encarar su primer largo de ficción, Last resort (2000), película que le dio un prestigio… que no le sirvió para sacar adelante hasta cuatro años después su siguiente largo, My summer of love. Tampoco le fue fácil estrenar La mujer del quinto(2011) —a pesar de tener como protagonistas a Ethan Hawke y a Kristin Scott Thomas—… y un drama vital le empujó de vuelta a Varsovia, a rodar Ida, un filme en blanco y negro, ambientado en los años sesenta, que ha abierto heridas entre algunos compatriotas, que aún no asumen su colaboración polaca con el régimen nazi en el holocausto. Pawlikowski usa como referencias a Dreyer, a Renoir, Godard y “otros creadores franceses, incluso al jazz”, aunque rechace la comparación con el Polanksi más joven: “No, él es muy distinto. Más contundente. Puede que sí nos guste el mismo tipo de cine, y que aquel mundo de sus inicios sea como este: sin tráfico, sin Internet, muy rural”.

Ida es una novicia que antes de convertirse en monja decide visitar a su único familiar vivo, una tía juez  del régimen comunista, que la sumergirá en el pasado de persecuciones a los judíos y de venganzas vecinales. “Quería buscar algo hasta cierto punto autobiográfico, rodar un filme muy orgánico, rodar de forma calma con planos cercanos, nada de ritmo explosivo, seguir a la historia y a los personajes. Por eso comparo Ida con el jazz, en rechazo a algo como la música pop. Quería huir del cine actual, probablemente del mundo actual, de la Polonia actual, recordar aquellos tiempos de mi niñez, aunque sin ninguna añoranza. Cada vez más me gustan las películas que me dejan imaginar cosas, Ida sigue está senda”. Ganadora de los festivales de Londres y Gijón, y del Oscar a la Mejor Pelicula Extranjera, el drama ha supuesto un éxito de taquilla y fama internacional, “algo inesperado por completo para mí”. “Puede que porque respeto al espectador, porque le dejo espacios en los que él pueda construir, mostrar grandes temas pero no explicarlos. En mis documentales nunca quise darlo todo masticado, sino mirar de forma abierta, y eso lo he mantenido en Ida”.

El filme nace del suicidio de su esposa y de su vuelta a su ciudad natal. Lo primero marca el guion, lo segundo la atmósfera. “He vuelto a Varsovia porque al fin y al cabo es mi ciudad. En mi mente sigue como cuando era crío. Ida es mi vuelta a casa. Siento que sus calles, sus casas, mis familiares que viven allí me conforman como artista. Varsovia tiene un montón de historia, no en el sentido de París, sino como colección de enseñanzas, de pequeñas historias que conforman mi vida y la de Polonia”. Pawlikowski ríe aunque a la vez emana cierta calma y tristeza, justo como su película, hecha a contrapié contra el establisment polaco. “Sí, a mucha gente no le ha sentado bien, gente imbuida de un patriotismo estúpido. Yo no ilustro nuestro pasado, sino cuento una historia que ocurrió dentro de ese pasado. Un pasado que pasa por épocas en las que éramos el epicentro del jazz en Europa del Este, por ejemplo, pero también fuimos un país comunista y antijudío. No podemos olvidar ni borrar”.

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Director y actriz

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Hipnosis en blanco y negro

CRITICA DE CARLOS BOYERO, publicado en El Pais, 28 mar 2014

Es una película rodada en un precioso blanco y negro y que no puedo ni quiero imaginármela en color, en la que su elección cromática sirve para hacerte respirar la época en la que está ambientada. Son los años sesenta en Polonia y si no poseyeras datos de ella creerías que fue concebida en aquel tiempo por un poderoso creador de imágenes, que no es cine de ahora. Utiliza el formato 4:3, la pantalla es casi cuadrada. Y tiene sentido, no es gratuito, coqueto, ni experimental. No existe música subrayando las emociones de los personajes, aunque a estos les ocurran muchas y terribles cosas. La única que escuchamos es la que ponen en su casa (Bach), cantos religiosos en una iglesia, o cuando alguien interpreta al saxo, con veneración y sentimiento Naima, de John Coltrane. El metraje es de 80 minutos, el tiempo que necesita el director para contarte esta historia con tanta precisión como poder de sugerencia. No sobra ni falta un plano. Me siento hipnotizado de principio a fin.

Nada desprende olor a impostura. El claustro nevado de un convento, la bruma acercándose a un bosque, un tenue rayo de sol filtrándose en un cementerio, parece que siempre han pertenecido en esos paisajes, que no forman parte de la puesta en escena. Todo resulta insólito en Ida.También complejo, duro, misterioso, trágico, desgarrado, sutil, humano en su anverso luminoso y en su reverso tenebroso.

