EL EXTRANJERO: Visconti filma Camus

Escena final: Monólogo de Meaursault interpretado por Marcello Mastroianni
Albert Camus: El escritor de origen argelino, emigrado a Francia, formó parte del grupo de intelectuales de la revista Los tiempos Modernos, junto con Jean Paul Sartre y Simone de Beavoir

Tras la Segunda Guerra Mundial, con la industria alemana debilitada, Francia continuó dominando el mercado mundial del cine artístico en las décadas de los años 1950 y 1960, e Italia, perdedora en la guerra produce películas de bajo presupuesto, nivel artístico y expresivo, apegadas a la realidad más cruda, son los neorealistas, y Visconti comienza a producir en este contexto. Visconti se traslada a París en los años 40 y trabaja con Jean Renoir. Filma Obsesión en 1943, La tierra tiembla en 1948. Rocco y sus hermanos (1960), El gatopardo (1963), y después de El extranjero, de 1967, le seguirían La caída de los dioses, Muerte en Venecia y la última,antes de su muerte en 1976, Retrato de familia.

1967. Son los años de plenitud y apogeo de la Nouvelle Vague en Francia, y del último neorrealismo en Italia.

A pesar de las grandes diferencias que a veces había entre ellos, lo que unió a todos fue la reivindicación del cine como lenguaje autónomo y el anteponer siempre la libertad creadora a toda exigencia comercial.

Luchino Visconti (1906-1976) pertenecía a una familia aristocrática de Lombardía por línea paterna, y a la poderosa industria milanesa por su madre.

Desde muy joven se vinculó al teatro de la Scala de Milán, siendo la ópera una de sus pasiones.

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EL EXTRANJERO

En 1942 aparece El extranjero, una novela filosófica de Albert Camus. En 1967 se exhibe su adaptación cinematográfica bajo la realización de Luchino Visconti. 

Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias. Pero no quiere decir nada. Quizás haya sido ayer. Son las primeras líneas de la novela El extranjero de Albert Camus, y de la película de Luchino Visconti.

La perturbación permanente en la esencia misma de la memoria está ya en esta primera escena que abre la película.

Con tan pocas palabras se comienza a ingresar en el dominio de una tragedia calcinada por el sol, la playa, la arena y el calor.

Simbología de la ansiedad, el nihilismo y la desesperanza de un tiempo muerto, estático.

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La ambigüedad de la conducta de Mersault, interpretado por un genial Marcello Mastroianni, al recibir el cable que le anuncia la muerte de su madre en un asilo, es la condición de un debilitamiento de la voluntad, es lo que va a perderlo casi en mayor medida que su crimen.

El es un extranjero ante la vida y sus sentimientos; sus reacciones son forzosamente las de un extranjero.

Es un hombre inocente, vive por y para los sentidos, como un verdadero niño.

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Cuando estaba en la celda así pensaba de las mujeres: Estaba atormentado por el deseo de una mujer. Era natural: yo era joven. No pensaba nunca en María particularmente. Pero pensaba de tal manera en una mujer, en las mujeres, en todas las que había conocido, en todas las circunstancias en las que las había amado, que la celda se llenaba de todos sus rostros y se poblaba con mis deseos.

Bajo el imperio de la cotidianidad, en el aquí y el ahora, su existencia carece de objetivos, es el fin en sí mismo. Es el testigo de las almas roídas por la desesperación de ese momento del siglo XX. Es el momento existencialista. La filosofía que marcó a una generación de jóvenes en la post guerra.

En El extranjero de Luchino Visconti, Mersault toma por primera vez conciencia  del castigo.

Se le condena a morir decapitado. Lo contrario del suicidio, es el condenado a muerte. Los hombres tienen la ilusión de ser libres. Los condenados a muerte no tienen esta ilusión. Entonces y sólo entonces, Mersault se instala completamente en el sin sentido y en su situación límite: la del condenado a muerte. Es así y nada más, como diría Jean Paul Sartre.

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El extranjero de Luchino Visconti, más que una película, más que una estructura estética que involucra la imagen con el eterno padecer del género del neorrealismo italiano, es el interés centrado en la poderosa expresión de la angustia, esa enfermedad mortal que llamaba Kierkegaard, en la más acertada acepción heideggeriana, lleva a su más frenético extremo.

El personaje de la película deja en el ambiente la asfixiante sensación de un vacío inmenso.

Dostoievski era el maestro indudable de Camus. También Nietzsche y Kierkegaard, fueron quienes en mayor grado sembraron en Camus las dudas que como escritor y como hombre lo acosarían.

Y Visconti, un artista atormentado, lo expresa en el cine.

Así, el director italiano y el escritor francés atraviesan las paredes de la piel, de la historia y la carne de aquel hombre tratando de ver si encuentran algo adentro, pues los muros de su celda -la cárcel de su cuerpo- no les revelan nada y a éste le da lo mismo vivir que morir.

La historia roza el fatalismo y el absurdo y es cerca del final cuando más se descubre el existencialismo de su autor. Sin este giro, el resto de la película no tendría fuerza.

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Me quedo con la imagen del personaje que mira la vida desde el balcón de su casa, fumando, mirando y pensando : «Parecían apurados«, piensa. Mira pasar a la gente, mira la vida, el pasar del tiempo, el mundo. Como si mirara desde afuera. Como si él mismo no formara parte de ese mundo.

La vida apacible de Argel. Los tiempos lentos bajo el sol calcinante. La reacción y el desprecio frente a las pasiones. El canto de las mezquita de fondo en la noche. La vida monótona y repetitiva. La vida cotidiana, de todos los días. Los personajes, vecinos, compañeros.

Y el constante fluir de las reflexiones, observaciones, pensamientos de Merseault y la mirada de Visconti de la Argel de los años 60.

La carencia de sentimiento frente a la muerte de su madre. La vida continua igual, nada cambia, piensa Merseault.

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Al  relatar el asesinato: “…me sacudí el pelo y el sudor de la cara y en ese momento me di cuenta de que había roto la tranquilidad de la tarde y el relajante silencio de la soledad de la playa…”. Acto seguido, le dispara cuatro veces más: “…como cuatro golpes a la puerta de mi destino…”.

La segunda mitad de la película transitará en la discusión entre el fiscal, su defensor y el juez acerca de las actitudes frías y distantes de Meursault. ¿Había alguien allí adentro, en el interior de su cuerpo? Su actitud resultaba incomprensible. Los diversos aspectos de su vida -de los que habíamos sido testigos en la primera mitad del filme- son rescatados por el fiscal.

Matando al árabe (Killing an arab), canción del grupo THE CURE, basada en la escena de EL EXTRANJERO

La letra de la canción “Matando al árabe” del grupo británico The Cure plantea la equivalencia en la escena de la playa entre quedarse y matar al árabe o simplemente irse: esa equivalencia acaba con las escalas de valores: “Estoy vivo. Estoy muerto: soy el extranjero matando a un árabe. Puedo girar e irme o disparar el arma… lo que sea que elija vale lo mismo: absolutamente nada…”.

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Camus escribió su novela en el contexto de la filosofia del absurdo.

El protagonista jamás se manifestará contra su ajusticiamiento ni mostrará sentimiento alguno de injusticia, arrepentimiento o lástima. Solo pasividad, indiferencia, escepticismo, un sentido apático de la existencia, de los valores morales y aun de la propia muerte, imposibilidad de sentimientos y lazos afectivos con los otros, de espiritualidad o sentido trascendente de la vida.

Su única frase de defensa: «fue por culpa del sol«.

En el diálogo del condenado a muerte con el cura, insiste en la negación de Dios.

El monólogo final:

«Era como si mi gran ráfaga de ira me hubiera limpiado, purgado de esperanza, y mirando al cielo de la noche por primera vez abrí mi corazón a la dulce indiferencia del universo, y sentí que era como yo mismo, casi como un hermano. Y me di cuenta que había sido feliz, y que yo todavía era feliz.»

«Para que todos estemos completo, para que yo me sienta menos solo, solo deseo que haya una gran multitud de espectadores en mi ejecución y que me saluden con gritos de desprecio.»

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 La novela seduce por la construcción de un cauce verbal inigualable, insondable, por el que el novelista desliza fatalmente a su antihéroe; la identificación sutil entre el autor y el narrador en primera persona es la esencia del libro, y por ello, aun siendo los hechos y las figuraciones las mismas en el papel y en la pantalla, la obra de Visconti pierde en parte la resonancia de Mersault, ese “hombre sin cualidades” que el propio Camus definió como un “extranjero a la sociedad en que vive”, errando marginalmente por “los suburbios de la vida privada, solitaria, sensual”.

La pequeña Jerusalen, de Karin Albou

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¿Porque el Señor nos envía deseos que él desaprueba?«

  • -«Para probarnos»

 

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Francia,  2005. Título original: La Petite Jérusalem. Escrita y dirigida por Karin Albou.

Hablada en Francés, Hebreo y Árabe

Esta fue su primera película, la presentó en el Festival de Cannes 2005, y ganó numerosos premios.

A La pequeña Jerusalem le siguieron las realizaciones El canto de las novias (2008) y La más corta historia de amor (2015)

 

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Hija de inmigrantes del Magreb, Albou nació en Neuilly-sur-Seine en 1968.

Su producción representa una de las miradas más originales y actuales del cine que trabaja sobre la temática femenina.

Su perspectiva es incisiva, reflexiva, expone los puntos de tensión en la vida de las mujeres.

Sus películas exploran las múltiples dualidades que conforman los conflictos subjetivos que marcan a sus jóvenes protagonistas: la cultura y la fe, los árabes y los judíos, la femeneidad y la masculinidad, la tradición y lo moderno.

Su búsqueda se centra sobre la identidad, y lo que significa para una adolescente abrirse camino en una sociedad patriarcal: la transición entre la adolescencia y la adultez, el llamado de la sexualidad, el reconocimiento del cuerpo, la lucha con el deseo, la vida en la fe y el dogma.

Su heroína, esa maravillosa estudiante de filosofía interpretada por Fanny Vallette (que ganó el Premio César 2006), ferviente kantiana, intenta seguir sus propios mandatos éticos, en ruptura con los códigos familiares.

 

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El relato se desarrolla en los suburbios de París, en un barrio de Sarcelles llamado “La pequeña Jerusalén” por la gran cantidad de emigrantes judíos provenientes de los países del norte de Africa que viven en ese suburbio, donde la ciudad se hace campo, junto con sus compatriotas árabes, ilegales y pobres como ellos.

 

 

 

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En paralelo con las peripecias que transita la protagonista, asistimos a la historia de su hermana.

La directora nos muestra la tensión que representa para la sexualidad el deseo ferviente de seguir los preceptos religiosos y el temor a transgredirlos. De cómo ese fervor reprime el deseo y provoca la dificultad de sentir el propio cuerpo.

Al descubrir o sospechar la infidelidad de su marido, con el deseo de retenerlo, se embarca en una búsqueda o aprendizaje sobre la propia sexualidad, como una adolescente, debe transitar desde el pudor y la inocencia, hacia una relación adulta.

Laura en cambio siente deseos e intenta acallarlos, reprimirlos  a traves de su voluntad. Se construye una fortaleza de contención a través de la filosofía.

 

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Los tratados filosóficos que Laura estudia la llevan a creer que el amor es una superstición y que la libertad personal recae en el respeto por la ley. A qué ley responder, se convierte en la pregunta del film.

Pero su devoción al régimen de Kant –incluyendo una larga caminata exactamente a la misma hora cada día – no coincide con la confusión que siente en su atracción por Djamel. «Dios elude a la razón» explica Laura.

La narración muestra cómo el destino a veces rompe con las obligaciones más fuertes. Albou muestra toda su destreza en marcar el dolor que implica vivir en esas contradicciones.

«¿Porque el Señor nos envía deseos que él desaprueba?«, pregunta Laura a su hermana. Y es la gran pregunta de la película, la que se hace probablemente la directora, la que la lleva tal vez a crear sus historias, como formas de buscar respuestas…o simplemente como modos de cuestionamiento, de expresar conflictos humanos universales.

 

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Albou indaga, bucea en la subjetividad femenina. Y vuelve a esa edad en que las mujeres se abren al mundo luchando contra viejos preceptos y tradiciones que coartan su libertad y autonomía.

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Los sueños, de Akira Kurosawa

Esta película de 1990, producida por los directores Lucas y Spielberg,  presenta ocho sueños que el director japones tuvo a lo largo de su vida.

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El conjunto de los relatos conforman un todo de gran belleza. Están filmados con el perfeccionamiento estético que caracteriza a Kurosawa: suavidad en el estilo, la magia y la profundidad de sus mensajes, explosión de colores, pensamientos filosóficos, cuestionamientos existenciales, historias y situaciones en los que la fantasía y la realidad se entretejen.

Si hay un tema central que une a los ocho sueños, es la maravilla de nuestro planeta y de la vida humana, y la necesidad de cuidar y protegerlos.

Las preocupaciones que siguieron a Kurosawa a lo largo de toda su vida están presentes.  Los primeros son sueños de su niñez, inocentes pero poderosos y universales, y están filmados con una magnificencia sorprendente; hay también hay pesadillas y un sueño final lleno de esperanza y de reflexión ecológica.

 

Kurosawa dice que se trata de sueños que alguna vez soñó. Y los reconstruye a partir de escritos autobiográficos y de su exhuberante imaginación.

Kurosawa apela a modelos del arte y la cultura japonesa, como el teatro Noh.

Esta forma artística forma parte del acervo legendario japonés. El Nōh es único por su lentitud, su gracia austera y por el uso distintivo de máscaras, y representa un rasgo específico de la cultura japonesa, que consiste en encontrar la belleza en la sutileza y formalidad.

Las fuentes originarias del Noh se remontan al siglo XIV, en que se practicaba en Japón toda la gama de artes del espectáculo, procedentes de China.

