Esta película marca el punto de partida de la modernidad cinematográfica. Y aún hoy, más de sesenta años después, mantiene su magia, su fuerza.
Temáticamente, es una de las que mejor desarrollan la cuestión de la pareja.
Dirigida por el director del neorealismo italiano, en 1954, protagonizada por Ingrid Bergman y George Sanders
La película diseña un espectador diferente, y esa es una aportación del cine moderno, que supone el contacto de Rossellini con los críticos de Cahiers du Cinema, que luego constituirían la Nouvelle Vague.
El proyecto inicial del film era rodar una adaptación de Duo, la novela de de la escritora francesa Colette. La trama se basa en una pareja que lleva 8 años junta, y de repente el marido descubre por una carta, el romante que un año atrás tuvo su mujer con su socio. Para ella está superado y no significó nada, pero el marido lo considera una «ignominia» dificil de superar. La novela trata sobre la incomunicación, la falta de perdón y la cobardía en la pareja amorosa.
Pero cuando el equipo de rodaje llegó a Nápoles, Rossellini se encontró con que los derechos de la novela habían sido ya adquiridos. Rossellini redactó cinco folios de localizaciones a modo de guión y filmó entre febrero y abril de 1953.
La película busca ser un homenaje a la ciudad de Náples, e intenta explorar toda su belleza, mostrando sus distintos escenarios naturales, culturales y su gente.
Después del fracaso comercial de sus anteriores películas, Rossellini no tenía mucha credibilidad ante los productores, ni siquiera si trabajaba con Bergman, por lo que decidió hacer este film prácticamente coproduciéndolo, de bajo presupuesto.
La voluntad de hacer una película de un género no comercial le permitió el planteamiento muy moderno de un relato carente de acción exterior, con una trama y un lenguaje que suponen un público nuevo.
A la vez expone una narración autobiográfica, dado que la pareja del director y la actriz estaban pasando por una crisis, y la película parece querer buscar la última vía posible de reconciliación.
Aunque fue un fracaso en taquilla, a los jóvenes críticos franceses, incluyendo a Francois Truffaut, les gustó, y la nombraron como la primera película moderna.
El tiempo en la historia son siete días, los siete días que pasa el matrimonio en la villa del tío en Nápoles, frente al paisaje imponente del Vesubio, cercano a Pompeya.
El relato plantea la temática del encuentro y del desencuentro amoroso, de lo que supone el matrimonio y la descendencia. Transmite una idea de congelación del tiempo y de memoria de las pasiones.
El punto de partida es la llegada del matrimonio a Nápoles y el estallido de la crisis de la pareja.
A lo largo de la película, se pueden diferenciar diferentes itinerarios.
En el primero se asigna un campo visual en relación con la perspectiva de la conductora, que es una visión turística. En el segundo itinerario a la protagonista le llaman la atención la presencia de mujeres embarazadas. Y es en el tercer itinerario cuando se encuentran unas imágenes proyectivas, vemos a novios que empiezan y luego a matrimonios con hijos.
La forma del relato consiste en el seguimiento de los trayectos de los dos protagonistas, por separado, a través del paisaje napolitano en un itinerario que acaba llevando a que sus miradas enfrenten el vacío.
Como en un ejercicio de toma de conciencia que les devuelve la imagen de ese vacío que anida en su interior, por medio de una figura de reflexión entendida en el sentido literal: la respuesta a las miradas de los personajes es un mundo que toma cuerpo en tanto cavidad donde las miradas encuentran su propio reflejo.
Finalmente, lo que cristaliza la reflexión final de la película sobre la acumulación de cuerpos muertos, de cuerpos incluso calcinados, es la evidencia de determinados elementos de la vida y la muerte.
El Vesubio, esta vez por voluntad de San Jenaro, ha entrado nuevamente en erupción y ha vuelto a solidificar en ese momento irrepetible la más extrema muestra de amor de una pareja. Este gesto de amor sincero, el mismo que presentaba la anónima pareja de Pompeya, nos da una idea cercana de la síntesis que constituye ese instante en la arquitectura del film: la ruptura temporal y sentimental que mediaba entre los personajes y su decorado eterno, la comunión entre figuras y fondo, la simbiosis conclusiva entre los Joyce y el Nápoles real.
No existe, detrás de lo filmado, ninguna férrea estructura de guión que instaure la pasión como medida rectora del universo humano. Ni tampoco una puesta en escena que catapulte, con la precisión matemática de un mecanismo pasional, a los cuerpos, las miradas, los seres, hacia un encuentro definitivo y seguro del final del film. De hecho, la narración queda traspasada por la marca de la fragilidad, de la inestabilidad temporal.
La pareja del director italiano y la actriz de Hollywood fue una de las más famosas en la historia del cine y tuvo lugar en un momento fundamental del cine, que coincide con la aparición de un nuevo público, nueva crítica, nuevos lenguaje, nuevas formas y experimentaciones, de los que el cine actual aún es deudor.
Una gran película. Una de las mejores de toda la historia del cine.