Narra la breve y trascendente iniciación en el mundo real, en la lacerante historia de su familia, de una joven huerfana que a tomar los hábitos de monja, que desde que ella recuerda ha vivido en un convento, protegida de la intemperie que puede crear el exterior. Una tía de la que desconocía su existencia le revelará que es judía de nacimiento y que el horror pudo ser el culpable de la desaparición de sus padres y de su hermano.

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El director polaco Pawel Pawlikovski(Ida es su quinta película y lamento profundamente no haber conocido su cine hasta ahora) describe el viaje de estas dos mujeres con vivencias y mundos tan opuestos a la búsqueda de ese pasado que intuyen atroz, van a investigar la época de la invasión alemana de Polonia y constatar que el Holocausto lo perpetraron los nazis, pero que también existió la pasividad cómplice con los invasores y la codicia hacia las posesiones de los judíos entre bastantes nativos, algo que también denunciaba Claude Lanzman en Shoah al hacer exhaustiva notaría del espanto en Treblinka y en Auschwitz.

La catártica relación entre la tía, esa mujer endurecida, cínica, hastiada y amarga, antigua fiscal del Estado y firmante de numerosas penas de muerte contra presuntos antirevolucionarios, alcohólica y folladora compulsiva de hombres de una noche , y su enigmática sobrina, amante a perpetuidad de Dios pero con lógicas tentaciones hacia los placeres de la carne, que va conociendo la infamia que puede habitar en los seres humanos en determinadas circunstancias pero también las sensaciones placenteras que le podría ofrecer la existencia fuera de la protección del convento, está admirablemente descrita, con gestos tan leves como reveladores, con silencios y miradas llenas de expresividad y matices, con diálogos breves y justos, con la creación de una atmósfera magnética y creíble.

Si la actriz que interpreta a la joven aspirante a sierva del Señor causa duradera inquietud, el personaje de su desesperada tía, de esa mujer que parece estar de vuelta de todo pero que sigue sangrando por dentro, deslumbra desde su desgarrada aparición hasta su sorprendente y brutal desenlace. Esa actriz extraordinaria se llama Agata Zulesza. Sigo pensando en “Ida” después de verla tres veces. En su belleza, en su pureza visual, en su sobriedad narrativa, en lo que comprendo transparentemente y lo que me siembra dudas o me deja perplejo . Es rara y antigua en el mejor sentido, es cine muy bueno, con estilo y aroma a tiempos lejanos.

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LA POLONIA DE LOS AÑOS ´60

por Adam Lesczynski
Extraído del artículo «Dos mujeres en blanco y negro», Nota en BABELIA, El País, 16 ago 2014.
ADAM LESCZYNSKI   es historiador del Instituto de Estudios Políticos de la Academia de Ciencias de Polonia, y ensayista. Publica sobre temas políticos y sociales en la Gazeta Wyborcza.
Es el año 1962 en Polonia, un país triste, gris y rústico, gobernado por un ascético comunista, Gomulka. Es un país metido en el congelador, pobre y agobiante, donde nadie habla de los traumas de la guerra y la posguerra. Anque a los millones de polacos y judíos asesinados por los alemanes se les rinden homenajes oficiales hay, sin embargo, muchos asuntos de los que no se habla porque no está permitido. La colaboración de algunos polacos en el Holocaussto será un tema tabú hasta, al menos, finales de los años ochenta, igual que las represalias masivas del Gobierno comunista al terminar la ocupación. Los traumas de la guerra quedan ahogados por una propaganda hueca y ensordecedora en la que nadie cree ni se toma en serio, pero que funciona como un casino ritual que sofoca cualquier palabra y pensamiento discordante.
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La población de LOMZA, adonde van a buscar el pasado las dos mujeres, es una zona donde hubo casos reales de asesinatos de judíos a manos de polacos bajo la ocupación alemana.
Sobre las reacciones en contra de la película en Polonia
Por Adam Leszcynski
DEBATE POLITICO SOBRE IDA
La película generó un fuerte debate en Polonia.
Quizás la artillería más pesada en contra de Ida la sacó Helena Datner del Instituto Histórico Judío de Varsovia, una de las representantes más conocidas de la comunidad judía polaca. «En Ida se presenta a la protagonista según un esquema muy sencillo: ¿qué es lo que a los polacos les gustaría pensar de una judía que construye el socialismo de posguerra? Que es una puta y una alcohólica», «La obra de Pawlikowski desde el punto de vista del mensaje es simplemente mala. Las siluetas de las protagonistas están basadas en los estereotipos: de una judía que es una puta comunista ala que le pasó el Holocausto y de una virgen que lava su origen no católico en un convento».
La feminista y profesora universitaria Agnieszka Graff escribe en el periódico de izquierda: «La película está llena de símbolos y cosas a medio decir que sugieren una profundidad psicológica y un misterio metafísico, pero que no nos aportan nada en concreto sobre los hechos históricos»
Muchos polacos estaban convencidos y lo siguen estando hoy de que los judíos supervivientes del Holocausto participaron mayoritariamente en el establecimiento del comunismo en Polonia.
Muchos judíos fueron asesinados por sus vecinos polacos con el permiso y bajo la incitación de los alemanes.
Y con los comunistas vinieron los interrogatoris y torturas de los verdugos del régimen buscando opositores.
En Polonia pervive hasta hoy el estereotipo de «judeocomuna» que data de antes de la guerra, la convicción de que los judíos, en proporción desmedida, eran partidarios del comunismo y que, cuando el comunismo llegó al poder, se convirtieron en sus funcionarios. Este es un asunto delicado en Polonia, incluso ahora provoca muchas controversias, siendo también objeto de investigaciones históricas (hace poco se publicó el libro del sociólogo Pawel Spiewak, Director del Instituto Histórico Judío).
La profesora Agnieszka Graff dice que «Pawlikowski se aleja de la política, pero la película desarrolla un esquema conocido desde hace decenios: en la Polonia católica se puede hablar sobre los judíos sin ningún problema, siempre y cuando se conviertan al catolicismo o sean salvados por los católicos», ironiza. «No existe la salvación fuera de la Iglesia, y los pecados comunistas reciben su castigo merecido.»
La culpa y el pecado reciben su castigo: un cuento metafísico se converte, si nos asomamos detrás de la fachada, en una simple alegoría sobre el bien y el mal. Ida esconde detrás de una imagen cautivadora un simulacro de profundidad.
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La mirada del hijo, de Rumania