En esa misma época las tradiciones y los ritos campesinos ejecutaban un conjunto de bailes y rituales destinados a asegurar buenas cosechas y apaciguar a los malos espíritus, principalmente en los períodos de las cosechas de arroz, a la par de las prácticas adivinatorias del budismo.

El Noh es una de las artes tradicionales más establecidas y mejor reconocidas. Fue la primera forma de arte dramático en inscribirse, en 2001, en la lista representativa del patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco.

El teatro Noh implica la confrontación de dos personajes: un personaje principal (shi-te) que narra el mito o la historia sobre los que se basa la obra. Y un personaje secundario (waki) que hace preguntas para elucidar el sentido de la historia.

Este personaje es reconocible en algunos de los sueños por el sombrero que usa, que es igual al que usa Kurosawa cuando filma. Por lo que puede suponerse que este caracter secundario podría ser el director mismo.

 

 

PRIMER SUEÑO: LA LUZ DEL SOL A TRAVÉS DE LA LLUVIA

 

 

 

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Este primer sueño es un viaje a un mundo onírico y fantástico. Es una explosión sorprendente de imágenes visuales. Y bajo el formato de un cuento infantil nos transmite  lo más vivo  y profundo del arte japonés.

Un niño desobedece a su madre y se adentra en el bosque para hacer algo prohibido: espiar la mágica boda de unos zorros, algo que sólo ocurre, según la leyenda, cuando el sol brilla a través de la lluvia. Al transgredir la regla y ser descubierto por los zorros, éstos condenan al niño a tener que suicidarse. Y si quiere ser perdonado su madre le dice que tiene que ir a buscarlos debajo del arcoíris, donde viven. Asi tiene lugar una de las escenas más deslumbrantes en la historia del cine. Es un cuadro de belleza explosiva, que simboliza el camino del futuro artista.

 

 

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El que explora el mundo es Kurosawa niño, y el mundo es la naturaleza y los misterios sobrenaturales de los que hablan las leyendas del folklore milenario japonés.

En la historia se entrecruzan la curiosidad infantil con las prohibiciones de este mundo y de la naturaleza, así como con la necesidad de reparar el desequilibrio con un acto de nobleza.

Las distintas capas de sentido metafórico y moralejas del relato remiten al daño que le hacemos al mundo, la relación destructiva del hombre con la naturaleza, y también a los aprendizajes que llevan a la maduración entre la niñez y el estado adulto, a través de un inevitable pecado y la necesaria redención.

 

 

 

Spying on the foxes' wedding

 

 

SEGUNDO SUEÑO: EL HUERTO DE DURAZNEROS

 

The dolls have come to life

 

El tema de violar los principios de la naturaleza está presente también en el segundo sueño.

La «fiesta de la muñeca» en Japón tiene lugar en primavera, coincide con los duraznos en flor, y las muñecas que se exhiben representan a los árboles de duraznos.

Un chico descubre y siente que en la ceremonia del Festival de la Muñeca, que celebra su hermana con las amigas, falta una amiga y sale a buscarla.

Su familia ha talado todos los árboles de su huerto de durazno, y estas muñecas toman vida en tamaño gigante,  toman forma humana, para reprocharle al chico de grave falta.

El chico se defiende y las bailarinas que representan a los durazneros descubren que es inocente, ven su alma pura y amante de las flores de durazno.

El colorido de las imágenes de la danza tradicional de las flores, en una representación de teatro Noh, conforman un cuadro de esplendor cinematográfico.

En este baile de los espíritus de los durazneros,  las figuras se distribuyen a lo largo de las hileras de un huerto, y por la poca profundidad de campo da la sensación de ser la representación viviente de un tapiz.

Este sueño representa al Japón de principios del siglo pasado que ha cortado sus raíces culturales tradicionales y se siente invadido de una cultura extranjera, pero donde todavía se encuentra una pequeña esperanza, representada por el pequeño árbol de durazno florecido.

 

 

TERCER SUEÑO: LA TORMENTA DE NIEVE

 

The Snow Maiden

 

Este sueño presenta un grupo de montañistas durante una brutal tormenta de nieve.

La tentación, bajo la forma de una hermosa joven que lo arropa, es quedarse dormido pacíficamente en la nieve y dejarse morir. El líder del grupo resiste y encuentran el campamento.

Este es un mundo en el que la naturaleza trata de superar al hombre mientras que el hombre trata de superar a la naturaleza. Es una relación de confrontación.

 

CUARTO SUEÑO: EL TUNEL

 

The dead platoon

 

Este sueño es una de las peores pesadillas, representa uno de los peores traumas de Japón: la derrota en la Segunda Guerra, el sufrimiento por sus muertos y prisioneros, y el remordimiento y la culpa de los sobrevivientes.

Kurosawa la ubica al finalizar la guerra, y la centraliza en un comandante del ejército, cuyo batallón fue aniquilado.

El personaje del sueño se asoma a un túnel que representa los días oscuros. Y encuentra primero al soldado Noguchi, un soldado muerto que dice estar regresando al hogar, donde lo esperan sus padres, y luego se le presenta el batallón entero que murió bajo su mando. El director le hace expresar su culpa: «Yo sobreviví. Yo los envié a la muerte. Fue culpa mía. Podría atribuir la responsabilidad a la estupidez de la guerra. Pero no fue eso. No puedo negar mi negligencia. Mi mala conductaYo hubiese querido morir con ustedes. Los llaman héroes pero murieron como perros. » Y reclama patética, dolorosamente que regresen a la muerte.

Kurosawa remarca lo traumático del recuerdo de los muertos, y  la inutilidad del remordimiento y la culpa de los sobrevivientes. Es su alegato antibelicista.

El protagonista les ordena regresar al túnel, pero aun queda el perro con las minas adheridas a su cuerpo. Las consecuencias traumáticas de la guerra persisten en la memoria del Japón de hoy.

 

QUINTO SUEÑO: CUERVOS

 

 

Van Gogh

 

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En este sueño un estudiante de arte se encuentra en una galería mirando pinturas de Vincent van Gogh, y después de mirar por algún tiempo, logra entrar dentro de una obra del pintor.

A partir de esta obra viaja por el mundo pictórico del artista, de Arles a Anvers sur Oise, y logra entablar una conversación con Van Gogh, interpretado por el director de cine Martin Scorsese, quien le describe el proceso creativo, el modo en que se le presenta la materia, el paisaje en su interior, se le impone como una locomotora.

Es una conversación a través de la cual Kurosawa vierte sus reflexiones sobre la actividad artística, sobre su propio proceso de creación de sus películas.

«Cuando aparece la belleza natural, me pierdo en ella. Y luego, como en un sueño, el paisaje se pinta a sí mismo para mí. Consumo este paisaje natural, lo devoro entero, completamente. Y luego, el cuadro aparece completo ante mí. Pero es tan difícil mantenerlo adentro. Trabajo, me esclavizo, me conduzco como si fuera una locomotora.»

Kurosawa identifica la faceta subjetiva de la producción artística con una locomotora.

Respecto al corte de su oreja, Kurosawa le hace decir al pintor que al pintar su autorretrato, la oreja no le salía bien, entonces se la cortó y la tiró.

 

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El artista se aleja del estudiante y éste lo sigue hacia el final del sueño.

El estudiante llega ante un hermoso campo sembrado de trigo, al cual se queda observando y repentinamente desde dentro del campo emerge volando una gran cantidad de cuervos, contrastando el dorado del trigo con el color negro de los cuervos.

Cuando Kurosawa comenzó su carrera, quería ser pintor.  Estudió Bellas Artes en su ciudad natal y llegó a ser un reconocido pintor.

En este sueño Kurosawa trabaja con artes occidentales, con música y pintura europeas, y está hablado en francés.

 

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SEXTO SUEÑO: EL FUJIYAMA EN ROJO

 

The nuclear plants explode

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En este sueño, una de las peores pesadillas, explotan las plantas nucleares.

El temor de los japoneses tiene razones fundadas  (Hiroshima, Nagasaki,  el desastre de Fukushima tuvo lugar en 2011, fue posterior a esta película, como si este sueño fuera una premonición).

Este tenebroso sueño muestra a un puñado de personajes desesperados frente al desastre, donde no hay salida, como en el cine catástrofe, solo que aquí Kurosawa no intenta entretener, sino que advierte sobre el peligro de la radioactividad, que lleva al fin de la vida.

La devastación nuclear amenaza con aniquilar a toda la población, evidenciando lo absurdo del avance tecnológico frente a la destrucción de la humanidad. Kurosawa denuncia las mentiras a la población y la responsabilidad de los gobernantes que toman las decisiones.

«La estupidez humana es increíble…El peligro son los errores humanos, no la planta en sí misma» dice el director.

 

SÉPTIMO SUEÑO: EL DEMONIO LLORÓN

 

The horned demon

 

En este sueño, otra pesadilla espeluznante,  un desastre nuclear ha sido responsable de la mutación de seres humanos en una especie de demonios.

En una especie de mundo post desastre nuclear, la radiación produce mutaciones grotescas en las plantas y en los humanos. La naturaleza se convirtió en un basural de residuos tóxicos. No hay comida y se comen unos a otros, según los rangos.

La humanidad está pagando el precio del castigo en una vida eterna de sufrimiento. Los seres viven torturados, en el infierno del que no pueden escapar: no mueren, y esa inmortalidad es el peor castigo.

Torturados por sus pecados, deberán sufrir eternamente. Es el mundo sin reglas y los hombres viven en agonía. El único modo de liberarse es ser comido por los otros.

El demonio siente asco de sí mismo, al recordar lo destructivo de su accionar contra la naturaleza: tiraba leche al río para que no bajaran los precios, enterraba papas con una topadora.

La especulación económica propia del sistema capitalista, lleva, según la visión de Kurosawa, al descuido desmedido de la naturaleza, y a la devastación del planeta.

En un cuadro apocalíptico, que es la visión del infierno, de Kurosawa, el personaje intenta escapar y cae, rodando por la montaña, en un descenso que representa el simbolismo de la caída de la humanidad.

 

 

OCTAVO SUEÑO: LA ALDEA DE LOS MOLINOS DE AGUA

 

 

The ideal

 

El último sueño nos lleva a un mundo post electrónico. Está ambientado en un pueblo idílico al que llega un joven. Se trata de un pueblo en el que sus habitantes decidieron vivir de una manera sencilla y ecológica, fuera de la sociedad de consumo actual. No tiene nombre, la llaman «la aldea».

El joven encuentra un anciano de 103 años que le explica que no tienen electricidad. Prefieren vivir tranquilos, tratan de vivir como antes, vivir de un modo natural, porque el hombre el parte de la naturaleza: “la noche es para ser oscura, y no para iluminarse como el día”, no como en la sociedad actual que destruyen la naturaleza, sobre todo los científicos, dice el anciano.

«La mayoría no comprende la naturaleza, solo inventan cosas que, al final, terminan haciendo infeliz a la gente. Y lo peor es que están orgullosos de los inventos. Los adora, como si fueran milagros. No lo saben, pero están perdiendo la naturaleza. No pueden ver que van a morir. Las cosas más importantes para el ser humano son el aire puro y el agua pura. Y los árboles e hierbas. Están ensuciando todo. Y consumiendo todo. Y el corazón del hombre

En esta aldea usan el mínimo de combustibles, todos naturales, y pasando el mayor tiempo celebrando la vida, pero también  la muerte.

 

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El viejo demuestra una aceptación de la naturaleza y de los ciclos vitales. Por lo que enfrenta su próxima muerte con paz y alegría. Y luego se aleja del joven, para ir al funeral de una mujer que ha muerto a los noventa y nueve años y que fue su primer amor.

La procesión alegre del funeral, una vez más con danzas tradicionales del folklore japonés, marca el modelo de cómo el ser humano puede construir un nuevo mundo basado en la sustentabilidad.

Kurosawa deja al espectador con la certeza de la muerte, pero de la muerte en paz, en un mundo feliz que apuesta por la vida.

Kurosawa se proclama en contra del estilo de vida moderno que tanto ha impactado en la sociedad japonesa tradicional.

Sueños es su legado ecologista.

Ocho años después de terminar la película Kurosawa murió a los 88 años.

 

 

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El creyente, los inicios de Ryan Gosling

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Esta película me resulta impactante. Muestra cómo la alienación puede tomar el formato de la relación con Dios, de la fe religiosa,  hasta llegar a la violencia.

Una vida centrada en la existencia de Dios, en su estudio, su veneración, puede convertirse en odio y destrucción.

The believer, Cine independiente, EEUU, 2001. Escrita por Mark Jacobson y Henry Bean, y dirigida por éste último. Ganó como Mejor Película en el Festival de Sundance, y dio a conocer a este actor canadiense.

Narra la historia de Daniel Balint, el hijo de una familia judía que se convierte en un neonazi.

Historia basada en un caso real,  le sirve al director para mostrar las ironías, y contradicciones que anidan en el ser humano.

La excelente interpretación de este personaje de gran complejidad, le sirvió al joven Ryan Gosling para darse a conocer en el cine estadounidense.

 

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El epígrafe que antecede a la película son los dos primeros versos de un poema (Carmina LXXXV) del poeta latino Catulo:

«Odio y amo

por qué razón la causa

probablemente me preguntas

Lo ignoro,

mas siento que es así

y me atormento.»

 

 

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Gosling dota a Danny Balint de toda la ambigüedad y el carisma, mostrándose frágil y emotivo o frío y despiadado con la misma verosimilitud.

En el plano psicológico logra transmitir la presión a que se ve sometido el joven en las diferentes situaciones.

Y a nivel filosófico, muestra la desesperación de la fe, la discusión interna con Dios, con la figura de un padre con el que se confronta.

La raíz de su confrontación radical se remonta al el episodio bíblico de Abraham, a quien Dios exige que sacrifique a su hijo Isaac. Danny se rebela contra ese dios.

 

 

 

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Por su brillante elocuencia y su inteligencia, Danny se convierte en un adalid del movimiento neonazi. Las tensiones y contradicciones irán sumiéndolo en una profunda depresión que sólo puede acabar en los abismos más sórdidos de la autodestrucción y la violencia.