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Título Original: Pozitia copilului
País: Rumania
Año: 2013
Dirección: Calin Peter Netzer
Protagonistas: Luminita Gheorghiu – Bogdan Dumitrache
Elenco: Ilinca Goia – Natasa Raab – Vlad Ivanov -Adrian Titieni

Cuál es la mirada del hijo?, nos preguntamos ante esa mirada a la que el título alude y que no termina de expresarse. ¿Qué lugar podría ocupar cuando la que se manifiesta es otra que monopoliza el espacio hasta exiliarla de la imagen y quitarle el aire? El film de Calin Peter Netzer plantea, justamente, la imposibilidad de una mirada frente a otra que lo invade y lo asfixia todo, y tiene la virtud de convertir este interrogante -que en primera instancia es existencial- en un dilema cinematográfico.

Un accidente automovilístico en el que un hombre le quita la vida a un niño será el disparador de una historia que comienza, en realidad, cuando la madre del conductor acude en ayuda de su hijo que aguarda el peritaje policial. Se advierte desde el inicio que el contraste entre pobres y ricos (la madre moviendo dinero e influencias para evitar que su hijo sea condenado; la familia de bajos recursos llorando y pidiendo justicia) no es más que un telón de fondo para mostrarnos a esta madre (impecable Luminita Gheorghiu) comprando voluntades. La voluntad de los policías, la de otro automovilista involucrado, pero también la de la esposa del hijo, la del hijo, la de la mucama. Porque comprobaremos, a medida que las escenas se sucedan, que no es sólo una situación límite la que la compele a actuar de ese modo, sino que se trata de un proceder cotidiano. La madre invade, conquista y arrasa con la firme convicción de estar haciendo siempre el bien.

Su mirada omnipresente constituye una influencia improbable de soslayar. La cámara la sigue en su enérgico ir y venir, registrando cada gesto, cada cambio de expresión: sus músculos se tensan, sus párpados bajan, sus ojos brillan, siempre en primer plano. La puesta se hace eco de esa supremacía desbordante. El hijo, por el contrario, permanece fuera de campo, o en un segundo lugar, lejano e inaccesible. El hijo calla y se retrae, se hunde y acepta, mientras la madre habla, gesticula, se mueve, actúa, interviene, soluciona y arrolla todo lo que se interpone a su paso. La madre es una presencia tan contundente que impone un punto de vista absoluto, dejando al hijo afuera del cuadro, desterrado de la imagen pero también de la existencia. El director rumano representa con maestría este avasallamiento vital.

cgm7238c9bcd6e0be9be141b41f48bc7e11644Los calificativos parecen fáciles: la madre es prepotente, el hijo es un cobarde; sin embargo la madre puede ser tan conmovedora como terrorífica, y el hijo tan entendible como, por momentos, despreciable. Por eso resulta imposible tomar partido en esta contienda: ambos generan empatía en sus encrucijadas íntimas capitales. Ante la dificultad para resolver esta disyuntiva, la tragedia parece potenciarse: de la más visible y obvia –la del accidente-, La mirada del hijo pasa a otra más profunda e igualmente desgarradora, la de la irreconciliable, y por lo tanto trágica, relación filial. Después de todo, la mirada es, en este caso, una postura ética. La escena final, situación agónica que expone el drama desnudo, establece un límite a los personajes al situarlos frente a lo irreparable. El acercamiento al dolor de la familia de la víctima los transforma; la madre se detiene por primera vez y decide callar, y el hijo, aunque nunca escuchemos sus palabras, finalmente habla.