El porqué Danny Balint, sin alejarse nunca del todo de su religión, reniega de sus orígenes y se convierte en un feroz antisemita, militando en las filas de los fascistas de Nueva York y convirtiéndose en un líder, es mostrado, no explicado. Vemos al personaje en acción.

 

 

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El personaje es profundamente creyente y establece un diálogo íntimo con Dios. Está estudiando para ser rabino, y desde la infancia cuestiona los fundamentos y la figura divina, a través de una linea de interpretación distinta a la impartida por la escuela.

Es la soledad y el desamparo frente a un Dios que exige al hombre, en el episodio bíblico de Abraham,  la muerte o sacrificio del hijo más querido, como en el mito griego de Agamenón que sacrifica a su hija Ifigenia, pero la diosa la cambia en el último instante por un ciervo.

Dany no acepta a este dios cruel y despiadado. Crece su odio contra ese dios y contra los judíos que lo veneran.

Frente a estos dilemas teológicos o de fe, la película no despeja dudas, tal vez incluso nos plantee alguna más.

 

 

 

 

 

La película muestra por un lado el pensamiento del grupo fascista por dentro, la ideología que lo sustenta, el basamento intelectual, sus componentes sociales heterogéneos, la incitación a la violencia.

Y por otro lado, el pensamiento del protagonista, que se considera fuerte y con la decisión de medirse y luchar contra ese Dios. A ese Dios que considera un «matón engreído«, un «enloquecido del poder». «¿Debemos adorar a un dios así?«, pregunta, y responde: «¡Jamás!«. Pero por otra parte sostiene que es el único que cree en Dios. Aunque se niega a obedecerlo y respetarlo. Mas bien lo desafía.

Según esta postura no acepta la idiosincrasia del pueblo judío, que según él ha sido vilipendiado, expulsado de su tierra y masacrado, según piensa, sin oponer resistencia. No se oponen, no luchan, no exigen. Danny se rebela contra ese rol victimista:»Si Hitler no hubiese existido los judíos lo habrían inventado».

Los monólogos del protagonista exponen sus descabelladas pero razonadas y lógicas teorías, con gran fuerza de convicción y poder de convencimiento.

La película trabaja sobre la relación entre fundamentalismo religioso y radicalización política y violencia, un tema que cobra relevancia cada día.

 

 

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La película destila el carácteristico aire indie tanto técnica como estéticamente.

El peso de la película se sostiene en un Ryan Gosling que hace una actuación poderosa, inolvidable, de un personaje también inolvidable.

Lo acompañan actores como Theresa Russell y Summer Phoenix, hermana de Joaquin y River, y casada con Casey Affleck, hermano de Ben.

 

 

El discurso y el pensamiento del personaje son inherentemente atravezados por el amor y el odio, por una estructura compleja y contradictoria de sentimientos, fe, controversias teológicas internas, dando forma a un personaje riquísimo desde el punto de vista dramático.

«Queremos acabar con los judíos?
Queremos machacarlos y reducirlos al polvo?
y verlos levantarse otra vez?
mas ricos mas triunfadores poderosos, cultos e inteligentes que nunca
Saben lo que tenemos que hacer?
amarlos.
Sorprendente no?
Es que combatirlos no es nada fácil.
El judío dice que solo quiere que lo dejemos en paz para estudiar su torá, ganarse la vida,
tener sexo con su exuberante esposa pero no es cierto.
Desea ser odiado, ansia tener nuestro desprecio, se aferra a el como si fuera el centro de su existencia.
Si Hitler no hubiera existido Hitler los judíos lo hubiesen inventado, porque sin ese odio el supuesto pueblo elegido
habría desaparecido de la tierra.
Y por terrible que parezca esa es la clave de nuestro problema como nazis.
Cuanto peor tratado son los judíos mas fuertes se hacen;
la esclavitud en Egipto los convirtió en una nación,
las persecuciones los endurecieron,
Auschwitz dio origen al estado de Israel.
Al parecer el sufrimiento es el impulsor de su genio,
por lo tanto si los judíos (como a dicho uno de ellos)
son los pueblos que no aceptan un si por respuesta,
digamosle si a todo!
Medran en la oposición? dejemos de oponernos a ellos.
La única manera de aniquilar a ese pueblo traicionero de una vez por todas
es abriéndoles los brazos invitándolos a nuestras casas y abrasándolos,
solo entonces desaparecerán en la asimilación y la normalidad y el amor.
Y no podemos fingir si algo tienen los judíos es astucia, descubren la hipocresía
y la condescendencia.
Para destruirlos tenemos que amarlos sinceramente.
Y si me preguntan si a los judíos les fortalece el odio, no creo que esa destrucción de la que hablo ya sea por el amor o por cualquier otro medio los haría mas poderoso de lo que ya son?
Y la respuesta es si, infinitamente mas. Serian como dios, si.
Su destino es ser aniquilados para su beatificación
Jesús lo entendió perfectamente
piensen que efecto tuvo la muerte de un solo judío iluminado?
Que pasaría si los matáramos a todos?
así que digamos todos una plegaria judía.»

 

 

 

 

El creyente se basa en la historia real de Daniel Burros, ocurrida durante los años setenta. Un adolescente skinhead, popular militante fascista y de conocidas ideas antisemitas, que escondía sus orígenes judíos.

Era muy inteligente (su coeficiente dio 154), y muy colérico. Se alistó en el ejercito de EEUU en 1955 pero fue dado de alta tras una una serie de intentos de suicidios. En una de las notas que escribió elogió a Hitler.

Era mentalmente inestable y se odiaba por ser judío. Se unió al Partido Nazi Americano del que se alejó porque tuvo un altercado con el fundador George Lincoln Rockwell. Luego fue reclutador para el Ku Klux Klan, uno de los grupos racistas más violentos.

Por otra parte salía con mujeres judías y llevaba comida judía a la sede nazi.

Cuando se dio a conocer públicamente su pertenencia a la religión judía, a través de la publicación del New York Times, Burros se suicidó en 1965 a los 28 años.

 

 

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Entre la fe y la razón, cine actual

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Bruno Dumont (Francia, 1958) regresa a los terrenos de La vida de Jesús (1997)su primera película, para contar en ésta que es su quinto largometraje, un oscuro relato de amor, sacrificio y fanatismo.

A partir de los escritos de la mística medieval holandesa, Hadewijch, que da título a la película y es el nombre del convento donde se refugia la protagonista.

Entre la fe y la razón (Francia, 2009) es un un drama que habla del sufrimiento humano, sus recovecos y sus escapes, a través del hermoso personaje adolescente de Céline, interpretado por Julie Sokolowski.

La historia se sumerge en los peligros de la obcecación y el apasionamiento y lo hace con una gran fuerza arrolladora y sutileza a la vez, para desembocar en un clímax impactante y desolador.

La cámara acompañe a Céline hasta sus últimas consecuencias, lo cual no implica necesariamente que se comparta sus ideas, sino, más bien,  intenta comprenderlas. Dumont busca una explicación a este tipo de fenómeno de fundamentalismo religioso entre los adolescentes, tan actual en sus manifestaciones más extremas.

 

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La narración va del amor incondicional al espanto,  sugiriendo que quizá son la misma cosa.

A Dumont le interesa mostrar la fealdad de la violencia extrema.

 

 

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El propósito de Dumont, según lo contó en varias entrevistas, fue preguntarse qué pasaría si ese amor extremo por Dios que Hadewijch expresó en sus escritos fuera canalizado en la actualidad por una mujer joven como Céline, en cuerpo y alma. Y vale repetir: en cuerpo y alma, con especial énfasis en la parte del “cuerpo”. En la película, esta devoción se sugiere total, y por lo tanto inevitablemente sexual. En alguna entrevista, Dumont llegó a decir que Céline desea tanto el cuerpo de Cristo que quiere acostarse con él.

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Pero la gran ruptura de Dumont que sorprende al espectador hacia el final de la película consiste en quebrar la linealidad del relato cuando uno cree que la película ya se ha encaminado de un tipo de fundamentalismo religioso a otro. Si uno espera que haya una línea cronológica sobre la que –por más flashbacks y vueltas que dé el relato– al final de la película se puedan ubicar cada una de sus escenas para darles un sentido preciso, una causalidad, Dumont trabaja contra ese orden, y se mueve en dirección al misterio, asestando un golpe cuando no se lo espera.

Dumont cita de manera explícita a su referente más evidente: el cine de Bresson, en una escena que funciona como una variación sobre el final suicida de Mouchette, la adolescente que da nombre a la película de Bresson (1967) basada en la novela de Bernanos. Dumont, más que a dialogar con su maestro, entabla con él una discusión de orden teológico, al punto de que se permite corregir el trágico final de Mouchette.

 

 

Mouchette, de Bresson (1967)

El misterio va en consonancia con los planteos y las preocupaciones místicas de la película, con esa idea de una presencia inaprensible a la que debe entregársele todo a cualquier costo.

Entre la fe y la razón no busca explicaciones racionales. No se trata de una película sobre mundos ni personajes racionales: no lo es el convento, no lo es la política –como puede observarse a través de las brevísimas participaciones de los padres de Céline–, no lo es la vida urbana de las capitales europeas, ni el incendiario escenario de Medio Oriente, parece querer decir Dumont.

Una expresión más de la ida y vuelta permanente entre la filosofía (la antigua ocupación de este director) y su cine. “Pero el misticismo me interesa porque va mucho más allá de la filosofía”, dice Dumont. “El misticismo nos lleva a zonas que están más allá de las cuestiones de la razón, del discurso y de nuestra comprensión del mundo

Su cine nos confronta no tanto con situaciones extremas sino más bien con personajes extremos, al borde de sus propias fuerzas y movidos por una energía interior –llámese fe, instinto vital o mero espíritu de supervivencia– que Dumont es capaz de expresar de la manera más profunda en apenas un par de planos.

Artista de la soledad y de la desesperación, Dumont siempre se vio relacionado de una u otra manera con el cine de Robert Bresson, no tanto por su estilo o por sus temas como por la convicción de que en cada una de las acciones terrenales que filma es capaz de enunciar una manifestación del espíritu. Es considerado el heredero artístico de Bresson, el «neo Bresson».

Bruno Dumont ha redescubierto la trascendencia y la belleza de lo común, proporcionándonos imágenes brutalmente honestas y a menudo espeluznantes del ser humano. Retrata la capacidad humana para la violencia y la crueldad.

Bruno Dumont desconfía de la humanidad, cree que nuestra cultura ha fallado «política, social y moralmente». Y de esa tesis emerge la principal incógnita que nos plantea su cine: cómo redimir el mal -el sufrimiento, el dolor, la violencia, el racismo, el sexismo, la homofobia- .

Sus películas sacuden porque obligan a buscar individualmente la respuesta y, durante el proceso, a enfrentamos a un catálogo de emociones complejas: empatía, repulsión, deseo, fascinación, confusión, aliena­ción.

 

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Bruno Dumont, cine francés «du corp»

Las polémicas películas de Dumont se sitúan en el considerado nuevo cine francés du corps (del cuerpo), que abarcaría películas contemporáneas de directores como Claire Denis, Francois Ozon, Gaspar Noé, entre otros. También se denomina a este grupo de cineastas como el Nuevo Cine Extremo o Nuevo Extremismo Francés.
Dumont se considera un artista visual, utiliza normalmente tomas largas, primeros planos de los cuerpos de las personas e historias con desarrollo de emociones extremas.
No escribe guiones tradicionales para sus películas. En su lugar, escribe novelas completas, que son entonces la base para su realización.
Sus películas son duras, desoladoras, ambientadas en un paisaje seco acorde: La vida de Jesús (1997), La humanidad (1999), Flandres (2006), Fuera de Satán (2011), Camille Claudel (2013) sobre el desesperado personaje interpretado por Binoche.
Dice el director Bruno Dumont:
Hago cine para expresar mi visión sobre los misterios de la vida”.

El mal habita en nosotros, pero podemos convertirlo en bien y así alcanzar la gracia. Quería mostrar la belleza de ese amor puro por Dios que es una verdadera maravilla, pero también advertir cómo esa maravilla puede llevarnos a lo peor

«El poder del amor puede convertirse en delirio incluso en la propia religión. Es un sentimiento colosal que puede ir más allá dejando a Dios a un lado y amando a los demás, es la razón por la cual Hadewijch muere en Dios para poder nacer en el hombre….Dios es teatro, es un personaje de cine. En el cine hay que creer en lo que se ve. Dios es poesía, y puede ser cierta o falsa…Fui atraído por la belleza de los textos de esta poetisa de la Edad Media, para quien el amor puede ser el de una mujer con un hombre, pero para ella es el que le inspira Cristo, el amante perfecto, el amante ausente. Respecto a las historias de mis películas: no se trata de entender, sino de sentir. Hay muchas cosas que no son comprensibles. Habría que dejar la comprensión en el vestíbulo y tratar de sentir.

«Hadewijch es una película muy sencilla. No quise hacer una película intelectual porque es muy aburrido. Henri Bergson, el filósofo francés, ha criticado mucho la inteligencia: Él dice que uno debe ser más intuitivo. Para mí fue muy importante estudiar primero filosofía y después hacer películas. No me interesa ver muchas cintas, sino leer mucho sobre los temas de los que quiero hablar en la pantalla. Además, yo quise entrar a una escuela de cine y no me dejaron. Pero lo importante no es ir a la escuela y aprender a usar la tecnología, sino tener una visión particular de las cosas. Los grandes cineastas como Bergman, Dreyer, Bresson o Kubrick técnicamente tenían errores, pero también tenían esa visión de la que hablo.»

 

 

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 El Director Bruno Dumont y la actriz  Julie Sokolowski en el Festival de San Sebastián

 

 

Hadewijch de Amberes, S XIII, la mística de la que toma su título la película

 

Es considerada la primera y la gran escritora en lengua flamenca.

Su ubicación geográfica es de lo poco que se sabe de su vida. Dejó escritos más de sesenta poemas ensalzando el amor a Dios, en lengua trovadoresca de su época, visiones místicas y cartas con consejos para algunas de sus pupilas.

Perteneció a la comunidad de mujeres laicas católicas conocidas como beguinas, que se sometían a la vida de comunidad sin constituirse en conventos ni tener jerarquía entre ellas, se dedicaban a la contemplación, realizaban obras de caridad  y hacían votos de castidad.

En sus poemas plasma la intensidad y emoción del amor que siente por Dios y describe el estado de éxtasis y otros fenómenos paranormales relacionados con su profunda fe.

 El furor de amor de la acción divina es una constante en estos poemas. El furor es atribuido tanto al desborde del objeto divino que se derrama sin fin como fuente inagotable, como a la embriaguez del sujeto humano que recibe y sacia de este modo su deseo.
Quien se dé por entero al Amor experimentará gran maravilla; con amor se unirá en la unidad al Amor contemplado y beberá por la arteria secreta de esa fuente en la que Amor derrama su amor y con amor embriaga a sus amigos asombrados ante su furor”.
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Knight of cups, de Terrence Malick

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Malik hace un cine poético que va profundizando y reiterando,  con cada nueva película.

Su lenguaje fílmico es particular, lleva su marca, su estilo único. Están los que lo adoran y sus detractores, que consideran su cine es pretencioso, vacío, preciosista y aburrido.

Lo cierto es que es enigmático, huidizo, complejo y apasionante. Y con muy pocas películas se constituyó en una de las figuras más reconocidas del cine de autor de EEUU.

Es productor, guionista y director de sus films, que presenta siempre en festivales internacionales: Knight of cups se presentó en el Festival de Berlin 2015 y este año se exhibe en el Festival de Venecia su nueva película, Weightless, protagonizada por Natalie Portman, Ryan Gosling, Christian Bale, Rooney Mara, Cate Blanchett y Haley Bennett.

 

 

 

 

Lo que en su cine previo era un recurso utilizado en algunos momentos, en las últimas películas pasó a ser el concepto central de su forma de entender y realizar cine.

Planos breves y en ángulos extraños, acompañados por música y/o una voz en off que reflexiona o habla lacónicamente, desarrollando un discurso existencial sobre el sentido o la falta de sentido de la vida, sobre el vacío espiritual.

La subjetividad del siglo XXI es vista y diseccionada desde una ciudad de Los Angeles rica, opulenta, en el corazón de la industria del cine.

Tecnología, modernidad, estilismo, todo lo que conforma ese mundo es confrontado e interpelado desde un requerimiento espiritual.

 

 

 

El discurso filosófico es sostenido por lo impactante de las imágenes visuales. Malik posee como ningún otro director la capacidad de crear momentos de tremenda belleza, epifánicos, en los que la estética es tan impresionante que crea emotividad.

 

 

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En las imágenes de Knight of cups seguimos el derrotero del monólogo del protagonista, al tiempo que divaga por los diferentes paisajes geográficos. No para nunca de moverse, de caminar, de pensar. Malik nos mantiene continuamente en movimiento: el movimiento del personaje, del pensamiento y sobre todo de las imágenes, las tomas desde perspectivas originales no dejan de impactar en la retina.

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Al retratar la vida contemporánea en Los Angeles, en el corazón de la industria, su cine ha incorporado imágenes no usuales.

Malick mira, observa y filma una ciudad moderna que podría ser cualquier metrópoli.

Sus películas anteriores transcurrán en pueblos chicos, en el campo o en el pasado.

Las imágenes y composiciones que obtiene en estos escenarios naturales, la playa o el desierto, son impactantes. Y transforma Los Angeles , las casas de los “ricos y famosos”, y Las Vegas, las fiestas y esa especie de orgías, en una mezcla de paraíso decadente y escenario de película de ciencia ficción.

Malick tiene un ojo único para capturar las sensaciones que transmiten los lugares, dándoles a la vez un carácter realista y creíble y, paralelamente, un clima de ensoñación y fantasía. La forma en la que la cámara capta Los Angeles consigue algo que pocas veces se ve en el cine: la combinación entre esa ciudad que parece poco interesante y hasta plana por fuera pero que se revela  compleja y hasta decadente por dentro.

Malick logra en ese tipo de combinaciones, convertir el espacio en una sensación física y mental.

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En lo que es posible reconstruir de la historia (los tiempos van y vienen, los textos en general son más reflexiones que intentos por narrar convencionalmente algo) el relato está organizado en base a capítulos, que corresponden cada uno con una carta del tarot, como eje narrativo.

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El ángulo religioso, ético, psicoanalítico, de búsqueda existencial,sigue siendo central en el cine de este director.

Lo que la voz o las voces en off dicen, murmuran, reflexionan, es un hilo de sentido religioso, psicoanalítico, místico, que por momentos se vuelve pomposo y hasta bordea el ridículo.

 

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KoC-03190_R_CROP (l to r) Christian Bale stars as ‘Rick’ and Cate Blanchett as ‘Nancy’ in Terrence Malick’s drama KNIGHT OF CUPS, a Broad Green Pictures release. Credit: Melinda Sue Gordon / Broad Green Pictures

 

Lo fascinante y a la vez  frustrante de la película, y del estilizado sistema audiovisual de Malick, es que logra mantener el interés del espectador básicamente sin narrar nada más que estados mentales, impresiones, sensaciones, como si todo el filme fuera una pintura viva, en el que importan más que nada los movimientos y la combinación sensorial de los distintos elementos en el plano. La mayoría de las escenas no tienen diálogos y, cuando lo tienen, aparecen y desaparecen como si se oyeran de casualidad, rápidamente reemplazados por música o por la temida voz en off.

Con esta grandiosa capacidad creativa llega a un impresionismo fílmico y casi barroco que lo une a cineastas como Wong Kar-wai. Tienen en común esas filmaciones que se vuelven extensísimas, guiones que se alteran todo el tiempo, voces en off que “unen” retazos sueltos y, básicamente, imágenes bellísimas.

 

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El protagonista trabaja para Hollywood, por lo que la película es reveladora de lo que piensa Malick de la industria. Las fiestas decadentes con mujeres bellísimas (a quien filma con un ojo bien de fotógrafo publicitario, y puede resultar cansador ), las mansiones en las que los personajes viven y la falsedad de los estudios con sus reconstruidos escenarios urbanos son las imágenes que Malick elige para mostrar esa decadencia de la industria y de los que “trabajan” en ella. A la vez que es un universo que resulta fascinante y atractivo para los que viven en él, el director posa su ojo crítico para mostrarlo y desmenuzarlo frente al público.

Retrata la tristeza de los niños ricos, las crisis de jóvenes bellos y millonarios que solo podrán salvarse teniendo un contacto más real con el mundo, con la naturaleza y con los que sufren.  Es mostrado como un universo que bordea lo fantástico pero que a la vez es extrañamente real.

 

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Lo que cabe preguntarse frente a tanta estilización visual, es si ésta logra plasmar un mundo de significado, un relato que pueda llegar al espectador, o es sólo fuegos artificiales, impactantes y bellos, que quitan el aliento por unos segundos, pero efímeros, y que al apagarse solo dejan el humo en el aire.

 

El cinéfilo

Walker Percy

 

«El cinéfilo», novela  de Walker Percy

(The moviegoer, 1961. Trad.al español en Alfaguara, 1990)

Para esta película Terrence Malik toma como referencia una novela de Walker Percy (1916-1990) muy premiada y reconocida en EEUU, considerada como una de las mejores cien novelas del s. XX .

El autor es profundamente religioso e hizo su conversión al catolicismo, lector de Kierkegaard y Dostoievsky, melancólico y proveniente de una familia marcada por los suicidios de su abuelo y sus padres.

Percy se pregunta: ¿Cómo es posible que el hombre moderno, con sus necesidades satisfechas, esté deprimido? ¿Por qué está tan triste?». Pone en boca del personaje:

“…aprendiendo únicamente a reconocer la mierda cuando la veo, no habiendo heredado de mi padre más que un buen olfato para la mierda, para cualquier tipo de caquita que revolotee en el aire (mi único talento), oliendo a mierda venga del barrio que venga, viviendo de hecho en el siglo de la mierda, en la gran cagada del humanismo científico donde se satisfacen las necesidades y todos se convierten en un cualquiera, en una persona entusiasta y creativa que medra como un escarabajo estercolero, donde el uno por ciento de las personas son humanistas y el otro noventa y ocho cree en Dios, y donde los hombres están muertos y requetemuertos, y el malestar se ha aposentado como polvo radioactivo…»

El protagonista de novela, Binx Bolling, es un exitoso corredor de bolsa, que tiene amoríos con sus secretarias, y  sin embargo, pese a su buen pasar, se siente insatisfecho y recurre a las imágenes de los actores y de las películas para escapar del hastío. Logrará su redención a través del matrimonio con Kate.

El epígrafe de Kierkegaard que encabeza El cinéfilo afirma que el hombre verdaderamente desesperado es aquel que no es consciente de su desesperación (“… la cualidad específica de la desesperación es exactamente ésta: no tener conciencia de ser desesperación” )

En una entrevista dice el escritor respecto al personaje de su novela:  «En Binx es una rebelión metafísica, una búsqueda de significado.» Esto podría perfectamente referirse a Rick, el personaje interpretado por Christian Bale.

Esta referencia nos puede ayudar a desentrañar el relato que desarrolla la película. Dado que la estética dificulta una lectura lineal, tomamos algunos signos que nos pueden dar la clave para su interpretación.

La posibilidad de redención de Rick en Knight of cups parece darse hacia el final, y digo «parece» porque se insinúa veladamente. El punto de quiebre o cambio está representado por el discurso del cura, que da un sentido al sufrimiento, como un regalo de Dios, «más precioso que la felicidad».

Las imágenes finales pueden reflejar lo apacible de la vida familiar.

Tanto Malik , que nació y vive en Texas; como Percy, son hombres del sur, y adherentes y estudiosos del existencialismo filosófico. Tal vez por ello, y conocedores del sentimiento religioso, actualizan esas ideas en las historias que narran.

 

 

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Rashomon y el problema filosófico de la «verdad»

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CRITICA FILOSOFICA A LA IDEA DE LA VERDAD

El cine, como la filosofía y la literatura, y los otros rubros de la cultura, se encargan de demoler el concepto de verdad.

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EFECTO RASHOMON

El título de la película japonesa de Akira Kurosawa de 1950, que ganó el León de Oro en el Festival de Venecia y el Oscar a la Mejor Película Extranjera, sirve para denominar el fenómeno que se refiere a la subjetividad que se detecta en la percepción y en la memoria de los hechos, cuando los distintos testimonios de un mismo acontecimiento ofrece relatos o descripciones de ese acontecimiento, sustancialmente distintos e incompatibles, y sin embargo son igualmente plausibles.

Ello se debe a la inconmensurabilidad (no se pueden comparar), subjetividad e indecibilidad (no hay elementos para decidir entre ellas) entre las cuatro versiones que se dan de los hechos a partir del relato de cada personaje (el monje, el mendigo, la mujer y el marido). Lo que la película demuestra es que es imposible determinar la verdad de un modo unívoco, indudable y apodíctico.

La película desarrolla una visión cuestionadora del concepto de «verdad». Muestra las dificultades y la naturaleza engañosa, la imposibilidad de llegar a una verdad única. Plantea una mirada alejada del concepto de verdad totalizadora y objetiva.

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RASHOMON Y LA FILOSOFIA

En un mundo quebrado y desilusionado por la guerra (recordemos que Rashomon es de 1950, década oscura, escéptica, en la que Heidegger se retira al bosque y Sartre intenta recuperar la confianza en la existencia humana a través de los conceptos de proyecto, responsabilidad y libertad con su optimismo existencialista) sólo hay verdades subjetivas, personales, engañosas. Más que verdades son ilusiones, autoengaños, arte de fingir, si tomamos a filósofos como Nietzsche, o  Kant, o Hume, y remontándonos a los orígenes de la filosofía occidental, a los escépticos antiguos, los cínicos griegos, como Diógenes.

Esta línea filosófica va de la mano de la secularización o «muerte de Dios». La famosa frase «Dios ha muerto» conlleva la ausencia de una mirada totalizadora, una perspectiva por encima de lo humano que permite enunciar «la» verdad, lo verdadero. El concepto de verdad única y universal necesita de una fuente de enunciación válida como puede ser Dios o la ciencia, la creencia positivista en la objetividad.

Al caer la creencia en dios, el mundo queda ausente de verdad.

Los llamados postnietzscheanos o postestructuralistas, como los franceses Foucault, Deleuze, Nancy, Derrida, o los italianos Agamben y Espósito,  el moderno perspectivismo como el de Quine,  los postulados sobre las prácticas línguísticas del último Wittgenstein, epistemólogos, pragmatistas americanos con Richard Rorty a la cabeza, son algunas de las principales corrientes en la línea de la crítica al concepto de verdad. Son escalones en el camino o proceso de destrucción del concepto de lo verdadero.

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ALGUNOS PLANTEOS CRITICOS O CUESTIONADORES DEL CONCEPTO de «VERDAD»

KANT (1724-1804)

KANT

CRITICA DE LA RAZON PURA (1785)

Dentro de la Crítica, la obra más importante de Kant, específicamente al inicio del Tercer Capítulo del Libro Segundo, en el que diferencia los fenómenos de las ideas o creencias, de los que se ocupa en la Dialéctica,  argumentando contra el idealismo, dirá que los conocimientos de las cosas del mundo ocupan un lugar ínfimo, al lado de las creaciones o fantasías de la mente:

«Ya hemos recorrido el territorio del entendimiento [se refiere a la facultad humana que lleva al conocimiento objetivo]. Ese territorio empero es una isla, a la cual la Naturaleza misma ha asignado límites invariables. Es la tierra de la verdad (nombre encantador), rodeada por un inmenso y tempestuoso mar, albergue propio de la ilusión, en donde los negros nubarrones y los bancos de hielo, deshaciéndose, fingen nuevas tierras y engañan sin cesar con renovadas esperanzas al marino, ansioso de descubrimientos, precipitándolo en las locas empresas, que nunca puede ni abandonar ni llevar a buen término.»

NIETZSCHE

NIETZSCHE

 SOBRE VERDAD Y MENTIRA EN SENTIDO EXTRAMORAL  (1873, publicado póstumo en 1903)

Nietzsche arremete contra la filosofía en sí, contra la filosofía occidental, la religión, la historia, la ciencia, es decir todos los relatos que le brindaba la cultura de su época.

Nietzsche plantea la necesidad biológica de fingir por parte del ser humano, para sobrevivir. La verdad, o lo que se considera socialmente verdadero, sería entonces una mentira colectiva. y el impulso o búsqueda de la verdad sería un olvido o represión inconsciente de las mentiras construidas por la cultura.

Para Nietzsche la sociedad premia la verdad y castiga o penaliza la mentira por una codificación o contrato social. La fuente de crear «verdades» en el hombre, estaría en su imaginación, en su capacidad de crear metáforas. La mente humana cuenta con una facultad radical e innovadora de imaginar.

Comienza el texto a la manera de un relato tradicional, y haciendo alarde del exquisito estilo literario nietzscheano:

«En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la «Historia Universal»: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer. Alguien podría inventar una fábula semejante pero, con todo, no habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso, cuán sombrío y caduco, cuán estéril y arbitrario es el estado en el que se presenta el intelecto humano dentro de la naturaleza. Hubo eternidades en las que no existía; cuando de nuevo se acabe todo para él no habrá sucedido nada, puesto que para ese intelecto nbo hay ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero, si pudiéramos comunicarnos con la mosca, llegaríamos a saber que también ella navega por el aire poseída de ese mismo pathos, y se siente el centro volante de este mundo. Nada hay en la naturaleza, por despreciable e insignificante que sea, que, al más pequeño soplo de aquel poder del conocimiento, no se infle inmediatamente como un odre; y del mismo modo que cualquier mozo de cuerda [aquellos que se ponían en los lugares públicos con una cuerda al hombro a fin de que cualquiera pudiese contratarle para llevar cosas de carga o hacer otro mandato] quiere tener su admirador, el más soberbio de los hombres, el filósofo, está completamente convencido de que, desde todas partes, los ojos del universo tienen telescópicamente puesta su mirada en sus obras y pensamientos.

(…) El intelecto, como medio de conservación del individuo, desarrolla sus fuerzas principales fingiendo, puesto que éste es el medio, merced al cual sobreviven los individuos débiles y poco robustos, como aquellos a quienes les ha sido negado servirse, en la lucha por la existencia, de cuernos, o de la afilada dentadura del animal de rapiña. En los hombres alcanza su punto culminante este arte de fingir; aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, la murmuración, la farsa, el vivir del brillo ajeno, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, la escenificación ante los demás y ante uno mismo, en una palabra, el revoloteo incesante alrededor de la llama de la vanidad es hasta tal punto regla y ley, que apenas hay nada tan inconcebible como el hecho de que haya podido surgir entre los hombres una inclinación sincera y pura hacia la verdad. Se encuentran profundamente sumergidos en ilusiones y ensueños; su mirada se limita a deslizarse sobre la superficie de las cosas y percibe “formas”, su sensación no conduce en ningún caso a la verdad, sino que se contenta con recibir estímulos, como si jugase a tantear el dorso de las cosas. Además, durante toda una vida, el hombre se deja engañar por la noche en el sueño, sin que su sentido moral haya tratado nunca de impedirlo, mientras que parece que ha habido hombres que, a fuerza de voluntad, han conseguido eliminar los ronquidos. En realidad, ¿qué sabe el hombre de sí mismo? ¿Sería capaz de percibirse a sí mismo, aunque sólo fuese por una vez, como si estuviese tendido en una vitrina iluminada? ¿Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso su propio cuerpo, de modo que, al margen de las circunvoluciones de sus intestinos, del rápido flujo de su circulación sanguínea, de las complejas vibraciones de sus fibras, quede desterrado y enredado en una conciencia soberbia e ilusa? Ella ha tirado la llave, y ¡ay de la funesta curiosidad que pudiese mirar fuera a través de una hendidura del cuarto de la conciencia y vislumbrase entonces que el hombre descansa sobre la crueldad, la codicia, la insaciabilidad, el asesinato, en la indiferencia de su ignorancia y, por así decirlo, pendiente en sus sueños del lomo de un tigre! ¿De dónde procede en el mundo entero, en esta constelación, el impulso hacia la verdad?

¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal.

No sabemos todavía de dónde procede el impulso hacia la verdad, pues hasta ahora solamente hemos prestado atención al compromiso que la sociedad establece para existir: ser veraz, es decir, utilizar las metáforas usuales; por tanto, solamente hemos prestado atención, dicho en términos morales, al compromiso de mentir de acuerdo con una convención firme, mentir borreguilmente, de acuerdo con un estilo vinculante para todos. Ciertamente, el hombre se olvida de que su situación es ésta; por tanto, miente de la manera señalada inconscientemente y en virtud de hábitos seculares —y precisamente en virtud de esta inconsciencia, precisamente en virtud de este olvido, adquiere el sentimiento de la verdad—. A partir del sentimiento de estar comprometido a designar una cosa como “roja”, otra como “fría” y una tercera como “muda”, se despierta un movimiento moral hacia la verdad; a partir del contraste del mentiroso, en quien nadie confía y a quien todo el mundo excluye, el hombre se demuestra a sí mismo lo honesto, lo fiable y lo provechoso de la verdad. En ese instante, el hombre pone sus actos como ser racional bajo el dominio de las abstracciones; ya no tolera más el ser arrastrado por las impresiones repentinas, por las intuiciones; generaliza en primer lugar todas esas impresiones en conceptos más descoloridos, más fríos, para uncirlos al carro de su vida y de su acción. Todo lo que eleva al hombre por encima del animal depende de esa capacidad de volatilizar las metáforas intuitivas en un esquema; en suma, de la capacidad de disolver una figura en un concepto. En el ámbito de esos esquemas es posible algo que jamás podría conseguirse bajo las primitivas impresiones intuitivas: construir un orden piramidal por castas y grados; instituir un mundo nuevo de leyes, privilegios, subordinaciones y delimitaciones, que ahora se contrapone al otro mundo de las primitivas impresiones intuitivas como lo más firme, lo más general, lo mejor conocido y lo más humano y, por tanto, como una instancia reguladora e imperativa. Mientras que toda metáfora intuitiva es individual y no tiene otra idéntica y, por tanto, sabe siempre ponerse a salvo de toda clasificación, el gran edificio de los conceptos ostenta la rígida regularidad de un columbarium romano e insufla en la lógica el rigor y la frialdad peculiares de la matemática. Aquel a quien envuelve el hálito de esa frialdad, se resiste a creer que también el concepto, óseo y octogonal como un dado y, como tal, versátil, no sea más que el residuo de una metáfora, y que la ilusión de la extrapolación artística de un impulso nervioso en imágenes es, si no la madre, sí sin embargo la abuela de cualquier concepto. Ahora bien, dentro de ese juego de dados de los conceptos se denomina “verdad” al uso de cada dado según su designación; contar exactamente sus puntos, formar las clasificaciones correctas y no violar en ningún caso el orden de las castas ni la sucesión jerárquica. Así como los romanos y los etruscos dividían el cielo mediante rígidas líneas matemáticas y conjuraban en ese espacio así delimitado, como en un templum, a un dios, cada pueblo tiene sobre él un cielo conceptual semejante matemáticamente repartido y en esas circunstancias entiende por mor de la verdad, que todo dios conceptual ha de buscarse solamente en su propia esfera. Cabe admirar en este caso al hombre como poderoso genio constructor, que acierta a levantar sobre cimientos inestables y, por así decirlo, sobre agua en movimiento una catedral de conceptos infinitamente compleja: ciertamente, para encontrar apoyo en tales cimientos debe tratarse de un edificio hecho como de telarañas, suficientemente liviano para ser transportado por las olas, suficientemente firme para no desintegrarse ante cualquier soplo de viento. Como genio de la arquitectura el hombre se eleva muy por encima de la abeja: ésta construye con la cera que recoge de la naturaleza; aquél, con la materia bastante más delicada de los conceptos que, desde el principio, tiene que fabricar por sí mismo. Aquí él es acreedor de admiración profunda —pero no ciertamente por su inclinación a la verdad, al conocimiento puro de las cosas—. Si alguien esconde una cosa detrás de un matorral, a continuación la busca en ese mismo sitio y, además, la encuentra, no hay mucho de qué vanagloriarse en esa búsqueda y ese descubrimiento; sin embargo, esto es lo que sucede con la búsqueda y descubrimiento de la “verdad” dentro del recinto de la razón.

En un estado natural de las cosas, el individuo, en la medida en que se quiere mantener frente a los demás individuos, utiliza el intelecto y la mayor parte de las veces solamente para fingir, pero, puesto que el hombre, tanto por la necesidad como por hastío, desea existir en sociedad y gregariamente, precisa de un tratado de paz y, de acuerdo con este, procura que, al menos, desaparezca de su mundo el más grande bellum omnium contra omnes. Este tratado de paz conlleva algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese misterioso impulso hacia la verdad. En este mismo momento se fija lo que a partir de entonces ha de ser “verdad”, es decir, se ha inventado una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria, y el poder legislativo del lenguaje proporciona también las primeras leyes de verdad, pues aquí se origina por primera vez el contraste entre verdad y mentira. El mentiroso utiliza las designaciones válidas, las palabras, para hacer aparecer lo irreal como real; dice, por ejemplo, “soy rico” cuando la designación correcta para su estado sería justamente “pobre”. Abusa de las convenciones consolidadas haciendo cambios discrecionales, cuando no invirtiendo los nombres. Si hace esto de manera interesada y que además ocasione perjuicios, la sociedad no confiará ya más en él y, por este motivo, lo expulsará de su seno. Por eso los hombres no huyen tanto de ser engañados como de ser perjudicados mediante el engaño; en este estadio tampoco detestan en rigor el embuste, sino las consecuencias perniciosas, hostiles, de ciertas clases de embustes. El hombre nada más que desea la verdad en un sentido análogamente limitado: ansía las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que mantienen la vida; es indiferente al conocimiento puro y sin consecuencias e incluso hostil frente a las verdades susceptibles de efectos perjudiciales o destructivos. Y, además, ¿qué sucede con esas convenciones del lenguaje? ¿Son quizá productos del conocimiento, del sentido de la verdad? ¿Concuerdan las designaciones y las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?

Solamente mediante el olvido puede el hombre alguna vez llegar a imaginarse que está en posesión de una “verdad” en el grado que se acaba de señalar. Si no se contenta con la verdad en forma de tautología, es decir, con conchas vacías, entonces trocará continuamente ilusiones por verdades.

(…) Sólo mediante el olvido de este mundo primitivo de metáforas, sólo mediante el endurecimiento y petrificación de un fogoso torrente primordial compuesto por una masa de imágenes que surgen de la capacidad originaria de la fantasía humana, sólo mediante la invencible creencia en que este sol, esta ventana, esta mesa son una verdad en sí, en resumen: gracias solamente al hecho de que el hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto artísticamente creador, vive con cierta calma, seguridad y consecuencia; si pudiera salir, aunque sólo fuese un instante, fuera de los muros de esa creencia que lo tiene prisionero, se terminaría en el acto su “conciencia de sí mismo”. Le cuesta trabajo reconocer ante sí mismo que el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente diferente al del hombre y que la cuestión de cuál de las dos percepciones del mundo es la correcta carece totalmente de sentido, ya que para decidir sobre ello tendríamos que medir con la medida de la percepción correcta, es decir, con una medida de la que no se dispone. Pero, por lo demás, la “percepción correcta” —es decir, la expresión adecuada de un objeto en el sujeto— me parece un absurdo lleno de contradicciones, puesto que entre dos esferas absolutamente distintas, como lo son el sujeto y el objeto, no hay ninguna causalidad, ninguna exactitud, ninguna expresión, sino, a lo sumo, una conducta estética, quiero decir: un extrapolar alusivo, un traducir balbuciente a un lenguaje completamente extraño, para lo que, en todo caso, se necesita una esfera intermedia y una fuerza mediadora, libres ambas para poetizar e inventar.

 RICHARD RORTY

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RICHARD RORTY y  PASCAL ENGEL: ¿Para qué sirve la verdad? (2005)

Postura de los pragmatistas norteamericanos

Rorty intenta mostrar que la verdad no tiene la importancia que se le otorga. La línea pragmatista norteamericana corre o desplaza a la verdad como centro del interés filosófico, dado que no sirve como explicación, carece de sentido. Tampoco es útil en el plano de la ética, y conceptualmente es una tautología:

Señalar que algo es «verdadero» «es simplemente un dispositivo para hablar de nuestros enunciados, y aprobarlos, y no un término que designe un mundo objetivo que trascendería nuestra aprobaciones en el seno de nuestros auditorios y comunidades.Dado que el concepto de verdad es tan delgado y tan poco sustancial, se sigue que el rol epistémico que habitualmente se acuerda a la verdad – el de ser una norma o un fin de nuestras investigaciones, y en particular de las investigaciones científicas- simplemente no puede ser cubierto: la verdad no es ni una norma, ni un fin último. No puede ser una norma en el sentido de regular la investigación, porque no se la puede conocer, ni puede ser un fin último en tanto no es un valor intrínseco, aunque pueda tener un valor instrumental. Por lo tanto, invocar la verdad no sirve para nada, sea en ciencia, en filosofía, en ética o en política.»

Estas tesis despiertan resonancias escépticas o nihilistas. A menudo, se las ha calificado de relativistas. Pero Rorty niega ser un relativista en cuanto a la verdad, porque el relativista es el que dice: ¨No hay otra verdad que la que es verdadera para mí».

Rorty, en cambio, sostiene que esa palabra carece de sentido descriptivo, y que sólo posee un sentido expresivo: expresa un estado del locutor y de su aprobación respecto de su auditorio. Rorty no se propone eliminar el concepto, sino que busca disipar las ilusiones y los mitos que se asocian a ella. Es por ello que prefiere llamar «irónica» a su posición.

«Problemas como ¨bien¨, ¨justo¨ y ¨verdadero¨ son, desde Platón, problemas para filósofos. No es interesante discutir sobre ellos. Son debates puramente escolásticos y particularmente fastidiosos.»

Rorty argumenta contra la «verdad» a partir del concepto de «responsabilidad»: Si se deja de lado el concepto de verdad, «ya no nos sentiremos tan inclinados a pensar que tenemos responsabilidades con respecto a entidades distintas de las entidades humanas -entidades que podríamos llamar, por ejemplo, ¨verdad¨o ¨realidad¨-. A menudo, propuse que se considere el pragmatismo como una tentativa dirigida a completar el proyecto humanista del Renacimiento y de la Ilustración. Los pragmatistas quieren ayudarnos a comprender que es necesario que dejemos de creer que tenemos ni siquiera la menor obligación con respecto a cualquier sustituto de Dios. El pragmatismo de James, como el existencialismo de Sartre, intentaba convencer a los hombres de que no deben construir tales sustitutos.»

MICHEL FOUCAULT

foucault

VERDAD Y PODER

Foucault describe la «verdad» como un efecto de poder no de los discursos, sino en el interior de los discursos, como un «régimen discursivo»: «es un  «régimen» en el discurso y en el saber». Es un régimen de inteligibilidad. Le interesa  ver «cómo se producen los efectos de verdad en el interior de los discursos que no son en sí mismos ni verdaderos ni falsos».

Por «verdad» entiende un conjunto de procedimientos reglamentados por la producción, la ley, la repartición, la puesta en circulación, y el funcionamiento de los enunciados.
La «verdad» está ligada circularmente a los sistemas de poder que la producen y la mantienen, y a los efectos de poder que induce y que la acompañan.  Es el «Régimen» de la verdad. Es lo que rige los enunciados y la manera en la que se rigen los unos a los otros para constituir un conjunto de proposiciones aceptables científicamente y susceptibles en consecuencia de ser verificadas o invalidadas mediante procedimientos científicos.

«Problema en suma de régimen, de política del enunciado científico. A este nivel, se trata de saber no cuál es el poder que pesa desde el exterior sobre la ciencia, sino qué efectos de poder circulan entre los enunciados científicos; cuál es de algún modo su régimen interior de poder; cómo y por qué en ciertos momentos dicho régimen se modifica de forma global.

Son estos diferentes regímenes los que he intentado localizar y describir en Las Palabras y las Cosas. Diciendo, bien es verdad, que no intentaba de momento explicarlos. Y que era necesario intentar hacerlo en un trabajo posterior. Pero lo que faltaba en mi trabajo, era este problema del «régimen discursivo», de los efectos de poder propios al juego enunciativo

En el punto de confluencia entre laHistoria de la locura y Las Palabras y las Cosas se encontraba, bajo dos aspectos muy diferentes, ese problema central del poder que yo había por entonces aislado muy mal.

La manera como el poder se ejercía concretamente y en detalle, con toda su especificidad, sus técnicas y sus tácticas, no se planteaba la mecánica del poder; jamás era analizada.

Sólo se ha podido comenzar a realizar este trabajo después del 68, es decir a partir de luchas cotidianas y realizadas por la base, con aquellos que tenían que enfrentarse en los eslabones más finos de la red del poder. Fue ahí donde la cara concreta del poder apareció y al mismo tiempo la fecundidad verosímil de estos análisis del poder para darse cuenta de las cosas que habían permanecido hasta entonces fuera del campo del análisis.

Cuando se definen los efectos del poder por la represión se da una concepción puramente jurídica del poder; se identifica el poder a una ley que dice no; se privilegiaría sobre todo la fuerza de la prohibición. Ahora bien, pienso que esta es una concepción negativa, estrecha, esquelética del poder que ha sido curiosamente compartida. Si el poder no fuera más que represivo, si no hiciera nunca otra cosa que decir no, ¿pensáis realmente que se le obedecería? Lo que hace que el poder agarre, que se le acepte, es simplemente que no pesa solamente como una fuerza que dice no, sino que de hecho la atraviesa, produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; es preciso considerarlo como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social más que como una instancia negativa que tiene como función reprimir.

(…) la verdad no está fuera del poder, ni sin poder (no es, a pesar de un mito, del que sería preciso reconstruir la historia y las funciones, la recompensa de los espíritus libres, el hijo de largas soledades, el privilegio de aquellos que han sabido emanciparse). La verdad es de este mundo; está producida aquí gracias a múltiples imposiciones. Tiene aquí efectos reglamentados de poder. Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su «política general de la verdad»: es decir, los tipos de discursos que ella acoge y hace funcionar como verdaderos; los mecanismos y las instancias que permiten distinguir los enunciados verdaderos o falsos, la manera de sancionar unos y otros; las técnicas y los procedimientos que son valorizados para la obtención de la verdad; el estatuto de aquellos encargados de decir qué es lo que funciona como verdadero.
En sociedades como las nuestras la «economía política» de la verdad está caracterizada por cinco rasgos históricamente importantes: la «verdad» está centrada en la forma del discurso científico y en las instituciones que lo producen; está sometida a una constante incitación económica y política (necesidad de verdad tanto para la producción económica como para el poder político); es objeto bajo formas diversas de una inmensa difusión y consumo (circula en aparatos de educación o de información cuya extensión es relativamente amplia en el cuerpo social pese a ciertas limitaciones estrictas); es producida y transmitida bajo el control no exclusivo pero si dominante de algunos grandes aparatos políticos o económicos (universidad, ejército, escritura,
medios de comunicación); en fin, es el núcleo de la cuestión de todo un debate político y de todo un enfrentamiento social (luchas «ideológicas»).

El régimen de verdad es esencial a las estructuras y al funcionamiento de nuestra sociedad. Existe un combate «por la verdad», o al menos «alrededor de la verdad» —una vez más entiéndase bien que por verdad no quiero decir «el conjunto de cosas verdaderas que hay que descubrir o hacer aceptar», sino «el conjunto de reglas según las cuales se discrimina lo verdadero de lo falso y se ligan a lo verdadero efectos políticos de poder»; se entiende asimismo que no se trata de un combate «en favor» de la verdad sino en torno al estatuto de verdad y al papel económico-político que juega.

Entiendo por «verdad» un conjunto de procedimientos reglamentados por la producción, la ley, la repartición, la puesta en circulación, y el funcionamiento de los enunciados. La «verdad» está ligada circularmente a los sistemas de poder que la producen y la mantienen, y a los efectos de poder que induce y que la acompañan. «Régimen» de la verdad.Este régimen no es simplemente ideológico o superestructural; ha sido una condición de formación y de desarrollo de las sociedades.

La cuestión política es saber si es posible constituir una nueva política de la verdad. El problema no es «cambiar la conciencia» de las gentes o lo que tienen en la cabeza, sino el régimen político, económico, institucional de la producción de la verdad.
No se trata de liberar la verdad de todo sistema de poder — esto sería una quimera, ya que la verdad es ella misma poder— sino de separar el poder de la verdad de las formas de hegemonía (sociales, económicas, culturales) en el interior de las cuales funciona por el momento. La cuestión política, en suma, no es el error, la ilusión, la conciencia alienada o la ideología; es la verdad misma.»

Apuntes filosóficos: la estética en la era de Internet

Boris Groys: el arte, estética e Internet

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El influyente filósofo y crítico de arte Boris Groys ha sido una cuenta pendiente en las decisiones editoriales locales durante años. Nacido en Berlín oriental, en tiempos de la República Democrática Alemana, y emigrado a la URSS, hoy es profesor de Estudios Rusos y Eslavos en la Universidad de Nueva York. En su biografía figura el haber acompañado desde su puesto en la universidad de Leningrado, hoy otra vez San Petersburgo, a los artistas conceptualistas soviéticos, que ilustran estas páginas, y luego haberlos difundido en Europa occidental. Pero fue a fines de los 80 cuando publicó su primer gran ensayo, el debatido Obra de arte total Stalin , en la que derrumba el mito de que los vanguardistas rusos fueron pisoteados por el líder soviético en pos de un estilo de realismo socialista. El sostiene, en cambio, que el sueño de la totalidad estética de la avant-garde artística histórica equivalía a la aspiración estaliniana. A éste siguió una prolífica colección de escritos sobre arte contemporáneo, los medios masivos, los museos y el diseño. En 2008 se publicó el tomo de entrevistas Políticas de la inmortalidad (en Katz). Ahora acaba de editar Volverse público. Las transformaciones del arte en el ágora contemporánea (en Caja Negra). En él suelta opiniones agudas y auténticas, como: “Hubo un momento en que la gente estaba interesada en cómo aparecían sus almas frente a Dios; hoy está más interesada en cómo aparece su cuerpo en el entorno político”. O “Internet no es más que una red telefónica modificada. Si no se establecen ciertas líneas de comunicación, si no se producen ciertos dipositivos, si no se instala y se paga por cierto acceso, entonces simplemente no hay Internet ni mundo virtual”. En estos doce ensayos, se refiere a la afluencia de las masas a las prácticas culturales antes reservadas a los artistas, a la muerte de Dios y el nacimiento de Google, y al auto-diseño. Desde Nueva York, Boris Groys dialogó con Ñ.

–Usted describe el presente como la época de la escasez de tiempo. ¿Qué ocurre con la atención en este contexto; el arte compite por la atención del público como nunca antes?

–La situación es ambivalente, porque si caminás por una ciudad verás a las personas sentadas en los cafés conversando. En ese sentido, hay tiempo. La cuestión es ¿el tiempo se está usando para el arte, para leer, para ese tipo de cosas? Eso ya no es tan obvio. Creo que no se trata de cuánto tiempo disponemos en general, ni siquiera de nuestra capacidad de atención, sino de nuestra habilidad interna y disposición para situar ese tiempo en el arte y en la literatura.

–Ha dicho que las elites culturales ya no existen. La disposición para situar el tiempo y la atención en el arte y la literatura, ¿no es una cuestión de elites?

–En el pasado las elites culturales procedían de ambientes relativamente homogéneos y compartían una cultura, una educación y una conducta social. Ellas eran las que definían el gusto de su tiempo, por así decir. Ese no es el caso hoy. Desde luego todavía hay personas interesadas seriamente en el arte y la literatura, pero su influencia en la sociedad, en términos generales, está restringida. Esa influencia puede verse parcialmente en las universidades, en proyectos museísticos, etc. Pero si comparás nuestro tiempo con el pasado, las masas y el gusto de las masas se volvieron más importantes, y esas masas, al mismo tiempo, también están muy fragmentadas. El espacio público contemporáneo hoy está estructurado por Internet, e Internet introduce una gran fragmentación en la sociedad. Uno de esos fragmentos corresponde a quienes se interesan en el arte y la literatura, pero se trata de una posición entre muchas otras.

–Escribió que Internet es una interesante combinación entre un hardware capitalista y un software comunista. Las personas están muy bien dispuestas a subir su propio contenido sin esperar retribución. Sin embargo, Internet es también un terreno de lucha por los derechos de autor, con grandes compañías combatiendo la piratería y artistas vendiendo su material sin intermediarios.

–Es un tema difícil. Tenemos el fenómeno de los videos virales, tenemos sitios web que son muy populares y atraen a mucha gente y que son gratuitos, por así decir. Y también tenemos a personas subiendo un material sin parar que (como diría Nietzsche) es para todos y para nadie. Y se ha convertido en una condición generalizada: todo el mundo le está hablando a todo el universo; es una especie de autoglobalización. Y ese proceso es tan intenso que desde luego podemos intentar proteger ciertas áreas de la producción cultural en términos de derechos. Pero me parece que la tendencia general es a mantener una conversación con básicamente nadie: una auto-presentación a una mirada, que es la mirada global –y quizás una mirada divina, pues es obvio que no hay quien sea capaz de mirar toda la producción que existe en Internet. Tal vez solamente la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos o la máquina de Google. Pero ningún ojo humano puede abarcar todas esas auto-presentaciones.

–¿Internet se convertirá alguna vez en un verdadero espacio de legitimación artística, o eso ya no importa?

–Ese tema también es difícil. El camino típico de un autor para volverse famoso y exitoso, sea escritor o artista visual, solía ir de lo local a lo global. Se empezaba por lo inmediato: la familia, el círculo de amigos, luego el país, luego el mundo. Ahora el camino es opuesto. Empezamos desde lo global. Nuestra primera acción es confrontar con lo global: subir textos e imágenes a Internet, abrirnos a todos, y recién después de eso ver si tu amigo te acepta. Así que ahora lo local es el último paso, y cada localidad tiene sus gustos, actitudes y prejuicios específicos; y el artista habrá de considerar si quiere ser apreciado no sólo por el mundo, sino también por su vecino.

–También se ha referido a Internet como “el infierno” en el sentido sartreano: “el infierno son los otros”; la mirada de los otros. Y hoy, la plataforma perfecta para ser objeto de la mirada de los otros, y para trabajar sobre “el diseño de sí”, es Facebook. La pregunta es ¿por qué nos gusta hacer eso?

–Bueno, personalmente no tengo Facebook. Así que contestaré desde cierta distancia… –Sólo imagínese a Facebook como un infierno de gente feliz observando a otra gente feliz.

–En toda la historia de la humanidad ha existido una especie de impulso hacia la confesión, hacia la apertura. El ánimo confesional al escribir, al crear, al comportarse, es muy antiguo, y comienza antes de su clarificación en el cristianismo. El cristianismo de hecho se basa en la oración y la confesión. Yo diría que Internet en este sentido, en especial Facebook, es la continuación de la Iglesia Católica por otros medios. Es un lugar de confesión y de autoexposición a una mirada que no es una mirada divina, sino un algoritmo. De manera que te confesás al algoritmo. Y este algoritmo también tiene un poder hermenéutico: por ejemplo, si reservás un viaje en avión a Italia, al día siguiente te aparecen en la pantalla una lista de hoteles italianos. Es como si hubieras pedido ayuda divina: “Google, ayúdame a encontrar hospedaje en Italia”, y de hecho obtenés una respuesta. Así que hay una especie de dimensión mágica y religiosa de nuestro pensamiento que se desenvuelve en las redes sociales.

–¿Ahí entra en juego el hecho de que nuestra huella digital es la mayor inmortalidad a la que podemos aspirar? Dicen que las huellas que dejamos en Internet no se borran nunca; siempre serán rastreables.

–Va en la misma dirección: sí, es inmortalidad, y no sólo en el sentido de volvernos inmortales y digitales, sino en el sentido del borrar la historia y de que todos los eventos se vuelvan simultáneos. Si googleás algo, significa que todo lo que alguna vez ocurrió está presente aquí y ahora, así que a través de Google también me apropio de la mirada divina: una mirada divina sobre la historia que hace que todo sea simultáneo. Lo que sea que haya ocurrido, lo que ocurrirá y lo que está ocurriendo, lo podés encontrar en el mismo lugar al mismo tiempo. Google también es una especie de máquina mágica que arroja a los seres humanos dentro de la mirada divina.

–Cambiando de tema, hay cada vez más retoque digital en el fotoperiodismo. La foto que ganó el concurso World Press Photo 2012 mostraba el funeral de dos niños palestinos en Gaza. Era muy artística, casi hermosa. No era una imagen de guerra. ¿Cómo es que el arte y la belleza se metieron con el fotoperiodismo?

–Creo que no es tanto el arte como el diseño. Un hermoso diseño, sin duda. Y las herramientas están ahí para hacer que las imágenes se vuelvan atractivas. Pero eso, a su vez, neutraliza el mensaje. El arte del avant-garde, las teorías de Adorno, etc., nos enseñaron a pensar que para atraer la atención hacia el mensaje, debíamos, de alguna manera, destruir la “bella forma”; distorsionar las armonías ilusorias que las imágenes bellas sugieren. Pero me parece que lo que pasa hoy es que nos enfrentamos a tantas imágenes diferentes, que ya no podemos sentir esa desviación; para ser capaces de tener esa sensación de destrucción y desviación tenemos que tener algún canon, alguna norma, del que partan la distorsión y la desviación. En cambio, lo que tenemos hoy es un concurso de diseño. Y no es tanto la belleza, sino la seducción, lo que está en juego.

–El autodenominado Estado Islámico parece haber comprendido eso también. Cuando asesinan frente a cámaras, es inevitable pensar que estamos frente a una escena de muerte muy bien diseñada.

–Sí. Es interesante también en términos estéticos: cuando te enfrentás con movimientos radicales, sean de derecha o de izquierda, te enfrentás con la misma estética suprematista del artista ruso Kazimir Malevich. Todas las imágenes que producen se parecen a las de Malevich y las de las tempranas vanguardias estéticas rusas. Blanco y negro, colores puros, cierta similitud estilística. Pudimos ver este tipo de diseño revolucionario radical durante algún tiempo en los años 60, en Europa. Y ahora, muy extrañamente viene desde un espectro ideológico completamente distinto. Pero son las mismas imágenes suprematistas en los términos de la estética de Malevich.

–En su narrativa sobre los museos, ¿dónde entra el gran museo dedicado a Stalin, en su ciudad natal de Gori, en el estado de Georgia?

–Para mí eso no es un museo sino una instalación. El concepto europeo del museo está basado en una representación neutral de la historia del arte, o de la historia en general. Muestra lo que le parece relevante en el curso de los acontecimientos. Una instalación, en cambio, se centra en un personaje: puede ser el propio artista, o puede ser una figura histórica: es algo que se sale del flujo de los acontecimientos y crea su propio mundo, un mundo que, de algún modo, se opone o es una alternativa al proceso histórico. Y ese es el proyecto del museo dedicado a Stalin.

–Hace un par de años una señora restauró un Ecce Homo en una iglesia de una pequeña localidad de España… –Sí, me acuerdo de que lo destruyó por completo.

–¿Qué pensó cuando supo la noticia?

–Hay dos cosas que se interconectaron allí. Primero, la Iglesia en sí misma nunca estuvo interesada en la restauración porque siempre estuvo interesada en el contenido de la imagen, no en su materialidad. Si tenés un viejo mosaico o un ícono antiguo y arruinado, no lo restaurás: lo conservás como reliquia o lo intercambiás por otro que tenga un significado similar. Fueron los museos los que comenzaron los procesos de restauración, ya que a ellos no les interesa el contenido, sino la materialidad del arte, y quieren que se mantenga intacta a través de los tiempos. Si vamos a un museo y contemplamos una pintura que tiene siglos, no comprendemos que esa pintura ha sido restaurada muchas veces y que en realidad es completamente distinta de la original. Vivimos en la ilusión de que vemos un original, pero en realidad es un trabajo artístico por completo diferente. Y creo que lo gracioso sobre la señora que restauró el fresco es que puso en evidencia eso, precisamente porque tenía una expectativa demasiado contradictoria hacia la imagen: una era la de preservar su contenido religioso, y otra la de preservar su forma. Así que mezcló ambas expectativas –la de la Iglesia y la del museo– y produjo algo que reveló la realidad de los procesos de restauración: demostró que nunca observás la obra original, sino algo que parece similar. Y parece similar simplemente porque sigue determinadas convenciones. Y si sos creyente como ella y al mismo tiempo seguís esas convenciones, bueno, es obvio que tendrás que hacer una imagen absolutamente distinta.

Apuntes filosóficos sobre el arte y el cine

¿Por qué el arte no puede cambiar a los hombres?

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Por Silvia Schwarzböck  (Fragmentos del trabajo publicado por Revista Herramienta)

 Autonomía o catarsis

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Adorno llama la atención sobre el modo particular en que Occidente ha apreciado el arte: como algo importante, pero inútil. Platón veía algo deshonroso en el hecho de que el artista se abstuviera de participar de la realidad para reproducirla según un principio que no necesariamente pretende cambiarla. Homero no llevó a cabo reformas públicas, no ganó ninguna guerra ni descubrió nada que haya significado un beneficio para su polis. Ninguna multitud lo siguió y ningún estadista requirió de su consejo. De ahí que estuviera justificada tanto la exclusión de los artistas en la república platónica como la prohibición de imágenes en la tradición judía. La razón y la religión se oponen por igual a la mimesis. El que quiera influir sobre la naturaleza no debe hacerlo identificándose con ella, sino dominándola mediante el trabajo.
Cuando el arte sea reconocido como una esfera autónoma, lo será precisamente por haber quedado escindido del mundo del trabajo. Los atributos que permiten diferenciar a una obra de arte del resto de los objetos dependen de que exista esa escisión, de que la sociedad esté dispuesta a sostenerla. Porque lo que tiene que sostener la sociedad, al sostener la escisión, es la idea de que en la esfera más superflua –más superflua en el sentido de que la sociedad podría prescindir de ella para su autoconservación– queda encerrada una promesa de felicidad que esa sociedad no va a cumplir, aun cuando esté en condiciones materiales de cumplirla. Esa escisión, presente desde el momento en que fue prohibida la mimesis, es el principio que funda la industria cultural: la cultura –destinada al tiempo libre– compensa la alienación en el mundo del trabajo. Pero antes de eso –y para eso– es necesario que el tiempo se divida en dos mitades aparentemente opuestas –el tiempo del trabajo y el tiempo libre– y que el segmento dedicado al ocio sea sentido por quien trabaja como lo contrario de la jornada laboral. Sentadas las bases de la industria de la cultura y dividido en dos el tiempo, a las obras de arte les aguarda el lugar más elevado, pero dentro del tiempo libre. La sociedad no duda de que sean importantes, sólo que, si por eso mismo no sirven para nada, salvo para consuelo dominical de las personas sensibles, deben cumplir su función en el momento del descanso.
El arte recién se convierte en un hecho social a partir de su autonomía. Con la autonomía artística, la promesa tácita que los artistas le hacían a la sociedad burguesa para mantenerse al margen de ella era que en el aislamiento conservarían intacto aquello que el resto de la sociedad perdía por participar en el mundo del trabajo y del mercado. El derecho concedido a las artes para la creación solitaria culmina entronizándolo como el estrato superior de la industria cultural, porque es la parte del todo que se conserva más sublime, por haberse gestado con el menor contacto posible con el mundo del trabajo. Pero ese aislamiento hizo que la verdad del arte nunca pudiera penetrar en una totalidad cada vez más intrincada, aun cuando la torre de marfil les era concedida a los artistas a propósito, para que ese fuera el modo en que formaran parte de la totalidad. Al ser portadoras de la verdad gracias a su falta de contacto con el mundo del trabajo, cuando se constituyera la industria cultural, las obras de arte no sólo no iban a transformar a los hombres menos educados, sino a ningún hombre en particular, porque –contra la esperanza kantiana–, los hombres nunca alcanzan a disfrutar como individuos de los beneficios que se consiguen en nombre de la especie.
Lo que la totalidad alberga como su manifestación más elevada –la alta cultura– revela entonces un carácter imperturbable que hace de su triunfo público un fracaso privado: sobrevive al horror por la misma razón que es impotente para evitarlo. Además, de esa cultura lo único que Adorno rescata con convicción es el arte. La filosofía se constituyó desde sus comienzos como pensamiento de la identidad, con lo cual era la puesta en conceptos del plan de la razón, que tenía como meta eliminar a la naturaleza. Por su parte, la ciencia moderna fue la encargada de aportar el modelo racional adecuado para que esa destrucción pudiera extenderse e intensificarse de manera sistemática, hasta llegar a la cumbre de su lógica con los campos de concentración y de exterminio. Lo que hace que el arte haya quedado fuera de esa racionalidad destructiva es lo mismo que lo vuelve inocuo respecto de la sociedad. Sólo una sociedad no emancipada tiene un arte donde la emancipación humana es posible.
El precio de que la alta cultura sea absorbida como la parte más sublime de la industria cultural es que la verdad que ella encierra carezca de toda capacidad formadora de la subjetividad. Sí sirve de compensación por el hecho de que el mundo no pueda ser mejor. Pero sólo es formativa como complemento de las formas inferiores de cultura, porque gracias a ella se completa la jerarquía que es necesaria para articular la totalidad.
El arte, al desarrollarse a la par de la industria cultural, no puede escapar de la paradoja de que cuando es verdadero es incapaz de mejorar a los hombres, pero, si lograra mejorar a los hombres, dejaría de ser verdadero, porque él solo es verdadero en una sociedad falsa. En una sociedad verdadera, el arte y la filosofía no serían lo que son en una sociedad falsa. O, por lo menos, su relación con la verdad –así como la paradoja que ella encierra: la de ser verdaderas en una sociedad falsa– no podría ser la misma. De todos modos, se podría sostener, como sostiene H-R. Jauss, que el arte necesita conmover a los hombres, si es que quiere transformarlos, y para lograr eso no tiene que renunciar a la función comunicativa, garantizada a través de la catarsis. Pero creo que Jauss se equivoca, porque la catarsis no es índice de esa posibilidad de transformación.
El problema de la catarsis. Crítica de la crítica de Jauss a Adorno
jauss Hans-Robert Jauss,
uno de los «padres» de la Estética de la Recepción
Jauss sostiene que las formas más primarias de la experiencia estética, ligadas al goce sensorial, son más importantes que la experiencia estética entendida como conocimiento (la única forma que Adorno considera relevante), porque sólo a través de ellas es posible que el arte tenga un valor catártico y comunicativo. La identificación y la conmoción trágica disponen el ánimo para comprender a la obra de arte como un ejemplar de la acción humana, y de ese modo el arte podría cambiar a los hombres, en el sentido de mejorarlos.
Pero eso no sucede, tal como trataré de mostrar.
Jauss retoma aquí –sin reconocerlo explícitamente– el concepto de autoridad aprendido de Gadamer, es decir, propone a la tradición –presentada bajo la figura del arte preautónomo– como un criterio de autoridad no coercitivo. Para Gadamer, la tradición interpela a quien la reconoce como autoridad a actuar de una determinada manera –en ese sentido puede decirse que tiene valor normativo–, y transmite modelos de acción.
Pero cuando el arte se vuelve autónomo, y se deshace paulatinamente de las funciones que lo caracterizaban en el momento preautónomo, ese proceso implica de parte de la sociedad burguesa una nueva valoración del arte y un nuevo concepto de él (de ahí la inconsistencia de Jauss al esperar del arte –entendido con el concepto del arte autónomo– lo que el arte ya no puede dar): si bien siempre ha sido la sociedad la que ha determinado qué es arte y qué no, en el caso de la sociedad burguesa, ella determina como arte aquello que la niega. La sociedad burguesa integra al arte como su negación, para disfrutarlo durante el tiempo de ocio. En ese sentido, puede resultarle una compensación o un consuelo, pero el goce estético no tiene efectos morales, porque una experiencia, por auténtica que sea, si tiene lugar durante el momento de descanso, no puede transformar al sujeto que la realiza.
Los hombres libres no serían solamente los artistas, sino los que gozan de lo bello y de lo sublime gracias a sus facultades. Las obras de arte son bellas porque placen a un sujeto, no al revés. De ahí que para Kant la belleza sea producto del placer que provoca el objeto en el sujeto, no una propiedad del objeto. El arte pasa a formar parte del reino de la belleza, recién cuando el sujeto logra un cierto grado de emancipación –traducido en tiempo libre– como para paladearlo. El primer problema de la estética del siglo XVIII –el problema del gusto– ni siquiera es privativo del arte, porque la naturaleza también place al burgués (en la medida en que ella es lo otro absoluto de la sociedad).
Aparición del cine
benjamin Walter Benjamin,
 teorizó sobre el arte masivo
Cuando, a fines del siglo XIX, aparecieron obras artísticas que carecían de mito de origen –como las fotografías y los filmes– todo el estatuto de las artes anteriores se resignificó, porque a partir de ese momento hubo que preguntarse qué era aquello de lo que ahora prescindían las nuevas artes. La fotografía y el cine respondían a un fenómeno también nuevo: que el público, sobre la base de su número, se había convertido en una nueva forma de subjetividad: la masa. El número mismo de consumidores justificaba la emergencia de ciertas novedades. De ahí que Benjamin viera con tanto acierto, por ejemplo, la relación entre las vanguardias, como buscadoras de un efecto de conmoción (sobre todo el dadaísmo), y la nueva necesidad del público de conmocionarse.
Benjamin decía que los dadaístas intentaban, con los medios de la pintura o de la literatura, producir los efectos que el público buscó después en el cine. Traducidos a la condición pasiva del espectador, esos efectos podríamos llamarlos emociones fuertes y diversión amoral. Gritar en lugar de sufrir callado, burlarse en lugar de reírse, reírse en lugar de sonreír, disfrutar del peligro en lugar de temerlo, desear en lugar de sublimar el deseo, estremecerse de terror en lugar de sentir miedo.
En un principio, parecía que el cine iba a permitir que las masas liberaran sus pasiones más inmediatas  y más reprimidas por las exigencias de la vida social. El efecto de choque buscado por el dadaísmo, y logrado por el cine, se oponía a la actitud compuesta y moderada del burgués.
Después de leer lo que Adorno escribe sobre la industria cultural, acusarlo de apocalíptico –como hace Eco–, o de elitista –asimilándolo a los viejos mandarines centroeuropeos, como todavía hace Jameson–, es poco adecuado, porque él nunca creyó que las masas estuvieran siendo arruinadas por el consumo de baratijas culturales, sino que las baratijas culturales eran el alimento natural de las masas, y todos –hasta los espíritus más refinados– serían convertidos en masa, se resistieran o no, porque estaba próximo el día en que aun los resistentes tendrían que estar dentro de la industria para poder consumir a gusto lo mismo que antes consumían fuera de ella.
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Qué es «arte»

 

«El arte culto no es superior al popular»

Entrevista de Juana Libedinsky a JOHN CAREY, profesor inglés de Estética. Publicada en el diario La Nación, 6-9-2006. 

OXFORD.- El Estado no debería financiar las salas de ópera lujosas. La televisión -telenovelas y reality shows, incluidos- es el gran invento cultural del último medio siglo. No hay obras de arte más importantes que otras.

Curiosamente, quien dice esto no viene exactamente de las antípodas de la alta cultura. John Carey es profesor emérito de la Universidad de Oxford, decano de los críticos literarios de The Sunday Times, presidente del jurado que elige al premio Booker (el más importante de la literatura anglosajona), biógrafo de Thackeray y de John Donne, miembro de la Academia Británica y amante de los placeres más refinados de la vida civilizada.

Pero en su último libro, «¿Para qué sirven las artes?», que publicará en castellano Siglo XXI, no duda en salir con los tapones de punta ante cualquier afirmación de que el arte que les gusta a sus elegantes pares de toga sea mejor que el que disfruta la vecina del barrio en chancletas y con los ruleros puestos.

En el polémico best-seller ¿Para qué sirven las artes? que tiene divididos a los intelectuales británicos («Incisivo y brillante», según The Guardian; libro favorito del año para The Independent; idiota para The Times), Carey, nacido en 1934, argumenta que el arte es todo aquello que alguien alguna vez haya pensado que es arte.

«No existen estándares objetivos para juzgar qué obras son superiores«, dice, en diálogo con LA NACION, tomando una taza de té en los idílicos jardines de Merton College.

El celebrado autor de «Los intelectuales y las masas. Orgullo y prejuicio en la i ntelligentsia literaria, 1800-1939″ se declara espantado por el apoyo financiero que dan los Estados a lo que denomina «la cultura culta».

«Es ridículo usar el argumento de que hay que destinar fondos públicos a la alta cultura porque es la manera de permitir el acceso de las masas a lo que es considerado el buen arte, para que aprendan a valorarlo -dice-. Hasta ahora eso nunca se ha dado. Se ha estudiado la composición de los visitantes a museos en distintas partes del mundo, por ejemplo, y el resultado es que cuando la entrada es gratuita no cambia sustancialmente la composición demográfica. Lo mismo ocure con los teatros nacionales. Entonces, no creo que aquellos a quienes no les gusta la ópera o no quieren ir a la ópera deban financiar con sus impuestos a los que sí quieren. En particular, yo odio la ópera del Covent Garden, un edificio tan lujoso que mucha gente se sentiría socialmente fuera de lugar allí, y que da el mensaje de que la ópera, la clase alta y el lujo son cosas que, naturalmente, van juntas. No es un mensaje que deba darse con los fondos públicos

-Pero, por ejemplo, en el caso del Teatro Colón, en la Argentina, un argumento que se esgrime es que el Estado debe mantenerlo porque es parte de nuestro orgullo nacional. ¿No es una idea válida?

-Es interesante, porque con el argumento del orgullo nacional es como nacieron las grandes colecciones nacionales. El Louvre, por ejemplo, se armó con las obras que Napoleón iba robando de otros países. Hitler también robó vilmente escudándose en el argumento del orgullo nacional. El arte es lo mismo que el equipo de fútbol: usarlo para el orgullo nacional es un error. Es cierto, Blair va a llevar a algún otro jefe de Estado a nuestro museo, pero el arte no tiene nada que ver con permitirle al señor Blair que se luzca. Es la gente común la que tiene que comprometerse con el arte, participando, y no sólo mirando de lejos con admiración. Por ejemplo, para lo único que está probado en parte que sirve el arte es para proyectos como la reinserción de los presos en la comunidad, de gente con comportamientos antisociales. Pero las grandes sumas estatales van a las instituciones de prestigio que las masas, se supone, deben visitar para elevarse y cosas así.

-¿Cómo surgió la idea de alzarse contra la superioridad del arte culto?

-Mi libro anterior fue sobre los intelectuales modernistas británicos, como Virginia Woolf, D.H. Lawrence, T.S. Eliot, y su relación con las masas, sobre la forma en que reaccionaron a la cultura popular. Lo resumo en dos palabras: la odiaban. Odiaban a las masas y querían eliminarlas, eran intelectuales que dijeron cosas extremadamente violentas contra quienes no tenían su mismo gusto. Así surgió mi interés en ver por qué hay tanta gente que venera el arte culto y lo siente superior al popular. Quise ver si podía encontrar razones que lo justificaran. Por supuesto, tuve que arrancar con la pregunta de qué constituye una obra de arte. Y cuanto más investigué, más fascinante me resultó el tema, porque, sobre todo después de Duchamp y de Warhol, no pude encontrar explicaciones que sigan sirviendo. ¿Qué psicólogo va a aceptar que una obra de arte sea algo que nos hace mejores personas, como creen quienes dicen que te eleva o que da mayor sensibilidad? Otros siguen creyendo que una obra de arte es aquella elegida por Dios, pero me cuesta creer que podamos saber qué elige Dios. Finalmente, lo que ocurre es que si decimos que una obra de arte es superior a otra -y la gente lo dice-, lo que estamos diciendo es que el sentimiento que nos provoca es superior al sentimiento que otro tipo de arte provoca en otra gente. Eso es absurdo, porque nunca vamos a poder saber qué pasa por la cabeza de los demás. Jamás podremos sentir lo que otros sienten. Al final, todo es opinión y subjetividad, cosa que vuelve locos a los expertos.

-¿La Mona Lisa no es intrínsecamente mejor que un paisaje de Calamuchita pintado por el artista del pueblo?

-No creo que sea intrínsecamente mejor. El experimento mental para darse cuenta es suponer que los seres humanos ya no existen y que Dios tampoco existe. ¿Tendría la Mona Lisa valor en ese caso? No; las obras de arte tienen valor porque alguien les da valor. Que mucha gente piense que la Mona Lisa es valiosa y que signifique algo para ellos obviamente es importante, pero eso no quiere decir que aquel que prefiera la pintura de su barrio esté errado de la misma manera que estaría errado si hubiera hecho una suma mal o deletreado mal una palabra. No existe un examen objetivo para certificar que la Mona Lisa es mejor. Su superioridad no puede medirse. Y no hay por qué hacer sentir avergonzada a la gente que no le gusta algo que es considerado una obra de arte. Además, aunque hubiera leyes objetivas en la estética, sería muy difícil encontrar aquellas que atravesaran todas las culturas. En el arte occidental, por ejemplo, la destreza del artista y su originalidad son muy importantes. En cambio, para la cultura oriental lo que tiene valor es mantenerse dentro de la tradición. La calidad de un dibujo de Miguel Angel comparado con el de un niño es sólo evidente dentro de una cultura familiarizada con ese tipo de arte. Frente a obras de tradiciones radicalmente distintas, la mayor parte de nosotros estaría perdido. Por eso, decir que un tipo de arte es superior al otro es ridículo y ofensivo, aunque muchos lo hagan.

-¿Cree que la literatura es superior a todo tipo de arte visual?

-La literatura es el único arte que estimula la energía imaginativa. Al leer, hay que ir imaginando la acción. Nada está ya dado por una imagen. Una imagen puede dar placer de muchas maneras, pero al final siempre volvemos a sus trazos y colores, mientras que la literatura va cambiando con cada lectura. Es un medio mucho más fluido. Por otra parte, la literatura es el único medio que puede criticar argumentativamente, dado que su medio es el lenguaje, el vehículo por excelencia del pensamiento racional, que a la vez puede moralizar. Hay conceptos como la libertad que sólo pueden expresarse con palabras, a pesar de lo que diga el arte conceptual. Para mí, sin duda la literatura es el arte superior, pero para ser coherente insisto en que esto es una cuestión de gusto, subjetiva. A mi hijo, que es músico, le gusta más la música justamente porque no puede argumentar, pero en cambio puede dar los sentimientos puros que uno tiene al argumentar.

-¿LE GUSTA EL ARTE CONCEPTUAL?

-No obtengo ningún placer de él, pero reconozco que sirvió para ampliar lo que la gente piensa que es una obra de arte y para mostrar cuán subjetivo es todo. Lo que sí me molesta es cómo los críticos de arte intentan explicar los «conceptos» detrás de estas obras de manera pomposa e inentendible, y cómo muchas veces, financiado con fondos públicos, el arte conceptual se usa meramente para escandalizar al ciudadano medio.

-En Buenos Aires, Spencer Tunick armó fotos de desnudos masivos en la vía pública y mucha gente se ofendió. ¿Qué opina?

-Creo que estaría de acuerdo con la gente que se ofendió. El arte a veces está destinado a ofender, y está bien que así sea. Estoy pensando en las caricaturas políticas que ofenden a un dictador, por ejemplo. Pero me preocupa la superioridad de quienes dicen que el arte que ofende a la gente menos sofisticada es algo bueno, que hay que ampliarle la mente a esta gente estrecha para que se vuelva más como uno, porque somos mejores. Es un argumento sospechoso. El valor de escandalizar, por sí mismo, es escaso, puesto que con abrir un diario o con encender la televisión las noticias, solitas, lo hacen todo el tiempo. Si el arte se suma a lo mismo, puede alejar, más que acercar a la gente. Si el arte da el mensaje de que es algo elitista y de que quienes lo aprecian se sienten superiores y quieren convertir a los demás a su manera de pensar, eso no va a acercar a nadie. Por el contrario: los artistas tienen que mostrar buenas maneras, transmitir su mensaje de manera inteligente, y no ofensiva. Creo que en el caso de Tunick en Buenos Aires, yo hubiera estado con los puritanos

-¿Y qué hay de la televisión, tan vilipendiada? A usted le gusta

-La televisión es el gran invento de mediados del siglo XX que cambió la vida cultural para mejor. Mucha gente jamás hubiera visto una obra de teatro o una ópera de otra manera. Mi propia madre vio una obra de teatro de Shakespeare por primera vez en la TV. La obra no le gustó nada, pero al menos así la vio. La televisión es este objeto maravilloso que enriqueció la vida de millones de personas. Cuando el cable está tan popularizado y hay tantas opciones, criticar a la televisión es algo que no debería hacerse más. Los mismos argumentos se usaban respecto de la radio. Las cosas que George Orwell decía, incluso respecto de escuchar una sinfonía en la radio como una basura para las clases bajas, hoy resultan increíbles. La televisión es muy buena para adaptar clásicos e introducir a mucha gente en libros que de otro modo nunca leería. Es cierto: con las dramatizaciones se pierde el ejercicio de imaginación que implica la lectura. Pero es una buena introducción a los clásicos para millones. La TV es de un alto valor cultural.

-Pero la mayor parte de los televidentes, supongo, no ven debates ni obras de Shakespeare, sino reality shows y telenovelas

-Las telenovelas hoy están escritas de manera muy cuidadosa por gente que sabe. No pueden descartarse como basura. Reality shows en realidad yo no veo tantos, pero es imposible suponer que algo así no tenga valor, porque no tendría la audiencia que tiene. Creo que, a diferencia de las telenovelas, los reality shows desaparecerán, porque es muy difícil mantener interesada a la audiencia por mucho tiempo y al final todo es sexo y ver comer a los participantes, lo que resulta tedioso. La escritora Germaine Greer fue a «Gran Hermano» y dijo que se había arrepentido de haberlo hecho. Pero que hasta una intelectual haya elegido participar en un reality show ya dice algo importante, ¿no le parece? .